viernes, 19 de enero de 2024

convicción

En la película Sicario, el espectador acompaña a Kate Macer, el personaje de Emily Blunt, mientras ella a su vez cree que acompaña a Alejandro (Benicio del Toro) a matar al jefe de una banda de narcos que mató a su familia. En algún punto, a pesar de la dureza de Alejandro, uno empieza a entender lo siguiente: a veces, para derrotar al verdadero mal no alcanza con ser impecablemente bueno. En determinados casos hay que ensuciarse, hacer cosas malas, duras, crueles, destructivas, viles, pero que parecen ser el único modo de conseguir destruir un mal muy fuerte y aparentemente intocable. El famoso el fin justifica los medios. Esta es una píldora que no es fácil tragar, porque es necesario tener la valentía o lo que sea que haga falta para aceptarla; pero lo que no se puede discutir es la validez del argumento. Quizás al final de la discusión ese argumento se refute, pero en principio es válido y tiene su peso.
Sin ir más lejos, a alguien a quien respeto muchísimo, el general José de San Martín, se le puede achacar haber recurrido a hacer cosas que en función del contexto pueden ser calificadas de deplorables, como matar. Él lo hizo en el curso de la guerra por la independencia y no creo que alguien se lo pueda recriminar legítimamente.
En la esquina donde vivo hay, a media cuadra, una casa que supongo que se la habrán alquilado por el mes de enero a un grupo de chicos jóvenes, en sus veinte, parece. Cada 3-4 días hacen alguna fiesta que dura toda la noche, con música fuerte, cantando a los gritos, y dejan autos estacionados en la vereda impidiendo completamente el paso peatonal. En la vereda de enfrente hay 2 edificios con alarmas de un tipo u otro, o chicharras, o cosas que están diseñadas para hacer ruido y ahí están instaladas, las 24 horas del día metiéndose en los tímpanos de los 500 seres humanos que vivimos en un radio de 50 metros. En ese edificio también hacen fiestas, aunque menos seguido. Mientras tanto, pasan autos con la música a todo volumen y motos con el escape tan ruidoso que a 300 metros impiden la conversación dentro de la casa de uno. Seguramente hay alguna otra cuestión que me estoy olvidando, pero creo que se entiende la idea. La contrapartida de esto, el oponente, si se quiere, el limitante, el mis derechos terminan donde empiezan los de los demás, no existe. El Estado. El servicio de Tránsito de la municipalidad. O, siendo más aventurados, la educación.
Como dijo Borges, sueño con un mundo donde no haga falta el Estado sino que la inteligencia y la ética lo hagan redundante. Lamentablemente, estamos lejos de eso. El Estado, hasta que no se extingan el me cago en el prójimo, el no me da la cabeza y el no sabía, hace falta. Pero en Argentina no está. Y entonces nos jodemos; en particular, nos jodemos los que nos importa el prójimo, nos fijamos y ponemos algo de esfuerzo en no joder, sino en vivir nuestras vidas minimizando nuestra huella salvo para aportar algo al mundo, para cada noche dejarlo ever so slightly better que si no nos hubiéramos levantado de la cama ese día. Nos jodemos porque nos fijamos en respetar al prójimo pero no podemos dormir, cruzar la calle ni tener una conversación en nuestra propia cocina, y no hay a quién mierda recurrir.
¿Y entonces?... Hace unos días salí de mi casa y a la media cuadra alguien había dejado su auto en la puerta de una cochera, cruzado por completo en la vereda. El conductor estaba ahí, entrando al edificio, y le pregunté si iba a dejar el auto ahí. Dijo que sí. Le pregunté si estaba seguro. Dijo que sí. Esperé a que se fuera, y le desinflé completamente una rueda. Simplemente saqué la tapida puse el dedito en la válvula unos 30 segundos. Si hubiera tenido más tiempo y menos ansiedad le hubiera desinflado las 4, y si estuviera más convencido de que el fin justifica los medios, no hubiera usado la válvula para que escape el aire, le hubiera hecho un corte a cada cubierta. Merecido lo tenía, legal o no. Como nos contó mi profesor de derecho en la secundaria sobre su discurso a estudiantes de abogacía cuando estaban por recibirse: si alguna vez se veían forzados a elegir entre Ley y Justicia, que eligieran la última.
Creo que a pesar de que más de uno, que no tiene la menor idea de qué habla, me diría que estuve mal (por haberme excedido), en realidad me quedé corto. Pero todavía no llegué ahí con mi hartazgo ni mis convicciones.

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