martes, 2 de abril de 2024

volviendo a casa

A pesar de haber amputado el 80% de la estadía en Buenos Aires, el hecho es que pasé 36 horas (desde el jueves a la mañana hasta el viernes a la tarde) fuera de Mar del Plata sin Perro, que lo dejé con una amiga que además cuida perros, o una cuida perros que además nos estamos haciendo amigos. Ella también tiene su mundo interior algo resquebrajado y Perro (no un perro: Perro) por supuesto hizo su magia, así que en lugar de ir a buscarlo cuando llegué, me aguanté hasta el domingo. Más o menos. Porque como se fue con la pareja a Sierra de los Padres, fui con la moto (otra muy buena terapia) hasta allá a verlo/s. Me quedé un par de horas solamente y me volví para almorzar en familia, y ya más a la tarde sí lo recuperé definitivamente.
Recapitulando, se lo llevé el miércoles a la noche y supuestamente me lo tenía que dar el lunes a la tarde, una vez que dejara el paquete en Ezeiza y volviera, pero como las cosas resultaron tan pedorramente pedorras, yo también necesitaba mucho de la magia de Perro. Como sea, esas 86 horas fueron el período más largo que estuve sin verlo en los últimos 4 años y un mes, desde que se lo dejé 9 días a mi mamá cuando me fui a dar una vuelta por El Calafate.
El tema de estar sin Perro en casa fue totalmente raro. Me podía mover sin que él me mirara fijo a ver si iba a atreverme a salir sin llevarlo. Podía ir al baño solo, un lujo con el que no contaba desde hacía 6 años, cuando lo traje a mi vida. Podía estirar las piernas abajo del escritorio mientras usaba la computadora. O pasar de la cocina al lavadero sin llevarme puesto el plato de agua. No tenía que salir a las 11 de la noche a dar la última vuelta. Podía manejar como se me daba la gana, doblando y frenando a lo bestia, como debe ser ;) También podía pasar de la cocina a las habitaciones sin tener cuidado de pisarlo, porque le gusta acostarse exactamente en el medio del paso. Incluso pude ir a dar una vuelta en moto y a tomar un café, sin la culpa de abandonarlo en el medio del Sahara por un mes, sin agua o comida; o por lo menos eso es lo que leo en sus ojos cada vez que salgo sin él. Y sin embargo...
¿En serio tengo que explicarlo? Es que me vine a un café con la compu, me puse a escribir, disfruté de mi desayuno, seguí escribiendo, miré con cara de orto al gordo nefasto que se viene a ver videítos a todo volumen en su teléfono, seguí escribiendo, le hice mimos a perro, escribí un poco más, y llegué a este punto donde de pronto se me hizo tan obvio que si un improbable lector llegó hasta acá, no creo que haga falta deletrearle lo idiotamente chata que es la vida sin Perro. No es que no pueda vivirla, ni que no valga la pena, o que le falte sentido, o que sea lo que le da alegría al asunto; es que Perro es un amplificador de cosas lindas y un reductor de cosas feas. Con él, salir a caminar pasa de ser un simple ejercicio saludable a ser toda una aventura, a reírse de cosas que antes ni siquiera veía, y alegrarle la vida a todos los que nos cruzamos. Mezcla de payaso, ángel y bebote, no puedo pedir mejor compañero.

Tema mujeres, o novia: puedo decir que en Buenos Aires hay mujeres extraordinariamente lindas, igual que en Mar del Plata y más, pero además con un poco más de mundo, no tan pueblerinas desubicadas. Ahora cómo hago, es la pregunta, para engancharme con una... no sabo. Pero por lo menos eso quedó establecido, cosa que antes no sabía. Algo es algo. No sé si voy a poder aprovechar ese conocimiento, pero ahora sé que están, que existen.

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