domingo, 18 de diciembre de 2022

mi guía

 "Serás lo que debas ser, o no serás nada." - Gral. José de San Martín (1778-1850)

Primero, entonces, uno tiene que saber qué quiere ser, ¿no? ¿Y de dónde sacamos eso? Mirando para adentro, por ejemplo. Ok, suponete que la tenés, que sabés lo que querés ser. ¿Y si lo que querés ser es una burrada, malo, ridículo, irrelevante? Por eso uno tiene modelos a seguir. Para un hombre, la primera alternativa sería Batman, obviamente, o el padre (no el de Batman, el de uno). En mi caso, fue mi abuelo materno. Y es demasiado poco, porque uno no puede cotejar y elegir. No tuve contacto ni con mi padre ni con su familia. Mi abuelo era el único hombre presente en mi vida. Tuve un tío, buen tipo, pero no figuraba. Soltero, sin hijos (que hayamos sabido), traumado; sí debo admitir (empiezo a recordar ahora mismo mientras escribo) que alguna que otra vez se sentó a aconsejarme, y aunque haya sido en dosis homeopáticas o no haya estado del todo de acuerdo con lo que me dijo, me hizo bien. Pero el gran rol ahí lo jugó mi abuelo.
Como decía, el problema fue que era un personaje particular, específico, con algunas características que yo no tuve con quién cotejar para filtrar y quedarme con lo que me pareciera bueno y descartar lo que no. Tampoco, al no tener otros modelos, podía contar con alternativas que llenaran los huecos de lo que no quisiera adoptar de mi abuelo. Ejemplo: alguien me insulta. ¿Le devuelvo el insulto, le pego, sigo caminando? Mi abuelo le hubiera pegado, y eso es algo con lo que yo no comulgo, pero eran otras épocas y esa era fácil de distinguir. Ahora bien, ¿qué hacer? No sé, no tuve nunca de dónde sacar alternativas. Al día de hoy me cuesta mucho lidiar con agresiones, no sé para dónde agarrar. No entiendo cuándo huir, cuándo pelear, cuándo hacerme el muerto. No sé (sí sé, pero no encuentro mucho quorum) cuándo tengo que pedir por favor y cuándo no. Para colmo, soy inteligente, así que las demás personas en general me parecen estúpidas, y no tengo la paciencia para aguantar cuando se cagan en el prójimo y andar con delicadezas y explicar con pedagogía. Mi abuelo era machista (mi abuela, más) y a mí eso no me va. Poner a una persona en un altar o tratarla como discapacitada por ser mujer (votás, manejás un vehículo, ganás lo mismo por igual actividad... quedate con la orquesta y cedeme tu asiento en el próximo bote salvavidas), o exigirle más y adjudicarle determinadas responsabilidades a otra persona por ser hombre, me parece absolutamente ridículo. Más ridículo me parece el sentido de sororidad o que alguien salte a defender a una mujer sin más argumento que el "es una dama". O que piense que las diferencias se dirimen a las trompadas. Mi abuelo era de esos. Yo soy de los que creen que sos un adulto y los adultos se hacen cargo de las consecuencias de sus actos. Opinión poco popularizada, soy consciente.
Pero mi abuelo era una gran persona. Con defectos, pero nunca faltaba a sus creencias y tenía honor y lealtad a sí mismo y a su familia, a la que protegió y proveyó en todo momento y más allá de lo que se le podía exigir.
Me pegó. Me pegaba, porque fue más de una vez. Pero nunca lo hizo por bronca, sino porque lo consideraba su deber. Él creía en esa alternativa o forma de "educación". También muchas veces me llamó para hablar, para decirme lo que sabía de alguna situación en mi vida (si me mandaron una nota del colegio, si me peleé con mi hermana... cosas así) y me explicaba su forma de ver el tema, y siempre cerraba diciéndome que tomara lo que me sirviera y descartara el resto. Nunca me hizo demasiados halagos, pero no escatimaba en elogios cuando hablaba de mí con mi mamá.
Quizás un poco extrañamente, la persona a la que más extraño es él. Al no tener padre, él fue la roca, el amarre, perfecto o no, al que uno podía ir a buscar puerto seguro en cualquier tormenta. Cuando murió, el agujero que dejó fue enorme. Cada uno se lo habrá tomado a su manera en función de su relación con él; pero a mí, más que mi abuelo, se me murió mi guía, la única persona con la estatura que yo necesitaba para decirme cómo mierda navegar en la vida. Mi mamá todavía se queja (con razón) porque muchas veces me dio un consejo y después, cuando mi abuelo me dijo exactamente lo mismo, ahí lo acepté del todo.
Hoy en día encuentro casi todos los aspectos de la vida en Argentina como inferiores a lo que podrían ser. Esta mañana pensaba que podría escribir una novela de un tipo que se levanta a la mañana, desayuna, y en el instante en que sale de su casa atraviesa un portal temporal y retrocede 200 años, o 500, o lo que uno necesite cuando se pone a pensar en detalle en las diferencias que quiere resaltar como escritor. Ese portal, en mi vida, fue el LH510 del 5 de septiembre de 2018. Hace un par de siglos la gente descargaba la palangana del baño (o como mierda se llamara) tirando el contenido por la ventana, sin siquiera avisar. Los médicos no se lavaban las manos después de ir al baño y antes de operar. Ahí estaban los yacimientos de bauxita y hierro, y sin embargo la gente andaba a caballo en lugar de usar aluminio y acero para hacer autos. El litio y las ondas electromagnéticas existen desde el origen mismo del universo, y por mucho tiempo la paloma mensajera fue la versión más rápida de WhatsApp. Pues acá estoy yo, pretendiendo que la gente respete la senda peatonal o los horarios de descanso. O que razonen.
Una típica situación donde necesito un criterio para ver si estoy en lo correcto o no, es cuando alguien se comporta como un imbécil o una porquería de persona, y reacciono con pocas pulgas. Cuando alguien me dice que reaccioné muy fuerte, a mí en realidad me parece que me quedé corto, que debería haber sido más. Ejemplo: una vieja de mierda señora mayor estaba para pagar en un negocio. Le tocaba tercera, yo estaba segundo, y delante de ambos estaba un chico ya pagando. La caja queda en una esquina del negocio y la persona que está pagando queda arrinconada. La señora estaba respirándole en la nuca al pobre flaco (con los casos de COVID cuadruplicándose semana a semana), lo cual también implica que se metió delante de mí. Finalmente, cuando el que pagó quiso irse, no hubo forma de que la vieja, con la esbeltez de una bolsa de 120 kg de manteca semiderretida, se moviera y lo dejara pasar. El flaco pidió permiso, la cajera le explicó a la vieja que esperara su turno, y finalmente yo le pedí que moviera. No había caso. Finalmente el chico logró zafarse y salir, y como todavía no se había movido, le dije a la vieja que se corriera. Ahí es cuando la imbécil de la hija (de tal palo...) me espetó que tenía que pedir "por favor". El resultado del breve intercambio de palabras fue muy satisfactorio pero no hace falta reproducirlo. Lo que me interesa destacar es mi postproceso de la situación, y mi legítima duda de si me comporté correctamente, de si usé el tono, las palabras y la actitud adecuadas. De estas situaciones tengo 10 al día.
¿Dónde estás, abuelo?

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