sábado, 30 de marzo de 2024

querida Buenos Aires

Jueves ida, a llevar a un amigo y pasar unos días con él, y viernes vuelta en lugar de lunes vuelta. Es que aparentemente soy un prick, un asshole y un dick. Esas son las que me acuerdo.
Vino un conocido/amigo/ex-compañero de trabajo a visitarme. Es de Luxemburgo y ahora vive ahí, pero nos conocimos en Múnich mientras trabajábamos en F1. Hace unos 10-12 años el contacto casi murió, aunque de vez en cuando nos mandamos algún mensaje por WhatsApp.
El año pasado se mudó de Oxford, donde estuvo trabajando para el equipo de Mercedes, a su Luxemburgo natal, y esa mudanza fomentó algo más de charla, incluidos audios de hasta 15 minutos. Es un tipo muy agradable y una persona normal enseguida se siente cómoda con él. Una persona normal. Yo, no. Algo, en algún lugar de este laberinto mental tamaño sistema solar que tengo por cabeza me decía que prestara atención. Freud decía que "the more perfect a person is on the outside, the more demons they have on the inside". Y aunque Freud, al que le debemos muchos avances en el tema de la salud mental, no es santo de mi devoción, en mi opinión eso que dijo es un mantra.
Volviendo a mi visitante, vino hace 10 días y se queda hasta este lunes. Nos pasamos una linda semana en mi ciudad, tomando café y en general rascándonos, visitando algún museo, muchos restaurantes y paseando con Perro. Para cerrar, organicé que pasáramos los últimos 4 días en Buenos Aires, la imperdible. Tigre, Teatro Colón, the lot.
El jueves al mediodía, entrando con el auto a Buenos Aires, a punto de cruzar el Riachuelo, se le ocurrió agarrar mi celular para guiarme. Le expliqué que no era necesario, que viví en BsAs varios años y, en una ciudad o conglomerado de 15 millones de habitantes y una superficie más de 5 veces mayor a la de Luxemburgo, el lugar al que íbamos a pernoctar quedaba a 26 metros del departamento de un amigo de la universidad y debo haber ido 200 veces a esa dirección. No lo aceptó. No quería que nos perdiéramos, aparentemente. La realidad es que desde el primer momento, desde que se bajó del LH510, empezó una campaña creciente de críticas a mi persona y algo focalizadas en mi manejo. Que soy agresivo cuando voy en auto (y cuando respiro) no lo discuto; al contrario, me disculpo y trato de bajar el ritmo para no incomodar a mi pasajero. Pero entonces empezó a criticar la distancia a la que dejaba mi costado del auto a la columna de la cochera donde lo guardo. Y la distancia de su lado al auto de al lado. Y al auto de adelante cuando lo dejaba en la calle. Y si ponía el guiño muy sobre la esquina donde iba a doblar, o con demasiada anticipación. Y aparentemente el ángulo de mi espalda (demasiado inclinado hacia adelante, resultó) no era el correcto, e indicaba unívocamente mi agresividad. El hecho de que me encanta inclinarme hacia adelante, que lo hago para ver mejor por los espejos, y que me relaja la espalda donde, además de concentrarse mis muchas tensiones, tengo una operación que me salvó de una vida en silla de ruedas y sin coger, no es relevante. Él me vio manejando 3 segundos y desculó todo lo que hay para saber sobre mí. A la gente le gusta tener de qué agarrarse (y defenderlo a capa y espada) mucho más de lo que les interesa saber la verdad sobre las cosas. Me incluyo, y lo evito todo lo que puedo.
Volviendo a las críticas, las toleré. No me interesa. Me jode que no confíe y se relaje, me rompe las bolas con tanta crítica y comentario sobre cada vez que respiro y me gustaría que se deje llevar y ya, pero si no puede lo comprendo, y tolero que me rompa las pelotas. Más que manejar todo lo tranquilo que me sea posible, no puedo hacer.
Así que mientras me advertía de cada auto cambiando de carril (que en la autopista entrando a BsAs es un millón de veces por minuto), los perros sueltos, las hebras de pasto y las salidas o desviaciones, le pedí que no lo hiciera más, que yo sabía a dónde íbamos y no había ni de qué preocuparse, ni necesidad de indicaciones. Además, hacía rato que no entraba en Buenos Aires y quería demostrarme que podía llegar a donde iba sin ayuda. Que siguiera el navegador, si quería, que me monitoreara, pero que no me diera indicaciones. El sistema de tránsito en Argentina es mucho más tolerante que el europeo cuando uno comete errores. Allá uno se pasa una salida y termina en otro país, acá simplemente das la vuelta en algún lado y perdiste 10 minutos, nada más.
Pero no hubo caso. Le pedí mi teléfono y dijo que no. Extendí la mano para que me lo diera, y lo alejó. Lo que me resultó rarísimo fue que le estaba pidiendo que me diera mi teléfono, no el de él o el aparato de un tercero. Mi teléfono. Así que lo tomé. Se enojó, empezó a decirme cosas muy floreadas y a los gritos. Le pedí que no me insulte y le aclaré que yo no era las cosas que me estaba diciendo, y que prefería que no siguiera en esa línea de comportamiento. Un momento ideal para callarse y repensar el asunto, incluso para que pidiera disculpas por irse de boca. Pero no: prefirió redoblar la apuesta. Ahí me quedó claro lo que piensa realmente de mí y me callé la boca.
Acá me conviene aclarar dos cosas.
La primera, que situaciones así se reducen a que la mayoría de nosotros nos enfrentamos a la decisión entre recular de lo que dijimos y redoblarlo. La gente cree que es su opinión, no que la opinión y uno son dos cosas diferentes. Una vez exteriorizada esa opinión, sienten que estarían perdiendo algo (no sé qué) dando marcha atrás, a tal punto que el pensamiento crítico se les apaga, si es que alguna vez estuvo encendido.
La otra aclaración tiene que ver con el enojo y lo que hace que digamos. La mayor parte de la gente, cuando se enoja, recurre a los insultos, a herir, a atacar a la otra persona. Se sale de lo que efectivamente piensa del otro y abre un cajón donde guarda cosas hirientes, y las blande sin miramientos. Hay (habemos) otros que cuando nos enojamos no recurrimos a ese cajón (que lo tenemos, pero elegimos no abrirlo), aunque podemos llegar a abrir el cajón de cosas que sí pensamos, que sí opinamos de la otra persona y las creemos verdaderas y reales y descriptivas de lo que son o hacen, pero que en condiciones normales no mencionamos porque pueden resultar hirientes, porque no aportan a la interacción o, simplemente, porque no vienen al caso. Eso de andar (hablando mal y pronto) revolviendo mierda para ganar una discusión, mencionando alguna ofensa de hace 7 años y que encima ya se resolvió con una disculpa, una corrección y hasta una compensación, no porta nada. Solamente abre heridas y es un perfecto ejemplo de lo que se diría tóxico. Gracias a una rubia novia que tuve hace 15 años, aprendí a ser mejor que eso. Realmente lo aprendí; no es arrogancia ni voy a recurrir a falsa modestia. Ella me lo enseñó y yo fui lo suficientemente piola de prestar atención, y no ha hecho más que rendir frutos. A costa de haber sido vapuleado muchas veces, esta última incluida, puedo jactarme de no haber herido a otro ser humano gratuitamente refregándole cosas que no vienen al caso o que no reflejan lo que verdaderamente opino de esa persona. Un corolario de esta actitud es que nunca me arrepiento de algo que dije, sino a lo sumo de haberlo dicho. Pero si lo digo, el contenido es real y lo puedo conversar, no necesito desdecirme. Enorme diferencia.
Una tercera cosa que aclarar, una yapa, típico de mí, que me acuerdo de cosas a medida que escribo otras: en 2010 (de los detalles me acuerdo por haberlo charlado anoche con un amigo que lo conoce) fuimos a Italia, a Milán, en un viaje de trabajo. A la vuelta, llegando a Múnich, no recuerdo cuál de los dos iba manejando, él tenía dolor de cabeza y a mí se me ocurrió encender la radio y explotó (él, no la radio). No recuerdo si me insultó, pero me trató bastante para la mierda de alguna manera. Unos días más tarde, algo ayudado por el hecho de que lo evité en la oficina, lo admitió y me pidió disculpas. Ese episodio me vino a la cabeza cuando me dijo que venía a Argentina a visitarme por 12 días, disparó algunas alertas y despertó mi escepticismo.
Total, que llegamos al departamento (sin ayuda del navegador, quisiera destacar) que había reservado, me fui a caminar un rato, me lo crucé un par de veces entrando o saliendo, y cuando verifiqué mi sospecha de que no iba a haber vuelta atrás, decidí irme. No es que no consideré disculparme, sino que de todo corazón no logré descular qué hice tan mal para semejante explosión y abuso verbal. El tema es que la estadía estaba arruinada y no soy tan frío o maduro o lo que sea para seguir compartiendo un lugar con él y lograr disfrutar mi tiempo en Buenos Aires, y no me iba a gastar plata que no tengo en alquilar otro alojamiento, además de que no tenía sentido. Así que disfruté de una cena, una noche de pésimo sueño, un hermoso desayuno acompañado por la mujer más mujer que he visto en meses (aunque sentada en otra mesa, que no supo que existo, y que llegó con el novio, marido o lo que fuera el cerdo cochino ese), junté mis cosas, me subí al auto y me volví a casa, no sin antes dejarle pesos para que se mueva y coma, y organizarle el traslado al aeropuerto el lunes. También le mandé un mensaje explicándole cómo manejarse y que me contacte si necesita algo, y buen viaje.
Buena vida, macho, te envidio muchas cosas menos a vos.

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