viernes, 26 de enero de 2024

una parte

Siempre, y se que a mucha gente le pasa, deseé tener tiempo para hacer lo que se me cante. Diseñé mi vida, sobre todo la parte económica, para poder acceder a ese lujo, renunciando a otros, estudiando mucho, tomando decisiones estratégicas como la de mudarme de Alemania a Argentina, cosas así. Ya tenía esta vida en Alemania cuando renuncié a mi trabajo en 2015, pero era bastante diferente porque mi mente estaba en otra situación de pareja y de depresión, y recién en 2017, con lo de la venta de mi departamento en Múnich, accedí a un montón de plata con la que encarar el proyecto que terminé encarando: las cabañas para alquiler temporario.
Abracé ese proyecto específicamente por dos motivos: primero, porque me gustaba el rubro, el prospecto del trato con la gente y el crecimiento que tanto necesitaba y sigo necesitando en ese aspecto, cierta autoridad en el lugar, la libertad creativa, etc. Si uno tiene un número limitado de unidades, gana lo suficiente pero no está tan ocupado y tiene tiempo libre. El otro motivo era la independencia: me permite gestionar mis tiempos. Si se me da la gana, paro, no tomo más reservas, o dejo un lapso despejado. Y casi todo depende de mí, lo cual para mi manera de ver, lo hace muy satisfactorio. En una empresa como la que yo estaba, era un engranaje ínfimo que apenas podía aspirar a que se enteraran de si me moría, pero nada más; ni hablar de que tuviera algún efecto sobre la marcha de ningún proyecto. Mi depresión tampoco me permitía ser un gran valor para la empresa.
En estas semanas tengo el lugar lleno. Se va uno y a las 4 horas llega el siguiente. Esto sucede una vez por semana y con la suerte de que se coordinaron las dos cabañas, así que esencialmente voy un día, lo paso allá limpiando, cambiando sábanas y toallas, alguna lamparita, despidiendo y dándole la bienvenida a huéspedes, y el resto de los días me quedan libres. Por supuesto que siempre surge algo con internet, o alguien pierde una llave, o se corta la electricidad por una tormenta, o un aire acondicionado se pone rebelde o un paño de pared necesita una mano de pintura, pero en general dispongo de mi tiempo. Un sueño, ¿no? No.
No estoy mal, pero con el estilo de vida que llevo, que incluye una moto que ya en Alemania era una bestia, y que acá, por más que la use poquísimo, los gastos fijos son tremendos, no logro siquiera tener un resto para pagar un seguro de salud. Esto, a los 50, no es demasiado grave, pero con la edad van a aparecer cosas que van a hacer necesario contratar uno y no sé de dónde puedo sacar el presupuesto para eso. También suelo patear otros gastos para adelante, como hice con el cambio de aceite, que lo pospuse un año. Y tengo que ir al dentista. Obviamente que ese no lo pospongo por lo económico sino más que nada porque es el dentista. Como sea, tengo que ir y el dinero que tengo que destinar a eso sale inevitablemente de ahorros que preferiría no tocar.
Tampoco me compro ropa. Ni nada, en realidad. Tuve que hacerle un par de cosas mecánicas al auto para que siga andando, pero las estéticas las tengo ahí, y van acumulándose por la forma en que se maneja y que se hacen las cosas en general en Argentina. Y también porque sé que si hoy le doy una repasada a la pintura, la semana que viene a más tardar tengo 4 marcas nuevas.
Uno de mis escapes a la tranquilidad es irme a un café lindo, donde tengan cosas ricas para desayunar o merendar, y mandarme algo. Soy dulcero y concentro mis salidas en eso. No voy a una pizzería, no tomo alcohol y no tengo con quién salir, así que lo de ir a un café y leer un libro o escribir en la computadora va perfecto, sobre todo ahora que cambió la reglamentación y en muchos lugares se puede entrar con perro. Eso fue un golazo. Dentro del mamarracho impresentable que es Argentina en casi todos los aspectos que dependen de sus ciudadanos, ese está bien.
Por lo demás, no puedo dormir. No con 4 alarmas sonando a metros de mi dormitorio, más Kevin, Brian y Jonathan con sus motitos con escape libre, los imbéciles que se turnan o se coordinan para hacer sus fiestas, etc. Y no es que uno va tranquilo a la cama si no sabés si mañana el precio de la nafta no se duplica, si los depravados del teniente general elucubraron alguna otra cagada para ponerle el palo en la rueda al nuevo gobierno (no vaya a ser que le vaya bien y la vida en Argentina mejore), o si el mayor logro de tu semana es comprar un paquete de pañuelitos descartables con un 30% de reintegro con la tarjeta del Banco Moco, porque es martes de un día primo del mes, con luna llena, y caminaste 72 cuadras para ir al único negocio de la ciudad que tiene esa promoción y te comiste 45 minutos de fila. Sin contar el mega logro que significa volver a tu casa sin que te hayan asaltado, pisado con un auto, o que tu casa todavía esté ahí cuando volvés, y con todo adentro.
Mientras tanto, veo a mis amigos en Europa celebrar el cumpleaños de un hijo, o un nuevo logro en el trabajo o algún emprendimiento de la ciudad donde viven (un puente, un parque renovado)... me pregunto... no, no me pregunto por qué acá no. Si ya sabemos por qué.
Los libros se han transformado en mis amigos. YouTube, a pesar de mi resistencia más simbólica que real, también. Lo mismo que Instagram. Este es más difícil de dosificar porque lo uso por trabajo y lo miro permanentemente a ver si tengo una consulta que derive en reserva. Perro es el gran elemento en mi vida, lo valoro y lo atesoro y a él sí que no le escatimo ningún esfuerzo ni difiero ninguna necesidad que tenga. Desde hace semanas, meses, mi día consiste en despertarme, bañarme (aunque no siempre a la mañana), un rico desayuno, los días de descuento hacer las compras, pasear con Perro hasta que se hace la hora del almuerzo, siesta (ahora empecé a evitarla, a ver si ayuda a dormir mejor a la noche), voy a un café a leer un libro o escribir en la computadora, más salida con Perro, cena, última salida con Perro y a (intentar) dormir. Entre medio, usar la computadora para registrar gastos y perder tiempo en YouTube. Mi asignación de 40 millones de minutos que tenía cuando nací, de los cuales me quedan solamente 13 millones, se ve desperdiciada en por lo menos un 10% en esto de la computadora. Y me olvidaba de que también veo películas, una por día, supongo, probablemente menos.
Eso es todo. Estoy sin proyectos, y a pesar de que tengo tiempo en las manos, no sé en qué usarlo. Lo intento, juro que intento pensar qué puedo hacer, pero es como mirarme al espejo buscando la respuesta de por qué no consigo novia. Sé que podría, simplemente no lo hago. Es especialmente choto cuando uno sabe que la respuesta a un problema está dentro de uno y no puede encontrarla. Sé que la depre está jugando su parte, pero no quiero excusas.
Quiero irme. Estoy muy agradecido por todo lo que tengo, por tener sed y que baste con estirar la mano y mover una perillita y que salga agua potable, o porque tengo un techo propio en una zona no sísmica, o porque Putin no me está tirando con nada. En serio. Pero quiero ir a hacer algo, algo de lo que estaba haciendo en Europa (nada original: ganar plata y viajar y hacer cosas), y en lugar de eso estoy estancado como nunca y con los pies hundiéndose en el barro. No es bueno. Tengo miedo de que la depre tome impulso. No voy a sobrevivir otra vuelta, y cada vez que pienso en la muerte me es cada vez más plausible que no voy a morir de causas naturales. No voy a aguantar.
Eso es una parte de lo que tengo dentro hoy.

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