miércoles, 14 de julio de 2021

lograr cosas buenas

Asfalto, baldosas, pasto, tierra, nieve, piedras, barro, ramitas, hojas secas, caca de paloma, ramitas, papelitos, charco, arena... Perro se hecha sobre cualquier cosa; lo único que le importa es estar cerca de mí, como si mi existencia fuera la de él, su O2 y su H2O y sus croquetas-de-quién-sabe-qué-y-mejor-no-saber. Cuando me siento mal me consuela, cuando me siento bien me festeja, cuando me voy a dormir se acuesta a mis pies y cuando estoy solo me acompaña. Y me educa. Con mi paciencia de C-4 y más o menos el mismo efecto, se necesita una buena autoestima y saber cuándo pararse enfrente y cuándo dejarme solo, un arte que ni yo mismo domino. A veces realmente me voy a dormir para no tener que aguantarme.
Hace unos días tuve una tormenta perfecta, esas ocasiones en que se junta gente de mierda, mala suerte que las detona y hace que muestren sus verdaderos colores, y frustraciones acumuladas. ¿Y quién estaba ahí, respirando? Pobre Perro. Mi víctima indefensa preferida, siempre a mano, siempre manso y humilde y dependiendo de mí. Sí, hizo una macana, algo que en condiciones normales amerita un reto, pero no los gritos que le pegué y el susto que le di. ¿Se ofendió? ¿Se alejó de mí? ¿Se negó a mirarme, siquiera, por el resto del día? Por supuesto que no. En cuanto me bajó la adrenalina y lo llamé, vino derecho a recibir mimos. Nos juré, a él y a mí, que no debe pasar nunca más. Como sea. Debo ser una mejor versión de mí mismo.
De chico nadie me enseñó a lidiar con la frustración o el enojo, no tuve guía que me mostrara las diferentes opciones además de la agresividad, y el cableado quedó echado. Ahora no es lo mismo, no puedo deshacer el daño, desmontarme y volver a armarme "correctamente". Es como cambiarle las ruedas a un Fiat 500 para que pueda andar a campo traviesa. Pero lo que puedo hacer es entender mis limitaciones, saber qué opciones hay, y como el Kitai de After Earth, rodilla al piso, respirar hondo y pensar con calma qué hacer. Tengo que lograr que se vuelva rutina, reflejo condicionado, para evitar llegar al punto en que pierdo el control y cuando lo recupero y se despeja el humo tener que pasar a modo control de daños. Es horrible ver a Perro asustado de mí, con todo lo que lo quiero. El 99,9% del tiempo tenemos un vínculo increíble, que llama la atención y provoca admiración en todos los que nos ven juntos. Lo que más me molesta es que sea tan indefenso; y para peor, no es indefenso porque no pueda arrancarme un brazo con esa mandíbula formidable que tiene, sino por lo que me adora, que hace que sea impensable para él hacerme daño. Perro tiene en mí el mismo efecto que tiene empezar una relación con una mujer: me inspira a ser mi mejor versión, y por eso le estoy infinitamente agradecido. Pero claro, me siento terrible cuando fallo en mi intento y me odio, mi autoestima se agujerea, y sobre todo me aborrezco por tratarlo mal.
Lo bueno es que sí estoy mejorando. Diría que desde antes de tenerlo, incluso. Haberlo conocido con 5 semanas de vida y encontrarme con el prospecto de ser responsable por su bienestar hizo que me enfrentara a mí mismo con dosis iguales de terror y determinación, y con el tiempo la determinación aumenta y el miedo se difumina. El premio es doble: que él esté mejor y que yo sea mejor. Excelente.
Mi única preocupación (y esto es algo que preví ya antes de decidir tener perro) es que él sea el que pague el costo de mi proceso. Todo muy lindo, pero él no tiene por qué sufrir mis idioteces. No se lo merece en lo absoluto.

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