lunes, 26 de septiembre de 2022

Chuck Lorre Productions, #620

People prefer to be right. Right feels good. It's empowering. Wrong feels awful. And this is by design. Evolution rewards being right and punishes being wrong. The foraging monobrows who looked up from the berry bush and said “That’s a predator, run away”, had a better chance of passing on their genes than the Alley Oops who said “No, it’s just a big pussycat with an unfortunate overbite”. (They were more likely to become virgins tartare.) In other words, wrong equals death. If you’re wrong enough, you get excused from the planet. This explains why it’s almost impossible to change people’s minds. In order to have a shift in perspective, one must first admit to being wrong. That’s extremely hard to do. History is filled with people who chose to cause unbelievable carnage rather than consider the possibility that they’ve misjudged a situation (I’m talking about you Imperial Japan, Deutschland über alles, and The Confederate States of America). Which is why I fear for our future. None of us are willing to be wrong. The very idea of it is inconceivable. Unless, of course, some enlightened soul came along and proposed an alternative to the polarity of right and wrong. Perhaps the idea of Neither. A middle way leading to peace, serenity and joy. And if we were again to use history as a guide, we would most likely decide the Enlightened One was wrong, then we would kill Him, then we would worship Him, the we would kill anyone who didn’t agree that ours was the true faith. Which would allow us to be… yep, you got it… righteous.
Resulta que Chuck Lorre es un productor que ha regalado a la humanidad genialidades como The Big Bang Theory (la serie de televisión, no la teoría; ese fue un físico ucraniano que se llamaba Georgiy Gamov) y The Kominsky Method. La primera es una de las pocas series que no recurre al sexo para hacer humor (como Friends, que se volvió tediosa) y tiene como uno de sus protagonistas a un personaje que con sus muchos defectos, y quizás precisamente por ellos, es un modelo de ser humano, mientras que la segunda contiene algunos de los mejores diálogos dichos frente a una cámara en la historia de las cámaras (digamos 1816).
En The Big Bang Theory, al final de cada capítulo pasan los títulos (actores, camarógrafos, etc.) y al final de eso, muy fugazmente, ilegible, una lámina con texto que parece escrito a máquina. Y el tipo las numera. Esta que reproduje es la # 620, a un par de capítulos del final de la serie, que duró 13 temporadas y podría haber seguido.
O sea, un genio el Chuck.
Tejido en lo que escribió está mezclado mi visión de que, si bien errar es humano y por eso se asume como inevitable, la verdad es que siempre me sonó a excusa para no esforzarse por mejorar y en lugar de eso dejar que el mundo cargue con nuestra pereza. Con el tiempo aprendí que en realidad errar es parte esencial del proceso de aprendizaje, y lo más inteligente es capitalizar los errores. Pero esto no nos exime de lidiar con las consecuencias y de pedir disculpas; lo que es más, es una soberana imbecilidad enojarse con quien nos llama la atención de nuestro error. Respetar una regla de convivencia no es respetar unas gotas de tinta impregnadas en celulosa y agua: es respetar a otros seres humanos. En Argentina no se ve (no nos enseñan a ver) la relación entre un daño a otro ser humano y una regla ignorada, con la consecuencia de que cuando uno le llama la atención a un argentino por no seguir una regla en aquellas ocasiones en que no pasó algo, te miran como si fueras marciano y con suerte sólo eso.
Cada vez más vemos cómo las reglas se ignoran, la autoridad se disipa y
se cultiva la arrogancia de pisar al prójimo, regla o no regla. En particular, hoy en día vemos cómo algunos, en posiciones de poder bien abusadas y violadas, en lugar de darse por satisfechos, meter en una canasta todo lo que se robaron y retirarse, se encaraman a sus fueros y en el proceso de atrincherarse contra las penas previstas si los agarran, hacen mierda las instituciones que simplemente hacen su trabajo. Asistir a este espectáculo me está matando. Y cuando uno vivió en países donde su población hace siglos que tiene esa relación (romper regla causar daño consecuencias) grabada en la cabeza, vivir en estas condiciones es natación mental en dulce de leche. Y yo no me llevo bien con el estrés, por decirlo suavemente.
En el pasado, acumulada por factores que pertenecen a la vida misma,
la frustración hacía que cada 5 años rompiera un teclado de computadora. El teclado es lo más barato, el equivalente a u$d 10 en un equipo de u$d 500 o 1000, así que en un dejo de racionalidad en mis momentos de furia, siempre tuve el tino de agarrármela con ese componente y no con el CPU, por ejemplo. Sería mucho más pobre si no hubiera sido el caso. Varios teclados han visto mis berrinches desde la más desfavorable de las plateas.
Desde que volví a Argentina, junto con los problemas de hígado, estas cosas han ido haciéndose más y más frecuentes, al punto de que, para mi vergüenza y a pesar de mis mejores esfuerzos en controlar el asunto, pueden llegar a pasar varias veces en un día. No rompo cosas, o no muchas, no caras, pero en mis accesos de furia he llegado a lastimarme. En este momento tengo problemas para tipear la coma y la barra espaciadora en el teclado porque involucra doblar el dedo mayor  o apoyar el costado externo del pulgar, que los tengo vendados gracias a una discusión que tuvieron con la mesada. El mármol, descubrieron mis dedos, es más duro que la articulación entre las falanges media y proximal, por ejemplo. Si se me cae un poco de agua cuando le lavo el bebedero a Perro, o se me vuela un papelito, o la solapa del abrigo está dada vuelta... infinidad de pequeñeces parecen detonar un Vesubio interior y me supera. Es triste y denigrante, y por más que me esfuerce en calmarme no hago más que acumular, y Perro, que es el ser más gentil, humilde y noble que conozco, un ángel de cuatro patas, al menor respiro que no coincida con mis expectativas se transforma en receptor de mi locura. No es que me vuelvo violento con él, al menos no físicamente, pero he llegado a gritarle. A ver... tiene que hacer algo mal, no es que me invento su falencia, pero es una cuestión de proporción: él hace cosas "mal" de vez en cuando, como alejarse de mí mientras cruzamos la calle o no responder cuando lo llamo, pero el problema es mi reacción nuclear a cosas que no deberían pasar de una mirada recriminatoria.
Afortunadamente, creo, estoy entrenado para funcionar como ingeniero, lo que implica una dedicación a encontrar la verdad y no lo que me haga sentirme superior. Un ingeniero plantea ideas a sus colegas para encontrar los puntos débiles y corregirlos, no para impresionarlos. Esta filosofía de la búsqueda de la verdad se traslada al resto de mi vida, y desde ese punto de vista, lo que me está pasando es claramente un problema mío, no de Perro ni de los detonantes con los que me cruzo. Soy una bestia execrable, un violento irredimible, una porquería imperdonable.
No. Error. No soy tan malo como creía.
Hace algunas semanas me sometí a una pericia psicológica. Estoy litigando legalmente con una empresa y mi abogado quiere demostrar que el tema, además de consecuencias objetivas, cuantificables en dinero, también tiene severas consecuencias en mi estado de ánimo y mi calidad de vida. Ergo: pericia psicológica, que consistió esencialmente en
diversas pruebas y dos entrevistas con una profesional, que me explicó que mi (o la de cualquiera) capacidad de absorber estrés tiene un límite, y está mayormente ocupada por este problema que generó el litigio legal. Los problemas cotidianos y perfectamente manejables encuentran la pileta casi llena y la desbordan demasiado fácil. Los desbordes que yo veo no son porque soy un imbécil, intolerante, incapaz, sino porque soy humano y por más actitud positiva que tenga no voy a conseguir vaciar mi mente como si fuera un inodoro, que uno aprieta el botón, usa el agua, y vuelta a empezar. Podré tener menos capacidad que otros para aguantar problemas, pero no soy mala persona, o violento, o inútil. Esto es muy serio y tiene consecuencias terribles. A pesar de que lo hablé con amigos y confesaron hacer lo mismo, hace tiempo que vengo despreciándome por este asunto y socava mi exigua autoestima.
Pero, y esto me trae a escribir hoy acá, en los últimos tres años se ha vuelto cada vez peor lo de mis ataques de furia, y proporcionalmente creció lo mal que me siento conmigo mismo por mi estado emocional y mi ineptitud a la hora de lidiar con el estrés, con el nada pequeño detalle de que me siento peor por la forma en que afecto a Perro. Él no merece esto, todo lo contrario. Y ni siquiera se queja, pero veo (no estoy seguro de que esté ahí, pero yo lo veo) en sus ojos el miedo que me tiene a veces, demasiadas veces. No es un miedo a lo que le pueda hacer a él, porque sabe que no le voy a hacer nada malo, pero sí miedo a mis ataques de locura. Eso no le puede gustar a nadie, y él es muy sensible y se asusta, y tengo la teoría de que sobre todo sufre por mí, porque me ve mal. Y las veces en que no ha sido solamente espectador sino que, por ejemplo, lo he retado más de lo justificable, después de un rato es él el que viene y me pone la patita o el hocico y busca reconfortarme. Puede estar despertándose de una borrachera, con dolor de cabeza, vómitos y diarrea, y todavía va a ser más empático de lo que yo puedo soñar con ser. He aprendido más de él a ser humano que de casi la totalidad de humanos que conocí en mi vida, y ese casi es una cortesía difícil de fundamentar.
Gracias a él y a mi profundo compromiso y dedicación a cincelar mi persona, es que estoy logrando avances y aprendiendo a navegar las tormentas emocionales y mentales que sufro. Difícil, complicado y frustrante, y lleno de errores, pero de a poco voy evolucionando hacia algo más potable. Dos cosas no ayudan: el estado de las cosas en Argentina, que además de no haber luz, tampoco se la ve al final del túnel, y el litigio ese que comentaba, que quizás valga la pena mencionar que se trata nada menos que del lugar donde vivo, un departamento hecho a los hachazos por estúpidos incompetentes mal pagos,
construido con materiales de descarte, dirigidos por un mono capuchino que se desayunaba con psicodélicos, y vendido (promocionado y cobrado) como si fuera Versalles. Y ese se supone que es mi castillo, mi cueva, mi refugio, donde puedo olvidarme del mundo exterior y relajarme. Y eso no funciona. En términos académicos, es lo que se llama una soberana mierda.

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