viernes, 8 de marzo de 2019

conduciendo a Mr. Daisy

Perro es, ante todo, pastor. Su instinto es cuidar un rebaño, y eso consiste en avisar cuando hay un ruido raro. Es su trabajo, y andá a explicarle otra cosa. Puede aprender a dar la pata, le encanta traer la pelota y tiene un vocabulario impresionante, pero él tiene su trabajo. No hay feriados, o huelga, o licencia por enfermedad. Ni siquiera cuando cierra los ojos se apaga totalmente. Pero lamentablemente faltan ovejas. O vacas. O cabras... lo que sea. Falta un rebaño, bah.
Ahhh... pero hay un humano: moi. Soy su rebaño de uno. Y hay un departamento y hay vecinos, y cuando alguno se suena la nariz ahí va él a la puerta gruñendo y despotricando, y si la cosa no le gusta, echando algún ladrido. Hay que verlo tan chiquito, dulce, osito de peluche, gruñendo como el mastín de los Baskerville, refunfuñando y mirándome para asegurarse de que me llegó el memo. Porque Perro no es un pastor de los Cárpatos, que con 80 kg está diseñado para encarar osos. No. Perro es un tiernito pastor australiano de 22 kg que lo que hace es avisar. No es un CIWS sino una alarma. Una alarma dotada con unos sensores increíbles, capaz de distinguir el pedo de un ratón a 300 metros mientras yo miro una película con explosiones y él duerme profundamente al lado del televisor.
Y hablando de dormir, esto funciona así: cuando Perro está cansado, duerme. Cuando Perro no está cansado, no dormimos. Y si yo quiero dormir cuando él quiere jugar (o sea, cuando está despierto), jugamos. Esas raras ideas mías de hacer algo en la computadora, cocinar, ducharme o hablar por teléfono tendrán que esperar los 14 años que le quedan de esperanza de vida. Ubicate, macho.
La vida con Perro definitivamente tiene sus ventajas y desventajas, las primeras más perrunas y humanas que las segundas, que caen más en esa peligrosa categoría de cosas calificadas como innecesarias en una sociedad que apunta a hacernos unidades de consumo, donde lo emocional cede a lo económico. ¿Quién quiere perder tiempo jugando a la pelota en la playa con el perro si se puede pasar páginas en Amazon hasta encontrar algo para comprar? Algo, cualquier cosa.
Un aspecto en el que estoy fallando estrepitosamente con este canino es el tema de viajar en auto. NO-LE-GUS-TA. Menos medicarlo, probé de todo. Mientras estaba en Alemania se la había pasado bastante. Una vez hicimos un viaje largo, unos 2000 km, y al rato de salir de Múnich, pasando por Stuttgart, nos encontramos con uno de esos embotellamientos de decenas de km tan típicos allá, y con el constante arrancar y frenar su estómago dijo basta y me devolvió lo poco que le quedaba sin digerir de la cena del día anterior. Menos mal que contaba con un episodio así y no le di de desayunar. Si no, todavía lo estaba puteando y mientras sigo limpiando el auto. La única víctima fue la mochila, que cuando llegué a mi primer destino la metí en el lavarropas de mi anfitriona. Lo interesante fue que hasta ese día Perro siempre fue infeliz en el auto, pero a partir de ese episodio se mostró mucho más a gusto en el auto, y el resto del viaje y los sucesivos podría decirse que casi los disfrutó.
Entonces llegó el momento de la gran mudanza y estuvimos casi dos meses sin andar. Cuando se subió al auto después de esa pausa fue como empezar de cero, con baba por todos lados y una cara de traste que rajaba la tierra. De a poco se está relajando, pero muy de a poco. Es frustrante, y no sé si puedo hacer algo por él. Porque al margen de lo que me complica el trámite de ir a algún lado en auto por el hecho de tener que estar controlándolo, me rompe el corazón que sufra y me encantaría que se acostumbre de una vez así podemos ir a lugares que sé que le van a encantar: el campo, una laguna, el mar, pueblos alrededor... incluso algún viaje al sur o a la cordillera. Este es un país grande y si quiero viajar un poco el auto es inevitable. Pero si va a ser una tortura para él, no puedo. No quiero.
Y no lo culpo. Cuando lo compré, yo vivía en Múnich y la señora que tenía a los padres vivía cerca de Núremberg, a 130 km, y el día que lo fui a buscar llevé una caja para meterlo y poner la caja en el asiento del acompañante. Pero a la doña alemana no le pareció y me dijo que lo pusiera en el baúl. Yo, que no sabía nada y ella aparentaba tener más experiencia, le hice caso. Me dijo que maneje directo a casa sin detenerme. Cuando llegué a Múnich y abrí el baúl, había una perrito verde, vomitado y hecho caca, con una cara de terror que no se me borra de la memoria. Después de eso no puedo culparlo si le tiene asco al auto. Y sospecho que es a mi auto, que encima es diésel y tiene un sonido particular. Lo tengo que llevar a dar una vuelta en un naftero o aunque sea en otro auto para ver si reacciona igual y se siente mejor, pero no he tenido la oportunidad. Porque el viaje de 15 horas en avión de Fráncfort a Buenos Aires se lo aguantó perfecto, y del aeropuerto de Ezeiza a Mar del Plata creo que también.
Mañana tenemos un viajecito de un poco más de 150 km y me va servir de oportunidad para tantear cómo se siente en la ruta. Sé que por su dedicación a su rebaño de uno se va a subir al auto sin protestar, pero de ahí a que lo disfrute... Creo que Morgan Freeman la tenía más fácil llevando a la viejita rompiendo la paciencia.

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