jueves, 6 de octubre de 2022

lecciones

Amor.
Humildad
Paciencia.
Lealtad.
Nobleza.
Gentileza.
Sinceridad.
Consuelo.
Delicadeza.
Compañía.
Generosidad.

11 palabras. Un número primo, que siempre me gustan, esos. Las palabras en esa lista representan apenas algunas de las cualidades de Perro, y son las primeras que se me ocurren cuando pienso en él y en su carácter y en todo lo que me da. Pero lo más importante que hace por mí cada día es lo que dice la del título: me regala lecciones. Con su imposibilidad de comunicarse verbalmente (salvo algún ladrido para avisarme que la peligrosísima vecina asesina y devora-ovejas acaba de entrar a su departamento), todo lo hace con hechos, no palabras. No disimula su alegría cuando vuelvo del supermercado, o sus ganas de que lo mime cuando me da patazos® en la pierna o el brazo, ni su miedo cuando se me caen las llaves, porque no está seguro de si es uno de mis días pedorros y voy a detonar, o, demasiado excepcionalmente, no va a pasar nada.
Al margen de si me despierto temprano por algún asocial que pasó con su motito de mierrrda a las 6:37 am, como todas las mañanas, o con dolor de cabeza porque se me alteró el hígado por millonésima vez esa semana, o lo que sea que esté compitiendo en ese momento para cagarme la existencia, mi día empieza con Perro viniendo a mi pieza al menor indicio de un cambio de ritmo en mi respiración y pidiendo mimos, moviendo la cola, trayéndome un juguete y sonriéndome con esa dulzura diabética que parece imposible de meter en un paquetito de apenas 24 kg.
Tengo días en que le pido perdón por haberlo adoptado yo y no haber dejado que lo adopte otro, más normal, menos agresivo, menos inestable. Tengo muchos otros días donde le digo "gracias", así, en voz alta, por estar ahí, acá, en mi vida. Por tolerarme... más que eso, por mirarme como me mira, por esperarme, por cuidarme, por ser él. No hay Borges que pueda expresar a Perro en palabras. Y me quiere a mí. Me eligió a mí, y me elige cada día.
Absolutamente increíble.
Me es claro que lo mínimo que puedo hacer es honrar eso y hacer todo lo posible por merecérmelo. Por eso es que trato de mejorar mi carácter, de construir un mejor yo. No es cuestión solamente de hablarle con vos dulce como si no pasara nada: tiene oído demasiado fino y es demasiado vivo para caer en esa trampa infantil. Me empuja a trabajar en mi esencia, mi núcleo, casi diría mi alma, pero no es eso. Estoy tratando de traducir del inglés la palabra que en realidad describe lo que quiero mejorar: mi core. No soy malo o defectuoso (quizás un poquito... de ambos), pero soy un desastre a la hora de digerir eventos. Mi sistema para lidiar con las cosas es un manojo de cables pelados haciendo cortocircuito y largando chispas. Me doy pena. En mi psique comparten residencia un montón de cualidades con fantasmas enterrados hace mucho, y el resultado, que mantengo bien en secreto, hace que una novela de Stephen King parezca un episodio de Los Pitufos. Pero cada vez que me encuentro en lo peor de todo eso, miro para abajo y ahí mirándome con amor está Perro sentado, sonriendo (¿sabías que un perro puede sonreír?... porque yo no tenía idea), esperando que me calme un poquito nomás para venir a apoyar su cabeza en mí, y todo lo malo se disipa. No sabía que existía eso, y ojalá alguien me hubiera avisado antes así salía corriendo a buscar uno de estos ángeles con pelos en lugar de plumas. Probablemente estaría bastante más sano mentalmente, quizás incluso hubiera soportado seguir en Alemania, y en este momento estaría mucho mejor económicamente y, quiero pensar, en pareja. Pero quién sabe, es perder un poco el tiempo pensar en eso y realmente no me tienta. Estoy donde estoy y prefiero aprovechar la vuelta en esta calesita y preparar un nuevo comienzo en otro lado, down under o donde sea.
Perro me enseña con el ejemplo. Me enseña a ser paciente, a no frustrarme, a aceptar las cosas sin obsesionarme con lo malo que ya pasó sino vivir el presente. No todo funciona y no todo puedo hacerlo como él, pero es la luz al final del túnel hacia la que voy como una polillita. Quizás con pesimismo respecto a mis propias limitaciones, quizás con admiración hacia su carácter, sé que esa luz es simplemente mi guía, no mi destino. Y eso ya es mucho.

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