miércoles, 27 de marzo de 2019

la hed-

uqasion

Usualmente se despotrica por el pobre uso que las personas hacen de cosas como el sentido común o el respeto, importantes, sin duda, pero poco se menciona el desuso en el que han caído cosas como el diccionario. La disponibilidad de procesadores de texto parece que otorga a las publicaciones escritas una especie de inmunidad diplomática, o incluso mejor: ni siquiera alcanza con agarrarlos con las manos en la masa para tener derecho a reclamarles algo. Por ejemplo, la diferencia entre aun y aún, si y , conciencia o consciencia se les escapa, así como separar una palabra en sílabas o saber por qué presidenta es una aberración, todo lo cual es lamentable pero nadie nace sabiendo. Lo que da tristeza es la reticencia, holgazanería e irresponsabilidad que exhiben al no consultar en un diccionario, pero para eso parto de la base que en la cabeza del que escribe existe algún rincón donde esté guardada la imagen de esas palabras con y sin acento, por decir algo, bifurcación que al momento de elegir le origine la duda al autor y se ponga a averiguar cuál es la diferencia. Esa actitud es la que hace que una sociedad tenga a la mediocridad como límite superior de desarrollo al que puede aspirar. A partir de ahí surgen hábitos que incluyen la impuntualidad, el hacer las cosas a medias, el sentirse fuera del alcance de las reglas y joyitas por el estilo, cosas con las que si todos comulgáramos no surgirían vacunas, satélites, bomberos voluntarios o estúpidos como yo que cuando tengo la oportunidad junto la caca de un perro ajeno.
Esta es la gente que va a un restaurante con sus crías (porque de cría a hijo hay una distancia nada irrelevante) y las deja correr entre las mesas, gritar sus caprichos, mirar videos en el celular a todo volumen, golpear y empujar las sillas y mesas de otros clientes, y se enojan horrorizados cuando alguien les pide que aflojen un poco, con una actitud de desafío directamente proporcional a su ignorancia. Y esta gentuza, esta chusma inmunda que no puede y, más importante, no quiere salir del lodo, o peor todavía, nos quiere arrastrar al resto hasta su nivel, está amparada por los responsables de los locales que, si uno reclama, argumentan que no pueden decirles nada porque después van y vomitan sus quejas en feisbuc.
Y mientras me agacho al piso para juntar los pedazos de mi mandíbula me pregunto: ¿y si las veinte personas que teníamos las manos tapándonos los oídos nos vamos a feisbuc a quejarnos de la falta de respeto a la que fuimos sometidos?
Al margen de mis tendencias políticas, que son pocas y muy difusamente definidas, cualquier primate puede ver que la década ganada dejó un tendal difícil de justificar, es cierto, pero en defensa de lo indefendible puedo recordar que, aunque en mucha menor escala que la actual, la materia prima ya estaba ahí y de eso se aprovechó para metastatizar como lo hizo y dejar la herencia que dejó: la mitad de la población del país no sabe de la relación entre esfuerzo y recompensa, no conoce la dirección de una biblioteca, no tiene un diccionario en su casa, ni escuchó hablar de ese principio hermoso que dice que mis derechos terminan donde empiezan los de los demás. Eso, hay que recalcar, también se aplica a los otros, es decir, yo también tengo derechos y sería bueno que los otros los respeten. Pero el principio básico es el original y, en un delicado cóctel literario de cómo se expresarían Roca y mi abuelo, se traduce en esto: mientras no joda a los demás, cada uno puede hacer lo que se le cante la calandria.
Es difícil contestarle a la gente por qué me volví de Alemania, pero es mucho más fácil cuando me preguntan por las diferencias. Muchos creen que manejar autos alemanes, el idioma y el respeto a las reglas son equivalentes al paraíso, pero pocos quieren escuchar que todo eso está al alcance de nuestras manos. Lo único que tenemos que hacer es extirparnos esa mentalidad de mierda por la que las cosas salen como salen y, o no vale la pena el esfuerzo por hacerlas mejor, o sabemos más que el que redactó la regla y podemos hacer las cosas como nos parezca. Un secreto...: así no funciona.
Hay que leer más, esforzarse un poquitito más (de veras, no es mucho) y de a poco todo va a mejorar.

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