sábado, 2 de abril de 2022

tormenta perfecta

¿Qué significa ser buena persona? ¿Y mala persona? Yo tampoco sé muy bien, pero la semana pasada tuve una recaída de depresión y pensé en el tema unos días, y buscando definiciones me gustó una frase que escuché y que me deja más tranquilo: los dos hacen cosas malas, la diferencia es que una buena persona se preocupa por mejorar. Eso es hermoso. Una persona buena se preocupa por haber herido a alguien. Tiene conciencia, y por eso le es importante disculparse, en lo posible reparar el daño, y ser mejor la próxima.
Perro me pone a prueba constantemente. No es que lo hace a propósito y con el objetivo de hacerme replantearme la calidad de persona que soy, sino que con su humildad y nobleza me "obliga" a estar a su altura, porque siento que se merece  ser correspondido con la misma moneda. Me enseña constantemente a no guardar rencores, a mirar el valor último de nuestra relación y el hecho de que, si me hace algo malo (sin querer, obviamente) o yo a él, lo más importante es que somos nosotros, él y yo, los que componemos esta dupla espectacular y eso es lo que hay que atesorar.
A veces (esta mañana, para ser específicos) se me juntan cosas y el pobre, por una pavada, recibe toda mi frustración y furia. Hoy en particular venía juntando azufre por un puto portalámparas que no quería que lo conectara, un plomero que me viene bicicleteando hace 3 días, el plomero original que no levanta el puto teléfono para hacerse cargo, el techista que se ofende si lo "molesto" porque el techo que me hizo gotea (necio, lento y arrogante), los últimos clientes que dejaron la cocina estilo Mariúpol, la de la inmobiliaria que también se ofende si le digo que no me mande gente así, sobre todo si me preguntó un par de cosas que le habían dicho y que indicaban que esto era una posibilidad cierta, y se cagó olímpicamente en mi negativa a recibirlos en esas condiciones. Y el pobre perro no tuvo mejor idea que embarrarse hasta las orejas preciosas que tiene y entrar a la cabaña a supervisarme mientras yo trataba de despegar del cielo raso restos de palta, arroz y no-sé-ni-quiero-saber-qué-más. Una hora me llevó solamente lavar los platos y cubiertos, otra hora las cacerolas, ensaladeras y eso, y todavía no toqué el horno, las paredes, el extractor, la heladera, los cajones, la mesada o el piso. Estaba un poquito molesto, tratando de contenerme, pero el pobre vino e hizo una chispita y exploté. Le pegué tal grito que se echó un chorrito de pis. El grito fue mi válvula de escape, y él fue el inmerecedor destinatario.
Algo que tampoco ayuda a mis reacciones es lo que mencioné de pasada al principio: estoy en una pequeña crisis depresiva. Una tormenta perfecta de factores para los que, a pesar de lo que no entiende Hermana, no hay pastillita ni paseo que ayude. La vida a veces es difícil y si uno se pone a desarmar el equipaje ahí donde se traba, nunca va a ir a ningún lado. Así que contacté a otro techista, gasté plata a lo pavote para comprar un par de cosas que vengo bicicleteando por miedo a tocar mis ahorros, y me puse a reconstruir la cocina y el resto de la propiedad y llamé a la señora que viene a veces para que se ocupe del baño y un par de cosas más. Entre los dos la vamos a dejar pipí cucú.
Tratando de disolver un poquito del mármol que Hermana tiene en la cabeza y que entienda mejor cómo funciona el tema de la depresión, le expliqué un par de cosas para las cuales tuve que meditar antes de hacer el intento de articularlas. Reproduzco un par, porque por ahí a alguien les resultan útiles.
La depresión no es tristeza, sino ausencia de sentimientos. La tristeza, de hecho, es un lujo comparada con la depresión. La tristeza puede combatirse con alegría, la depresión no. A los efectos médicos, supongo, o para no romper demasiado las bolas con semántica, se habla de la depresión como si fuera una enfermedad, pero en realidad no lo es: es un síntoma. Funciona como una alarma que indica, lamentablemente sin ninguna precisión que ayude a rastrear la causa, que algo en nuestro espíritu está quebrado y no funciona. En algún momento de nuestra historia se produjo un evento, una dislocación, que viene arrastrando e incubándose desde hace tiempo y hace que eventualmente nos caigamos de la vida como se puede caer algo de carga de un camión cuando pasa por un bache. ¿Qué se cayó? Hay que frenar y volver y mirar en la ruta, a los costados, atrás y más atrás, abajo de una piedra, atrás de un árbol... nunca se sabe. Y ojalá fuera tan simple como encontrar lo que se calló, volver a cargarlo, esta vez bien atado, y seguir camino. El ser humano no es tan resiliente y menos las personas que se deprimen, que solemos ser más sensibles y nostálgicas.
Dejando la metáfora, el estrés consume energía y, además, la capacidad de recuperación también se reduce. Baja la resiliencia. Eso, por alguna cruel conexión, va también desactivando la capacidad de sentir y uno se entumece emocionalmente y no puede sufrir ni disfrutar las cosas. El negro y el blanco se vuelven gris y es un asco, porque todo da igual. Un balazo en la cabeza o sexo con Brooklyn Decker son opciones casi indistinguibles. No hay contraste entre amenaza o promesa, mucho menos entre dos tipos de pizza. ¿Para qué vivir? Si alguien con depresión termina suicidándose, los demás sienten lástima; los deprimidos experimentamos alivio y envidia.
Hermana me preguntó si fui al médico. El médico diagnostica y trata. Cuando uno tiene depresión y estuvo 5 años medianamente bien usados en terapia, conoce el diagnóstico, sabe que un episodio depresivo es síntoma de que algo anda mal últimamente, aprendió a reconocer rápido las señales de que se está metiendo en un episodio depresivo, y también técnicas para amortiguar la caída mientras rastrea el problema y en la medida de lo posible lo corrige.
Por suerte, uno de los factores que están fuera de nuestro control, el clima, y que estuvo inmundo por varios días, se compuso y ahora brilla un sol que ayuda bastante. Y del resto me estoy ocupando.

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