martes, 20 de abril de 2021

cama para 1

Hay distintas versiones de esos momentos en la vida en que tenemos que tomar una decisión. Un proverbio chino dice algo así como que "si tiene solución, para qué preocuparse; y si no tiene solución, para qué preocuparse". El tema es que incluso en un mundo ideal, donde todos somos muy sabios y sensatos, hay muchos, muchos casos donde uno no sabe si el problema tiene o no solución. Entiendo ese consejo que dice que ser feliz es una elección, pero eso se cumple solamente hasta cierto punto, a partir del cual mantener una sonrisa en la cara cruza la raya que separa optimista de creepy. Sí es cierto que alguien con una actitud de mierda puede arruinar cualquier cosa sin importar qué tan buena o mala sea, pero la mejor actitud del mundo tiene la realidad como asíntota. Y mi realidad es que no encuentro el amor, lo mire como lo mire.
Están los que escuchan mis aullidos de lamento por lo que parece ser mi incapacidad para encontrar pareja y me sugieren opciones como contemporizar, cosa que ya intenté y resultó ser una mierda humillante y, sobre todo, inconducente. La otra que escucho mucho es que tengo que bajar mis aspiraciones, lo que me hace preguntarme si se supone que uno pueda controlar lo que le gusta como controla qué estación de radio escucha. Me gustan las tetas, no los pitos; y me gusta la inteligencia, no la estupidez. La lista es larga, es cierto, pero tengo tanto control sobre eso como sobre el clima. Y no, ese genial proverbio alemán ("no hay mal clima, sólo ropa inadecuada") no aplica. Y hablando de listas, hace poco se hizo viral el caso de un flaco que en su perfil de Tinder enumeró 21 cosas que no aceptaría de una candidata. Una amiga de esas que me sugiere agarrar lo que venga me mandó esa lista y después de mirarla me di cuenta de un par de cosas: de las 21 había 12 que me importaban un bledo, y las 9 restantes eran diferentes formas de decir que no quería una estúpida (aires de princesa, reina del drama, fundamentalista de cualquier denominación, etc.), sucia o drogadicta.
Tampoco puedo inmunizarme o insensibilizarme; ya sabemos a lo que eso lleva. Sentimentalmente hablando, tengo hambre. Hace años que experimenté, disfruté y adopté la filosofía de que la vida de a dos hace lo bueno el doble y lo malo la mitad. Y cuando uno va por la calle y es mediodía y ni siquiera desayunó, y ve una flor de pizza con jamón y morrón con humito saliendo porque recién la sacan del horno... que a uno se le retuerza el estómago es una reacción que lo raro sería no tenerla. Y si uno hace años que no comparte un momento trascendente con alguien... se me retuerce el estómago y el corazón cuando veo pasar una mujer que me parece atractiva. Quiero esa comunión de almas y obcecadamente no me conformo con menos. El lujo, una vez probado, se transforma en necesidad, aventuró Cyril Northcote Parkinson. Tenía tanta razón.
Tengo un departamento chico, una basura de construcción que maldito el día que caí en la estafa de los delincuentes que me lo vendieron. Pero es lo que tengo, y quisiera hacer el mejor uso del espacio. En mi dormitorio tengo una cama que me traje de cuando vivía en un lugar más del doble de grande, que mide 180 cm de ancho y me deja un marco de 70 cm alrededor para circular, moverme o poner otros muebles. Vista de arriba, mi habitación parece un cuadro con un marco finito y el colchón como lienzo donde no tengo nada para pintar. Duermo ahí, y punto. Y acá viene la decisión: cambio la cama por una individual o me sigo comiendo este elefante blanco ahí al reverendísimo pedo, pero con potencial para ser compartido si el planeta cambia de órbita o algo así.
¿Cómo hace uno para bajar los brazos con algo que se siente tan profundamente necesario? ¿Cómo le explico a mi estómago que no va a comer más, que de acá en más es apenas una solución nutritiva aplicada intravenosa, y a la mierda los sentimientos? No es que no sea fácil: no es posible. No puedo explicármelo porque no puedo aceptarlo, ni desentenderme de una necesidad tan íntima y que me define: compartirme y compartir mi vida con ese alguien especial. Miro para atrás y las parejas que tuve, y no lamento haberme separado de ellas; lo que lamento que es que ninguna era la indicada... the one, y sigo vagando en una neblina cada vez más densa y donde me encuentro cada vez con menos candidatas. Y en pandemia esa neblina es más como dulce de leche.
La vida es un viaje alucinante. Me la paso aprendiendo idiomas o perfeccionando los que ya aprendí. Saco fotos y me dedico a mi arte. Ando en moto. Charlo con gente. Me esfuerzo muchísimo en mejorar mi carácter. Leo de política y de historia y de muchas otras cosas. Es fascinante, pero a medida que uno aumenta su nivel cultural se hace más difícil entablar conexión con gente a la que simplemente no le interesa salir de los pocos caracteres que entran en la pantalla de un teléfono. También cultivo la disciplina y el respeto, cosa que en la sociedad argentina de 2021 significa ser un paria. Los factores se acumulan, multiplicando su efecto y bajando mis probabilidades de encontrar the one a niveles homeopáticos. Y no solamente en el tema pareja sino también en amigos en general. Hace ya un par de años que aterricé y no logro cultivar una amistad significativa. La gente está demasiado ocupada tratando no ya de progresar, sino de sobrevivir en un ambiente socio-económico diseñado y refinado para guillotinar a cualquiera que ose asomar la cabeza. No sé qué hacer.

miércoles, 7 de abril de 2021

y perfeccionista

¿Cómo empezar?... Esto es una vuelta de rosca a esto.
No me gusto. No me llevo bien ni conmigo y, casi inevitablemente, tampoco con los demás. Si veo que me llevo bien con algunas personas automáticamente intento atesorarlas, hacerme amigo y conservarlas en mi vida. A veces funciona, a veces no. Los seres humanos me dan miedo y por buenos motivos.
Tratando de no caer en la victimización, el hecho es que cuando nací me encontré con que una de las dos personas que tenían que cuidarme "se ha retirado/está en una reunión/se fue de vacaciones/está enfermo/no, no dejó dicho cuándo vuelve". Ya empezó mal la cosa. Me contaba un terapeuta que entre los 4 y los 8 años de edad los chicos empiezan a entender que hay dos sexos diferentes y además de identificarse con uno u otro miran a uno de sus progenitores y lo toman como modelo para desarrollar y afianzar su identidad, no solamente sexual sino también en un abanico de aspectos mucho más grande: honestidad, actitud frente a los problemas, hacia el prójimo, con el dinero, ética de trabajo... un montón de cosas. Hoy en día este tema específico de la identidad sexual y su rémora, la identidad de género, está espantosamente contaminado por ideologías y fanatismos que arbitrariamente agregan órdenes de magnitud a variaciones que en realidad son ínfimas en cantidad y relevancia para la sociedad, y se banalizan a capricho y placer de gente que ni sabe del tema ni se dan cuenta del daño que hacen a los que realmente necesitan apoyo con estas cosas. Nos meten sus opiniones como el alimento a los pobres gansos que se crían para foie gras. Al margen de eso, extrañamente no tengo ninguna cuestión abierta sobre mi sexo o mi género, genotipos, fenotipos y todas esas cuestiones, pero sí una serie de rasgos que me falta desarrollar y miedos que están fuera de proporción, así como mi inhabilidad para lidiar con ciertas cosas: conflictos, inseguridades, sensibilidades... cosas así. Ejemplo tonto: mi mamá fue la que me enseñó a afeitarme.
Fui a un colegio elitista. Fantástica educación, pero religioso y elitista, lleno de cretinos crueles (todos los chicos lo son) pero además arrogantes, que cuando se enteraron de que me hacía pis encima me segregaron, acosaron y defenestraron. O sea... lo normal. Y yo era inteligente y sensible. Genial combinación. Solía entender temas más rápido, me acordaba de todo, y no soportaba pensar como el resto ni mucho menos que el resto pensara por mí. Nunca, nunca logré encajar en esa manada, y creo que en ninguna otra, para ser honesto. Me duele mucho eso. Uno no llega a desarrollar la sensación de pertenencia porque hay algo que no encaja, y cuando uno es chico piensa que es uno el defectuoso, y no todo el resto. Sí, estadísticamente es más difícil que sean muchos los idiotas equivocados en lugar de uno, pero en retrospectiva...
Siguiendo con la cronología, dos días antes de cumplir 12 años tuve una operación seria que me tuvo en cama unos 6 meses. En ese tiempo no recuerdo haber recibido visitas; seguramente habré tenido algunas, pero la verdad es que no me recuerdo. Mi abuelo me ayudó a desarrollar el amor por los libros así que leí muchos, y sobre todo se profundizó mi tendencia a la introspección y al desconfiar de las personas. Adelantando el casete (pucha que soy viejo), soy un adulto que no tiene la menor idea de cómo desenvolverme en compañía sin chocar con los demás. Me cuesta muchísimo mantener las pocas relaciones que logro establecer, y siempre demando paciencia y cuidado de los que me rodean y también un esfuerzo enorme de mi parte. Tengo que compensar mi falta de capacidad y paciencia con los demás, con un montón de estrategias para no explotar o molestarlos.
No me gusta conocer gente, no me gusto yo, no me gusta que me conozcan. Creo que veo inevitable que me dejen una vez que sepan cómo soy. Trato de caminar derecho, erguido, para que me acepten. Me cultivo como persona (aprendo idiomas, acumulo títulos, educo a mi perro...) para que me acepten. Hago un montón de cosas para ser agradable a primera vista y estirar lo más posible el período inicial en que la gente me acepta, hasta que me conocen bien. La idea subconsciente, y con los años cada vez más consciente, es compensar lo que yo percibo como una falta de valor en mi persona, una pila de defectos que me hacen, tarde o temprano, execrable a los ojos del mundo. Inaceptable. Imposible de querer. Inmerecedor de cariño.
Por supuesto que tengo familiares, amigos y conocidos que me quieren, pero según yo, en mi corazón de corazones, es porque no saben lo que soy realmente. O no conocen a nadie más y tienen que resignarse conmigo. O porque se olvidan que cualquiera podría hacer eso que les gustó, o que muchos lo pueden hacer mejor, o que me salió así de casualidad, o que no vieron las otras cosas que hice mal, o que... Mi terapeuta una vez me dijo 7 excusas típicas que usan los que tienen baja autoestima para responder a un cumplido. Fue triste, escalofriante.
Mi teoría personal (seguro que algún profesional de la salud mental me lo retrucaría) es que las experiencias que uno tiene al principio en cualquier tema, forman el cableado, el hardware, y lo que uno aprende después es una especie de software que se le pone encima. Parches, arreglos, suplementos, pero nunca queda o funciona como algo que hubiera sido bien hecho de movida. Hoy en día intento recordarme que soy esto o aquello que me hace valioso, pero subyace siempre el íntimo convencimiento de que en realidad no valgo nada. No es que lo creo: lo sé. Y el que opine distinto es porque no me conoce lo suficiente. Lo escribo y lo leo y admito que es una idiotez, pero así es como funciona en mí.
Uy, uy, uy...