lunes, 29 de agosto de 2022

angustia

Me dijeron que tengo demasiada angustia y eso es lo que me está haciendo trizas hepáticamente hablando. "Me dijeron"... me lo dijo una profesional del tema a la que tuve que responder muchas preguntas. Angustia, ligada a un proceso que estoy llevando a cabo contra un estafador. Me estafó económicamente vendiéndome algo que no era lo acordado ni en cantidad ni en calidad, lo que lo hace una porquería casi inusable y que afecta negativamente mi calidad de vida. Más la sensación de haber sido estafado, más la frustración por la situación y por sus respuestas ante mis reclamos, más las mentiras... que aborrezco con toda el alma. Maldito laberinto judicial argentino, que convierte un tema que se soluciona en 45 minutos (incluyendo los 10 minutos de ida y de vuelta al juzgado) en algo que lleva ya casi 4 años y mucha plata al absoluto pedo. Y lo mío es una soberana idiotez comparado con... no sé... corrupción, arreglos, sobornos, estafas al Estado y cosas así, por decir ejemplos al azar.
Tomando un poco de distancia en el tiempo, supongo que en unos años voy a recordar esto como lo que probablemente es, más que como lo estoy viviendo ahora: algo sin tanta importancia. No porque se solucione a mi favor sino más bien porque la resignación ya se va a haber asentado, y los desastres sociopolíticos que están minando a los argentinos (de los que somos cómplices) van a haber minimizado lo del juicio. El hato de mafiosos degenerados que tenemos a cargo del timón político no tiene ninguna intención de atender a sus empleadores, nosotros. Su prebendalismo es prioridad absoluta y sin segundos lugares y no pueden ver por fuera de eso ni siquiera para salvarle la vida a sus propios hijos; todo vale, sobre todo las mentiras. Incapaces de trabajar, de organizar, de construir algo, en fin, de crear, cada cosa que tocan lo convierten en oro para sus bolsillos o el de sus secuaces, o, como los ejércitos en retirada, lo queman todo para que nadie más se beneficie, por ejemplo sus legítimos dueños. Ni al escritor peor intencionado, más rencoroso y con más talento podría habérsele ocurrido el libreto macabro que están ejecutando contra todo sentido común, y cargándose todo lo que hace posible la convivencia en una sociedad civilizada, en particular sus instituciones, la ética y la moral. Más aún, cultivan el fanatismo, el personalismo y el deponer las facultades de razonamiento en favor de mamar lo que se les dé, constituyéndose así en un ejército de famélicos intelectuales cuyo argumento de mayor calidad es apenas el estar armados con palos, o peor. El resultado es obvio y el desenlace, inminente.
Por eso, antes de que suceda, quiero irme. Es decir, no quiero irme, pero es lo más prudente. Hay que saber reconocer cuando el barco se hunde irremediablemente y no andarse con sentimentalismos ni patriotismo inútil. Y por más que usar esta analogía dé pie a comparaciones con ánimo de insultar (y tan poco imaginativas como injustificadas e ignorantes) las ratas no son estúpidas. Y me gusta pensar que yo tampoco, así que acá estoy, sacándole brillo a mi currículum. Al que se quiera quedar le deseo lo mejor y le mandaré una postal.
Para ser un poco más honesto no puedo dejar de mencionar el factor que inclinaría la balanza para quedarme: la pareja. Como mencioné muchas veces, no es el no tenerla sino más bien el haber perdido las esperanzas de encontrarla acá. No hay una forma delicada de expresarlo: el pool del que uno dispone para encontrar algo es chico y malo. Como resumió un amigo: hay que hacerse a la idea de estar tratando con infantes semiretardados mentales. En general, las mujeres en Argentina cultivan la mentalidad de princesa: se ven como víctimas, se creen muchísimo más de lo que son tanto por dentro como por fuera, y se arrogan derechos delirantes mientras que tiene una capacidad nula o muy distorsionada de ofrecer algo a cambio, y no me refiero a ver la pareja como algo transaccional sino al simple hecho de estar dispuesto a aportar algo a la relación. Repito: lo cultivan. Y yo no puedo, no sé y no quiero lidiar con eso.
Hace ya meses que me pasó lo que me había pronosticado un conocido que vivió una historia parecida a la mía, aunque con esposa e hijos, que volvió un par de años antes que yo: me desenamoré de Argentina, y sobre todo de los argentinos, ese crisol de ignorantes que nos dejamos engañar por hijos de puta de cuarta. Hace décadas que los que tienen dos neuronas funcionando votan la opción menos peor, y el resto a... bueno... a los que dejó formados y enquistados el generalísimo. El resto acá estamos, con angustia, jodiéndonos o yéndonos.

jueves, 4 de agosto de 2022

el dolor

Estaba tirando mi tiempo una vez más con una red social, la de las fotos, y me topé con el perfil de una chica/señora en Londres, donde en algún lado aparecía su perro con una bandera argentina en la boca. Claramente emigrante de este garabato de país, y aunque seguramente habrá tenido alguna experiencia previa, también estaba desayunándose con lo que es vivir en una sociedad civilizada, y eso considerando los no pocos pecados de la historia de los ingleses.
Este cruzarme con la experiencia de esta persona, experiencia que yo ya pasé, viene a tiempo con una serie de imágenes que mi memoria le hace burbujear a mi mente, vaya uno a saber por qué. El hecho es que desde hace unos días recuerdo situaciones específicas, lugares, personas, conversaciones, detalles... no sé, como que la memoria ha decidido hacerle una especie de guerra de guerrillas a mi cerebro para que me lleve otra vez a Europa, a la civilización.
Los catalizadores son obvios: la amenaza constante de anarquía (que, para ser honestos, no estoy muy seguro de que implique necesariamente estar peor de lo que estamos), la ausencia de un estado de derecho, la inseguridad, y en los últimos meses se está sumando la creciente falta de ciertos productos. Hace unos días se me rompió un plato de un juego de 10, y de la fábrica me dijeron que los pigmentos son importados y no entran más. De las ensaladas que compro hechas, la de atún no está más por el aumento del precio. Entiendo el sentido de perspectiva que hay que aplicar al quejarse de los trastornos que trajo la guerra en Ucrania a los que estamos a medio mundo de distancia de las verdaderas víctimas, pero cosas como azúcar o cubiertas de autos no son lujos, ni su falta culpa de los oligarcas especuladores. En Alemania aprendí lo que es la democracia en el sentido que quería decir ese francés que no recuerdo, y que fiel a su costumbre parafraseó Churchill cuando dijo que "es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás". En Europa, y puedo hablar particularmente por Suecia, Alemania y Suiza, y en menor medida Italia, los gobiernos están obsesionados por el bienestar de sus ciudadanos. Cosa rara, deduciría uno al mirar las caras de los argentinos cuando les digo esa frase. Como si esos tres países y medio fueran alguna suerte de excepción que confirma una regla que dice que la corrupción es normal, que traducido significa aceptable, al punto de que quejarse de eso implica ser tildado de loco, de intolerante. Pero a esta altura yo no me refiero a corrupción en el sentido económico, sino en el sentido de que todo parece haber sido corrompido: no queda institución o normal moral básica en pie, y eso derrama sobre todos los aspectos de la vida. Y para joder más todavía, las ideas geniales del populismo y la autopercepción tiñendo la ya bien podrida capacidad de razonamiento de demasiados.
Estos días conocí otra cara de lo que se denomina inseguridad jurídica, ese concepto que intenta expresar el hecho de que la inestabilidad en Argentina también se extiende a las reglas de juego, aunque se puede argumentar bastante bien que la inestabilidad también es consecuencia del constante cambio de reglas. Pero volviendo a mi descubrimiento, empecé a vivir en carne propia la locura de imprimir en la Ley el victimismo de las mujeres, no de todas, pero sí de las que gritan más fuerte y han sabido metastatizarse en los que digitan nuestros destinos.
Un perro de raza bóxer mordió al mío. En el municipio donde vivo, esa raza está considerada potencialmente peligrosa, los famosos PPP. Como mi perro tiene la agresividad de un azucarero (salvo que se lo tires por la cabeza a alguien), y como este perro en particular no es la primera vez que ataca a otro perro, ni fue la primera vez que ataca al mío en particular, mi reacción fue intervenir inmediatamente. Por suerte atiné a poner en práctica lo que me dijeron entrenadores: patada al costado del perro que ataca, cosa que se replantee si quiere seguir haciendo daño a costa de recibir daño. Revolearle una patada es mucho más seguro que intentar agarrar a la víctima o al que ataca, exponiendo los brazos, más delgados y fáciles de morder, y sobre todo las manos. Cuando por fin pude revisar a Perro, no encontré nada. Unos días más tarde mostró señales de dolor y volví a revisarlo, pero no pude encontrar nada. Por fin hace un par de días le encontré la herida y lo llevé al veterinario: punzadura de colmillo de 1 semana, claro como el agua. ¿Qué hizo la irresponsable del bóxer? Me denunció por lesiones leves. Y yo que pensaba que los alemanes eran incapaces de ver que ellos también pueden equivocarse, como los humanos. Acá también hay de esos. Excepto que en Alemania la Ley no hace distinciones entre hombres y mujeres: un humano es un humano, no interesa si es víctima o victimario.

Mirando apenas esto y por las dudas no mucho más para los costados, no cabe más que preguntarse: ¿qué hago acá? Y la historia me cuenta que cada vez que me pregunté eso (una relación, un trabajo, un hotel) me fui. Más tarde o temprano, me fui. Así que estoy revisando mi currículum y mirando posiciones en Alemania, Australia y EE.UU. Quedarme sería de necios, y la necedad es de estúpidos. Y a pesar de mis varios defectos, quiero pensar que no soy estúpido.
Lo que me amarga es volver a estar lejos del lugar donde me crié y, esta vez, además de extrañarlo, voy a llorar su desaparición. Antes, cuando todavía no había vuelto para intentar vivir acá, podía volver de vacaciones por unas semanas y la degradación en la que nos han sumergido los que blanden la batuta no llegaba a empañar la imagen que guardaba en mis archivos mentales. Ahora, esa imagen está arruinada. Lo que era no es más, y ni siquiera estoy seguro de que fuera lo que yo recordaba. Siento que estoy soltando amarras y el puerto se hunde atrás de mí. Ya conté alguna vez que lo que nosotros llamamos vivir (en algún lado) en alemán tiene dos traducciones: wohnen, que se refiere simplemente al lugar donde residimos, nuestro domicilio o vivienda, y leben, que se refiere al hecho de estar vivos, trabajando, estudiando, divirtiéndonos, cultivando relaciones y progresando material y espiritualmente. En Argentina se ha hecho muy difícil lo segundo, y están haciendo lo imposible por defenestrar también lo primero.
Mierda. Duele.