sábado, 30 de diciembre de 2017

siendo honestos

Hace ya más de un par de años entré en mi quinta década de vida, y me vi enfrentado al hecho de que físicamente las mujeres sufren más el paso del tiempo y la gravedad que los hombres, por lo menos con los estándares estéticos y de atractivo sexual que imperan en esta época. Quizás haya sido así siempre, pero yo no estaba así que puedo hablar solamente por lo que pasa ahora.
Como sea, me atrae mucho más una nena de 20 años que una de 40. Estoy exagerando, obviamente, porque como decía mi padre, irse a la cama con alguien es fácil, levantarse a la mañana es el desafío. Lo que separa la paja del trigo, pun intended. Hace años que acepté las razones evolutivas en las diferencias entre hombres y mujeres, y no me torturo ni me siento culpable ni me doy asco por ser cómo soy. Al contrario, a pesar de mi programación genética me comporto bastante aceptablemente, lo cual es puro mérito mío y de mis valores morales. Empezando por la regla de oro (no hagas lo que no te gusta que te hagan) y el respeto por mí mismo y por los demás. El resto decanta solo. Eso no quita que aprecie un buen traste o un par de tetas, que me de vuelta a mirar, etc., pero no son un dictador de mi comportamiento, sino más bien una voz; fuerte, pero sólo una voz entre muchas otras dentro de mi cabeza (esto da para mucho, pero voy a tratar de seguir con la línea de lo que quería escribir hoy).
Tengo el desagrado de conocer hombres que consideran a las mujeres como estacionamientos públicos para sus penes, que creen que hay mujeres decentes y respetables (sus mamás y hermanas, dice el dicho), y "de esas", de las que valen menos, y por eso uno puede descargar sus instintos en ellas. Chicas que podrían ser sus hijas, que de hecho son las hijas de alguien, pero que son descartables, irrespetables, a las que uno puede explotar sin miramientos. Otra característica marcada en el perfil de estos ejemplares execrables es que se vuelven más inmundos con la edad, hasta el punto en que a medida que se van poniendo viejos van paralelamente bajando la edad de las mujeres a las que miran y dirigen sus esfuerzos. Esos son los hombres que hacen que me dan asco, que me hacen pensar que este es mi planeta y quiero que se bajen. Esos hombres que pueden llegar a hacerme sentir avergonzado de compartir el 99,9% de su carga genética. Larga vida al 0,1%.
Una vez superado todo este entramado de observaciones y sentimientos, mi cerebrito empezó a buscar explicaciones de por qué últimamente me atrae mucho la idea de encontrar una novia notablemente más joven que yo, como mínimo 10 años más joven, 15 ó 20 mejor. ¿Soy un cerdo? ¿Un decrépito que quiero demostrar que "todavía puedo"? ¿Un degenerado? ¿Un delirante, quizás? Puede ser, pero tengo otra teoría.
Empecemos por lo obvio: lo que se ve. La juventud es más bella que la vejez, y si encima uno es predominantemente visual y estético, esto pesa. Yo soy fotógrafo de alma, soy un enamorado de la luz, los colores y las formas, y vivo mirando al mundo a través de la cámara aunque no la tenga conmigo en ese momento. Pero hay otras métricas más objetivas que resultan de la juventud, como agilidad, fuerza o velocidad, aunque tengo que reconocer que me importan un bledo. Ver algo o a alguien lindo me produce placer. Una amiga me dijo recientemente la clave de por qué, pero a pesar de que eso también da para un artículo completo, quisiera concentrarme en el asunto acá. Tiene mucha importancia.
Soy una persona sensible, y cuando mi mundo se derrumbó durante mi infancia, me las vi negras y sin elementos para absorber lo que pasaba. Era demasiado y nadie tenía tiempo para tomarme de la mano y acompañarme, hacerme de guía y ayudarme. Necesitaba una figura que me dijera qué estaba pasando (y qué no), hacia dónde ir, y cómo sobrellevarlo. Como cualquier chico de 4 años me eché la culpa a mí mismo, me hice responsable de las cosas que pasaban a mi alrededor sin mi participación, pero yo eso no lo sabía. A medida que fui creciendo, miraba siempre hacia atrás tratando de ver qué fue lo que salió mal y en dónde se había originado, y ver cómo podía evitarlo en mi vida. Así fue como empecé a tenerle miedo a todo, a ver cómo las cosas, si las dejaba estar, podían derivar en algo catastrófico. Todo esto es la explicación de lo que me dijo esta buena amiga: le tengo miedo a las pequeñas máculas que ensucien la perfección y pureza de mi realidad. Me pasa con las personas, con las cosas, con las situaciones, con las relaciones.
Por un lado sé que soy exigente, que pido mucho, empezando por mí mismo, y que exijo mucho de los demás en términos de rendimiento y de paciencia, porque también los pongo a prueba. Por otro lado estoy perfectamente al tanto de los temas de mi infancia. Pero lo que no había hecho hasta ahora era unir los puntos, establecer una relación causa efecto entre estas dos cosas. Ahora la tengo.
Lo que sucede, entonces, después de algunas relaciones fallidas y mi edad, es que me doy cuenta que subconscientemente estoy buscando una chica joven para tener la sensación de empezar de nuevo. No solamente busco la piel que una mujer de mi edad no puede ofrecerme, ni tetas que desafíen la gravedad o evitar los pedos típicos de quien está en su segunda vuelta, y probablemente con hijos. Busco reivindicarme y contar con la inocencia que creo que tiene una chica de veintitantos y sentirme a salvo y cuidado. Es que tengo la sensación de que desde que me gustan las mujeres y busco lo que busco, nunca lo encontré realmente y debo confesar que todavía quiero vivirlo; como si no hubiera crecido mentalmente, lo cual dicho sea de paso, es mi creencia que no lo hice y no creo que tenga nada de malo. Es casi estúpido, pero es lo que es y no me da vergüenza admitirlo, porque como dije, no estoy buscando una muñequita que se abra de piernas sin complicaciones: busco una compañera para mi vida que pueda ofrecerme una luz de bondad, pureza y menos cinismo, que es inevitable desarrollar cuando uno acumula años, experiencias, y ya se decepcionó un par de veces.

No hay comentarios.: