viernes, 29 de octubre de 2021

la vida

Repito: ¿cuándo fue que dos personas tuvieron sexo por primera vez estando enamorados el uno del otro? La respuesta exacta, con años, días, horas y minutos: demasiado. No consigo encontrar números de cuántas parejas se forman cada año, pero en 2020, en el mundo occidental se casó un 1% de la población. Lo que sí hay es porcentajes de cómo se conocen las parejas (independientemente de si se casan), y a grosso modo la mitad se conocieron en internet.
No faltan los que festejan esto. Yo mismo tuve mis dos relaciones más largas (5 y 3 años) con dos personas fantásticas que conocí gracias a internet. However... eso parece funcionar bien en lugares donde la gente es abierta, donde (no sé los hombres) las mujeres no se consideran premios de un valor incalculable a las que los hombres debemos adorar y presentar la dote que estamos dispuestos a sacrificar con tal de obtener el inconmensurable placer de su compañía, el insuperable honor de que nos permitan pagarles la comida y el transporte, y recién después de ejercer todos los derechos que según ellas les corresponde a su autoproclamado título de princesas, se abran de piernas. Me pregunto dónde más se usa eso, en qué otro contexto alguien requiere un estímulo material para acceder a proporcionar prestaciones sexuales... mmm... ah, sí, creo que ya me acuerdo.
Algo triste es que ese título no es unilateralmente autoproclamado: hace falta un ejército de imbéciles pitoparados haciéndoles el juego. Y yo no les hago el juego.
Me causó mucha tristeza lo que pasó esta semana. No solamente el hecho de haber salido a tomar algo con una chica que conocí en Tinder y que tuviera esas expectativas, sino que cuando se lo conté a un par de personas me explicaron que "acá es así" y, por si no capté el mensaje, agregaron "te vas a morir solterito". No jodas... ¡¿en serio?! Así que es mi culpa por no arrastrarme por una persona que no tiene palabra, decencia, o siquiera un atractivo que mínimamente dé algún tipo de justificación a sus expectativas. Como hombre es mi obligación traer un paquete completo a la mesa y esperar nada a cambio.
En retrospectiva, me parece perfecto tener esas expectativas, siempre y cuando el cociente intelectual esté por debajo de 81, lo que las fuerzas armadas de EE.UU. cataloga como "inutilizable". Pero si a esa mitad de la población que históricamente se la trató como débil (que si bien es real desde el punto de vista físico, a partir de la revolución industrial ha perdido, que no desaparecido, importancia), hoy en día votan, manejan y ganan lo mismo que un hombre. Así que, fiera, pagame el puto café. ¿O no disfrutaste de mi compañía? ¿Qué es lo que te impide hacérmelo saber, hacerme sentir valorado? ¿En serio que lo único que se te ocurre ofrecer es tu culo? ¿Sabés dónde te lo podés meter? Ah, ah, ah... ¿que querías coger? Perdón, interpreté mal: pensé que buscabas a alguien que te tratara como un ser humano. Pues vas a tener que arreglarte con un pepino o seguir buscando, porque yo sí quiero que me traten como un ser humano.
Este sistema de selección a base de hacerse la estrecha tiene solamente desventajas, al punto de que no solamente dificulta que suceda algo favorable, sino que promueve que suceda algo desfavorable. Por ejemplo, la famosa táctica de hacerse rogar para la primera salida, el primer beso, la primera tocada de teta, el primer polvo, etc., llegó a tal extremo y ridiculez, que los hombres desarrollaron la táctica no de ser pacientes, sino de mojar en otro lado mientras le hacen el juego a la que se hace rogar. Ojo, no digo que tienen que ir a los bifes de entrada (creo que ya dejé en claro que pienso lo contrario); digo que el método de hacerse rogar es malo. Es harto probado malo. Lamentablemente, la sexualidad de unos y otras es diferente, tiene diferentes tiempos y diferentes intensidades, y cada uno las lleva como puede, probablemente ajeno a lo que uno quiere, y seguramente ajeno a lo que el otro quiere. Comunicación. Charla. Paciencia. Respeto. Tan passé. Una pena.
Una de las ventajas de haber pasado el cenit físico de mi vida es que mis niveles hormonales, en particular el de la testosterona, sumado a la edad y la experiencia que acompaña, es que puedo ver una mujer sexualmente atractiva y eso no anula mi capacidad de juzgar todo el conjunto, es decir, su inteligencia, sus valores morales o cualquier otra cosa. A los 20, un buen culo es prácticamente un torniquete mental. El chiste ese de que hay una cantidad limitada de sangre en el cuerpo masculino y no alcanza para irrigar simultáneamente el pito y el cerebro parece tener su dosis de realidad. Esa queja de las mujeres de que el hombre piensa con el pito es muy real, pero lo que parecen ignorar es que así como pensamos con el pito, también así cojemos con el cerebro. Y eso significa que pasado el flashazo inicial de un buen culo, o dicho más delicadamente, la atracción física, cualquier tipo que se precie va a empezar a necesitar encontrar algo de personalidad para que se le despierte un interés verdadero, profundo y duradero. Y en esta era de pulgarcitos para arriba, esperar substancia parece equipararse a pedir que tenga el aspecto de Kate Upton, un premio Nobel en física, uno en literatura y otro de la paz, y sea virgen. Cansa.
No soy perfecto, no soy virgen, ni siquiera soy lo que me gustaría ser. Tengo un temperamento explosivo, desconfío de otros seres humanos, tengo depresión, soy maniático... no sé, un montón de cosas que sin ninguna connotación se les llama defectos. Con el tiempo, y muy a pesar del excelente trabajo que hizo la destructora de autoestimas que era mi abuela, logré, principalmente gracias a una querida amiga, aprender a quererme no solamente a pesar de esos defectos, sino justamente por ellos. Sin esos pedos (y tengo una table hecha en Excel donde los colecciono) no sería yo. Es mi versión de ese dicho hermoso que sostiene que la vida no es esperar a que la tormenta pase, ni es abrir el paraguas para que todo resbale… la vida es aprender a bailar bajo la lluvia.
En eso estoy.

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