martes, 8 de febrero de 2022

cuatro años y un día

Ayer Perro cumplió 4. Mi maestro Jedi, mi mejor amigo, compañero, number one fan y viceversa, el que se quedó a mi lado cuando tuve COVID, la criatura más gentil que conozco, mi víctima, mi caja negra.
Cada equis años me surge la fantasía de a qué punto de mi vida regresaría si tuviera una máquina del tiempo o, mejor todavía, si pudiera rebobinarla: cuando decidí ir a un bar donde terminé conociendo a una chica que después se convirtió en mi novia y 2 años más tarde me rompió el corazón, cuando manejé 5 km/h demasiado rápido y me encontré con otro objeto más grande y duro, cosas así. Últimamente, el momento número 1 a candidato para volver sería el día que me dieron a Tobías en Nürnberg y en lugar de ponerlo en la caja sobre el asiento delantero del acompañante, a mi lado, donde pudiera verlo y cuidarlo, lo puse en el baúl como me dijo la señora que me lo vendió y en quien yo, en mi ignorancia, confié pensando que ella sabía. Cuando llegué a Múnich, 140 km y 1 hora 45 minutos después, vi por primera y última vez un perro verde grisáceo de la descompostura, asustado hasta la médula y que no sabía quién era yo, su secuestrador. Cuando finalmente subí a mi departamento y lo puse en el piso, se sentó y se quedó así durante 25 minutos sentado y sin moverse, probablemente porque el piso para él todavía se movía. Lo haría todo, TODO (juntar su caca y su vómito, limpiar su pis del parqué, sacarlo 3 veces a la noche para que aprenda a hacer afuera, gastar el equivalente a un auto en veterinario, juguetes y alimento) solamente para reescribir esa primera parte de nuestra relación. Y para tratarlo mejor, sobre todo con más comprensión y empatía. Paciencia tuve, igual que pedagogía, pero soy un desastre cuando estoy frustrado.
Pero acá estoy, estamos, disfrutando la vida juntos. Él definitivamente haciendo mi vida mejor. No me las doy de Nostradamus pero fue precisamente la razón número uno para comprármelo. Mi crianza no fue óptima (quién podría presumir de eso) pero se juntaron algunos factores que ya los discutí acá mismo en más de una ocasión. El resultado fue, soy, una persona con... dificultades emocionales. Así están las cosas y parte de la solución es aceptar las circunstancias y aprender a maniobrar con lo que es, no lo que debería ser. Pero por haber compartido mi vida con un pastor australiano (el de mi ex), se me hizo claro que un bichito de estos iba a ser una contribución gigante a mi persona. No me equivoqué. De hecho, puedo afirmar sin ninguna vergüenza que me quedé corto en mi predicción. Excelente.
Hay una frase que así como le implantan un chip a los perros, deberían tatuársela a los dueños: si el perro hace algo mal (sin entrar en detalles de la definición de "mal") la culpa es tuya. Así como, dicen los alemanes, "no hay mal clima sino mala ropa", no hay malos perros sino malos dueños. Esa es la frase que me cambió mi visión del tener un perro, y la que más me ayuda a tratarlo como se merece y no como me dicta el libreto que me da mi estupidez. De a poco voy mejorando, gracias principalmente al respeto que me inspira su devoción y su carácter: puro amor, dulzura, humildad, inocencia, nobleza... un montón de palabras que en Planeta Tierra 2022 van cayéndose del lenguaje para hacer lugar a chat (eso que hacemos con la nariz enterrada en el teléfono cuando estamos con otros seres humanos sentados a la misma mesa), compartir (aplastando el verdadero significado de esa palabra y suplantándolo por lo que en realidad quieren decir: mirá lo que yo tengo y vos no), amigo (potencial cliente/presa de rapiña), víctima (idiota con piel hecha de papel de arroz), género (mi opinión subjetiva es más importante que la realidad objetiva), y un montón de eufemismos para lo que es esencialmente una degradación de lo que significaba ser humano, de los avances logrados por los Galileo de todas las ramas de la ética, la moral, el derecho, la ciencia y demás tonterías.
Una de los denominadores comunes entre la gente que se deprime es la tendencia a la nostalgia y un gusto por sobreanalizar las cosas, aderezado con una pizca de inteligencia. Mala combinación. Perro, como todos los perros, según explican los que saben, vive en el presente. Para él, cualquier cosa que para pensarla haya que rebobinar más de 5 segundos, se le escapa, y el futuro es tan inescrutable como poco interesante. Su prioridad es estar conmigo, y de a poco, irresistiblemente, la mía es estar con él. Actividades como andar en moto están perdiendo posiciones en mi lista de preferencias, un poco ayudada por lo poco tentador que es manejar en línea recta por cientos de km, en calles y rutas que simulan campos de prueba de munición antipista JP233, y pululadas por sociópatas ignorantes furiosos kamikases asesinos. Ir a un café a escribir, como lo estoy haciendo en este instante, también va siendo reemplazado por paseos por la costa que incluyen bajadas a la playa. No un sacrificio agonizante, admito, pero a veces uno quiere cumplir con sus rituales, no cenar a París. Como sea, Perro, hoy, es el andamiaje de mi vida. Mucho para un perro, lo sé, pero sin novia, sin trabajo de 9 a 5 y sin suficiente vida social, uno se reclina donde hay sombra, y Perro no tiene ningún problema. Al contrario, pareciera.
Excelente.

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