jueves, 4 de agosto de 2022

el dolor

Estaba tirando mi tiempo una vez más con una red social, la de las fotos, y me topé con el perfil de una chica/señora en Londres, donde en algún lado aparecía su perro con una bandera argentina en la boca. Claramente emigrante de este garabato de país, y aunque seguramente habrá tenido alguna experiencia previa, también estaba desayunándose con lo que es vivir en una sociedad civilizada, y eso considerando los no pocos pecados de la historia de los ingleses.
Este cruzarme con la experiencia de esta persona, experiencia que yo ya pasé, viene a tiempo con una serie de imágenes que mi memoria le hace burbujear a mi mente, vaya uno a saber por qué. El hecho es que desde hace unos días recuerdo situaciones específicas, lugares, personas, conversaciones, detalles... no sé, como que la memoria ha decidido hacerle una especie de guerra de guerrillas a mi cerebro para que me lleve otra vez a Europa, a la civilización.
Los catalizadores son obvios: la amenaza constante de anarquía (que, para ser honestos, no estoy muy seguro de que implique necesariamente estar peor de lo que estamos), la ausencia de un estado de derecho, la inseguridad, y en los últimos meses se está sumando la creciente falta de ciertos productos. Hace unos días se me rompió un plato de un juego de 10, y de la fábrica me dijeron que los pigmentos son importados y no entran más. De las ensaladas que compro hechas, la de atún no está más por el aumento del precio. Entiendo el sentido de perspectiva que hay que aplicar al quejarse de los trastornos que trajo la guerra en Ucrania a los que estamos a medio mundo de distancia de las verdaderas víctimas, pero cosas como azúcar o cubiertas de autos no son lujos, ni su falta culpa de los oligarcas especuladores. En Alemania aprendí lo que es la democracia en el sentido que quería decir ese francés que no recuerdo, y que fiel a su costumbre parafraseó Churchill cuando dijo que "es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás". En Europa, y puedo hablar particularmente por Suecia, Alemania y Suiza, y en menor medida Italia, los gobiernos están obsesionados por el bienestar de sus ciudadanos. Cosa rara, deduciría uno al mirar las caras de los argentinos cuando les digo esa frase. Como si esos tres países y medio fueran alguna suerte de excepción que confirma una regla que dice que la corrupción es normal, que traducido significa aceptable, al punto de que quejarse de eso implica ser tildado de loco, de intolerante. Pero a esta altura yo no me refiero a corrupción en el sentido económico, sino en el sentido de que todo parece haber sido corrompido: no queda institución o normal moral básica en pie, y eso derrama sobre todos los aspectos de la vida. Y para joder más todavía, las ideas geniales del populismo y la autopercepción tiñendo la ya bien podrida capacidad de razonamiento de demasiados.
Estos días conocí otra cara de lo que se denomina inseguridad jurídica, ese concepto que intenta expresar el hecho de que la inestabilidad en Argentina también se extiende a las reglas de juego, aunque se puede argumentar bastante bien que la inestabilidad también es consecuencia del constante cambio de reglas. Pero volviendo a mi descubrimiento, empecé a vivir en carne propia la locura de imprimir en la Ley el victimismo de las mujeres, no de todas, pero sí de las que gritan más fuerte y han sabido metastatizarse en los que digitan nuestros destinos.
Un perro de raza bóxer mordió al mío. En el municipio donde vivo, esa raza está considerada potencialmente peligrosa, los famosos PPP. Como mi perro tiene la agresividad de un azucarero (salvo que se lo tires por la cabeza a alguien), y como este perro en particular no es la primera vez que ataca a otro perro, ni fue la primera vez que ataca al mío en particular, mi reacción fue intervenir inmediatamente. Por suerte atiné a poner en práctica lo que me dijeron entrenadores: patada al costado del perro que ataca, cosa que se replantee si quiere seguir haciendo daño a costa de recibir daño. Revolearle una patada es mucho más seguro que intentar agarrar a la víctima o al que ataca, exponiendo los brazos, más delgados y fáciles de morder, y sobre todo las manos. Cuando por fin pude revisar a Perro, no encontré nada. Unos días más tarde mostró señales de dolor y volví a revisarlo, pero no pude encontrar nada. Por fin hace un par de días le encontré la herida y lo llevé al veterinario: punzadura de colmillo de 1 semana, claro como el agua. ¿Qué hizo la irresponsable del bóxer? Me denunció por lesiones leves. Y yo que pensaba que los alemanes eran incapaces de ver que ellos también pueden equivocarse, como los humanos. Acá también hay de esos. Excepto que en Alemania la Ley no hace distinciones entre hombres y mujeres: un humano es un humano, no interesa si es víctima o victimario.

Mirando apenas esto y por las dudas no mucho más para los costados, no cabe más que preguntarse: ¿qué hago acá? Y la historia me cuenta que cada vez que me pregunté eso (una relación, un trabajo, un hotel) me fui. Más tarde o temprano, me fui. Así que estoy revisando mi currículum y mirando posiciones en Alemania, Australia y EE.UU. Quedarme sería de necios, y la necedad es de estúpidos. Y a pesar de mis varios defectos, quiero pensar que no soy estúpido.
Lo que me amarga es volver a estar lejos del lugar donde me crié y, esta vez, además de extrañarlo, voy a llorar su desaparición. Antes, cuando todavía no había vuelto para intentar vivir acá, podía volver de vacaciones por unas semanas y la degradación en la que nos han sumergido los que blanden la batuta no llegaba a empañar la imagen que guardaba en mis archivos mentales. Ahora, esa imagen está arruinada. Lo que era no es más, y ni siquiera estoy seguro de que fuera lo que yo recordaba. Siento que estoy soltando amarras y el puerto se hunde atrás de mí. Ya conté alguna vez que lo que nosotros llamamos vivir (en algún lado) en alemán tiene dos traducciones: wohnen, que se refiere simplemente al lugar donde residimos, nuestro domicilio o vivienda, y leben, que se refiere al hecho de estar vivos, trabajando, estudiando, divirtiéndonos, cultivando relaciones y progresando material y espiritualmente. En Argentina se ha hecho muy difícil lo segundo, y están haciendo lo imposible por defenestrar también lo primero.
Mierda. Duele.

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