sábado, 9 de julio de 2022

boccato di cardinale

A veces Siempre me preguntan por qué volví.
Por estúpido.
Por los afectos.
Por Mar del Plata.
Por Argentina.
Por las argentinas.
Por la gente.
Por los alemanes.

Obviamente la respuesta no es una sola de esas opciones sino una mezcla, en las proporciones que mi cabeza recuerde que me afectaban en aquel entonces. Depende el momento me acuerdo que estaba solo, que estaba depre, que extrañaba el mar, o las reuniones, o que no me miren como si mi respiración fuera radioactiva.
A pesar de que tenía bien presente el viejo dicho de que "no siempre el pasto es más verde del otro lado", uno no puede decidir ser objetivo. Pero sí se puede intentar serlo. Algunas de esas cosas ahora veo que no eran tan así, o que me quedé corto, o que directamente había otros factores que no incluí en el análisis. Pero siempre traté de no ignorar lo malo que veía cuando venía de vacaciones, ni olvidarme o no apreciar todo lo bueno que tenía en Alemania, que era mucho. No voy a repetir qué había en un grupo u otro de cosas porque me la paso escribiendo del tema y no viene al caso, pero esta semana tuve un buen recordatorio de por qué me volví, qué buscaba con la movida que armé y con todo lo que dejé. Qué esperaba que me esperara al llegar. No me alcanza para cambiar mi postura pesimista actual, pero tengo que apreciar el evento y atesorarlo, además, porque con mi encantadora personalidad no me encuentro en esas circunstancias muy a menudo.
Alquilé una de mis cabañas a un equipo de filmación que está haciendo una serie de cortometrajes sobre la dualidad de la vida de los que presentan una existencia idílica en las redes sociales para después caerse a pedazos cuando se apaga la cámara. En mi ignorancia y prejuicio, aunque (en mi defensa) basado en mi experiencia de lo que predomina en Argentina, creía que iban a ser 3 o 4 aficionados con un rejunte de equipo tipo una cámara, un par de luces y listo. Pero en lugar de eso vinieron 14 personas, equipo como para el siguiente Voodoo Lounge Tour de los Rolling Stones, y llegaron puntuales. Tenían tantas luces que el lugar parecía Cabo Cañaveral cuando hay un despegue nocturno. Pusieron la casa patas para arriba, cambiaron todo de lugar (hasta los foquitos de las lámparas) y cuando se fueron no solamente dejaron todo exactamente como lo encontraron, sino además impecablemente limpio. El productor, el responsable de ese equipo de gente tan profesional, es un tipo que me causó admiración no solamente por su ética de trabajo sino por su capacidad para encontrar y reclutar gente de ese calibre en un menú de opciones como el que ofrece esta sociedad. No easy feat.
Para coronar esta experiencia con ellos, me hicieron el honor de invitarme a la celebración que hicieron la última noche de filmación. Primero, tuve la oportunidad de estar ahí mientras hacían las últimas tomas y pude presenciar todo el proceso. Después, como este fue el 8vo y último capítulo de una serie de cortometrajes, hicieron una choripaneada de esas que te hacen matarte de risa de los restaurantes con estrellas Michelin. La mezcla de profesionalismo, camaradería y calidez humana me abrumaron. Casi no dije palabras en toda la noche, por una mezcla de mi típica timidez en esas circunstancias y admiración por esa gente, todo lo cual resultó en saber que eso que me empujó a volver no era un mito, una idealización, sino que realmente existe. Sí, es triste que exista en una proporción tan ínfima e insuficiente para timonear todo el barco, pero existe. Además de que lo aprecio, me llena de esperanza. Si esa gente todavía existe y hasta prospera en este caldo, todavía hay esperanza.
Quién podía pensar que un humilde choripán (por más que fuera con morrón y queso) con salsa criolla y una ensalada de rúcula pudieran ser tan ricos.

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