domingo, 26 de enero de 2020

puentes, no muros

Tantas veces quiero ponerme a escribir sobre 2 o 3 cosas que me estuvieron picando toda la semana, y cuando encuentro el momento y me pregunto qué era lo que tenía adentro, escucho puro grillo. O ni eso: se fueron a dormir a la sombra de algún árbol.
Estos días tuve una epifanía, una de esas revelaciones que en realidad me la tendría que haber explicado un padre inteligente hace muchos años: sé vos mismo. Es que me encontré en dos situaciones donde esto juega un rol fundamental: armar un currículum y agradarle a alguien. Con todo lo que estamos viviendo en Argentina (otra vez, y van...) armar el currículum se hace necesario si pienso ir a establecerme en Europa otra vez, o en cualquier otro lado. Le doy vueltas a las cosas que quiero incluir, cómo escribirlas, y por supuesto las que prefiero guardarme para que no surjan preguntas incómodas. Resulta que la sinceridad, sin caer en el "sinceridicidio", se revela como el mejor camino a conseguir un puesto más acorde a mis capacidades y necesidades, y que seguramente me satisfaga más y lo pueda hacer mejor. Pero estaba trabado, y aunque en retrospectiva parezca obvio, no lograba dar con el estilo que necesitaba de guía para escribir un buen currículum. A veces uno quiere escribir cosas que no se anima y necesita algún principio o dogma para vencer los demonios internos.
Lo segundo que me pasó requiere más historia previa. Tengo una vecina, una señora ya jubilada, que tiene un labrador negro cruzado con terreno baldío, y a veces vamos juntos a la plaza a pasear a nuestros perros. Ella suele acudir a una veterinaria amiga suya, una chica de 43 años. Me las crucé a las dos por la calle un par de veces y parece (según mi vecina) que la vete me mira con buenos ojos, pero lamentablemente ella a mí mucho no me va. Esta semana vino una amiga de Santa Fe a visitarla y, para variar, la amiga sí me gusta, aunque por supuesto que ella no tiene el menor interés en mí. Lo de siempre.
Las primeras veces que nos encontramos tuve que luchar con la frustración de no detectar ningún tipo de atracción de parte de ella, ninguna complicidad ni humor subliminal, incluso más bien un poco de distancia. Pero en algún momento el cerebro me hizo clic y, con el tema del currículum latente en un rincón de mi cabeza, llegué a la conclusión de que era mejor relajarse y disfrutar en lugar de pensar qué hacer para provocar un resultado que, evidentemente, no iba a llegar. Et voilà. Ahora me siento en la posición que se me dé la gana y hablo de lo que a mí me gusta sin pretender que lo que ella dice es interesante. Lo que me interesa me interesa, y lo que no no. Así, sin comas. De puro machirulo.
El asunto es que me olvidé, o aprendí a dudar, de algo que razoné hace mucho: la gente teme lo que no entiende, y si uno no es uno mismo, lo huelen... y se ponen nerviosos. Una risa que dura medio segundo más de lo que debería, un temblor en la voz, una mirada que desentona con la situación. Y eso, hasta subconcientemente, los pone en algún tipo de alerta y establecen una línea impasable. Si uno se muestra tal como es, el otro ve los defectos y podrá gustarle o no lo que ve, pero se siente más seguro y, con eso, más dispuesto a tolerar, en la creencia de que no hay un peligro subyacente. El resultado es que se tienden puentes, no muros.
Hasta acá todo bien, me pliego 100% a lo que escribí, pero me surge algo que no sé cómo modificar: no veo que le guste a ninguna chica, independientemente de la "estrategia" que adopte. Las diferencias culturales y de edad, las exigencias, las expectativas, los miedos, la distancia... Hay para hacer dulce con las cosas que pareciera que se matan a codazos para interponerse en el proceso de que dos personas coincidan y se den un beso.
Todo esto se aplica a esa cada vez más reducida porción de la población que lo que busca es formar una relación, sin caer en el bed hopping que tan popular se ha hecho. Esta semana escuchaba cómo la vete (sí, sí, la amiga de mi vecina) no tiene inconveniente en usar y ser usada para pasar el tiempo y saciar el apetito sexual si no está en una relación que le provea con la dosis de sexo que ella quiere. Es decir, compró el paquetito ese de que el-sexo-es-como-jugar-al-tenis y si-los-hombres-lo-hacen-por-qué-no-las-mujeres. Porque si hay algo que la humanidad necesita es que un grupo aprenda lo malo del otro, y lo use para justificarse.
Sobre el final de mi adolescencia tuve un amigo unos 20 años mayor que yo, militar él, ahora ya fallecido, que durante un viaje de 500 km en auto me dijo que si uno no sabe explicar algo, es porque no lo sabe. Eso de "no sé cómo explicarlo" no existe. O sabés lo que querés explicar, o no sabés el concepto. No he encontrado un contraejemplo. Lo menciono porque durante años no pude justificar mi posición respecto a la promiscuidad, incluso en sus grados más leves. Coger por coger, sin amor, me inspira asco, aversión y desconfianza, pero para ser honesto, cuando push comes to shove la realidad es que nunca pude presentar un caso convincente. Así que como soy masoquista y me gusta abrir la boca solamente cuando estoy seguro de lo que digo, muchas veces puse a prueba mis tesis de que el sexo sin amor es una cagada humillante y autodestructiva, o que el sexo es tomar y hacer el amor es dar. Y resulta que tengo razón. El problema, entonces, parece ser el nivel al que cada uno está dispuesto a caer cuando no encuentra lo que necesita, y mientras más intransigente sea uno, más rarificado está el aire y menos gente encuentra para charlar. Si la moral es realmente como dicen, un tema que se reduce a grados de bienestar, me pregunto si los que garchan por garchar no la pasan mejor que los que tenemos valores tan maravillosos como exóticos. Porque por cómo me siento, parece que me voy a ir a tocar el arpa con una orquesta de gente con muchos principios intactos pero cuasi-vírgenes y frustrados. 'Na merda, bah.