domingo, 21 de enero de 2018

agresión

Desde que tengo memoria que le contesto mal a la gente. No es siempre, y hay peores, pero cuando estoy tenso, ocupado, o sobrepasado por la situación, mi recurso por defecto es contestar mal. O decir las cosas mal. Lo hago más que la mayoría. No es que sea antipático, al contrario. Incluso hay gente simpática que contesta peor que yo cuando las cosas se ponen feas, así como hay gente seca pero que contesta bien. Yo no. Soy agradable, me preocupa el prójimo (a veces demasiado) y quiero a mis semejantes, pero soy agresivo. Tengo una mezcla de ira y enojo por mi infancia, una buena dosis de sinceridad, falta de costumbre de contestar con tacto, no sé. La intolerancia, por ejemplo, estos días estoy aprendiendo que proviene mucho de mi familia materna. Todo está mal, todo es criticable, todo tiene una veta negativa y hay que agarrarse de eso para ver el mundo. Muy triste. Y verlo y darme cuenta de lo que estoy haciendo mal, más que ayudarme a mejorarlo, lo único que hace es hacerme sentir más para la mierda conmigo mismo. También refuerza mi convicción de que soy imposible de amar, o mejor dicho indigno. Soy defectuoso, fallado, roto. Cada persona que se me acerca me da lástima porque todavía no lo ve, y me siento deshonesto no advirtiéndole que la voy a defraudar en cuanto me conozca mejor y descubra lo que soy realmente.
Andar en moto me sustrae de esa mecánica. Estoy solo en la ruta, sobre la moto, que como el la propaganda de zapatillas en la película What women want, no me juzga por lo que pienso o hago. No hay reglas (aparte del código de tránsito), sino que soy libre de elegir a dónde voy. Eso último me fascina desde que era muy chico y se aplica también al auto y hasta a la bicicleta. En la vida real, en cambio, siento que tengo que domar permanentemente mi carácter para que el mundo no se entere de lo indeciblemente malo que soy. Vivo con ese yugo y si me dejan solo a merced de mi cabeza, lo más probable es que ya no me acepte, de la manera que uno lo hace con alguien que lo haya decepcionado profundamente y a quien ya no quiere dar otra oportunidad.
El nivel de desaprobación al que me reduzco a mí mismo es lo más cruel que uno puede hacerse, aunque hay formas más destructivas de ejercer ese estado, como drogas, bulimia, tatuajes y cosas así. Hay otras razones para hacer esas cosas, pero muchos las hacen por lo mismo que yo tengo. Cómo no caigo en eso, no tengo idea. Creo que la posibilidad más factible es mi miedo innato a perder el control de la situación y hacer cosas irreversibles en caso de que me equivoque, así que esas paranoias, por una vez, me ayudan.
Alemania, sin duda, me hizo un peor ser humano. Siempre fui lo que los terapeutas llaman overachiever, esas personas que compensan su percepción de ser insignificantes con grandes logros, típicamente académicos o laborales. Intentaba (y lograba) sacarme buenas notas y lograr cosas, pero la satisfacción duraba poco y después la sensación de no valer nada volvía. Siempre. Y peor todavía: en alguna curva derrapé y empecé a pensar que los que no tenían la ambición de hacer las cosas bien son estúpidos, una especie de bola de nieve que hay que frenar antes de que arruinen el mundo para el resto. Hasta ahí las cosas estaban suficientemente podridas, pero entonces me mudé a Alemania y lo que era tan obvio al principio empezó a volverse normal: enseñarle a los demás cómo se hace. El alemán típico está convencido de que es un faro de luz en la oscuridad y el caos que reinan en el mundo. Los alemanes, efectivamente, son muy buenos para algunas cosas, sobre todo lo que se refiera a organizar. Pero para el resto de las cosas son igual de falibles que cualquier ser humano, mientras que en lo emocional y humano son directamente lamentables. Si fueran comida, no se los comería ni un etíope. Y encima opinan que los que no hacen las cosas como ellos son execrables y hay que erradicarlos o, en un día de esos que se levantan generosos, educarlos, como sea. En definitiva, algo así como la versión apocalíptica de la mentalidad de Sheldon Cooper.
Eventualmente, con mi carácter y mi falta de una mejor guía caí en esa forma de ver las cosas y actuar en consecuencia. Estoy muy embebido en esa forma de pensar, a un punto que no me doy cuenta. Me cuesta distinguir qué es lo que tengo que dejar pasar y dónde tengo que dibujar la línea en la arena. O cómo. Cómo hacerlo sin agredir o herir, priorizando la búsqueda del resultado mientras que respeto el derecho del otro a hacer las cosas mal, por lo menos desde mi punto de vista. Porque eso, por lo menos, sí lo tengo claro: es mi punto de vista y no significa que sea el correcto, pero visto de afuera parece que fuera inflexible. No es así. Pasa que soy tan animal en mi intento de imponerme, que el observador casual (o malintencionado) confunde pasión con convencimiento o inflexibilidad.
Lo más duro, la peor consecuencia al margen de que hiero personas que en su mayoría no se lo merecen, es que el otro puede darse vuelta e irse  y solucionó su problema. Pero para mí es mucho más grave: vivo conmigo y soy el único que siempre está ahí, y el resultado neto es que la gente que me rodea eventualmente se da vuelta y se va.
Y no me gusta.
Quisiera, más que nada, quererme a mí mismo, cosa que en realidad hago, pero más como una concesión y ejercicio de tolerancia que como un verdadero mérito de ser querido y aceptado. Quisiera mejorar, ser más agradable y tolerante, menos estricto, menos terminante. Y sobretodo no quiero agredir a la gente gratuitamente.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola! Algo te entiendo, o más bien: te entiendo todo, pero con algunas partes me identifico bastante. Yo estoy constantemente tratando de controlar mis contestaciones con algunas personas con las que me desato un poco y ni yo misma sé porqué. Me considero una persona feliz y bastante empática, y sin embargo, a veces me escucho respondiendo mal y me parece que soy insoportable. Me encuentro la más pesada y desagradable en esos momentos y me prometo que no me volverá a pasar, pero me sigue pasando. Intento no tratarme mal por eso, eso sí. Tú dices que eres malo, pero dudo que alguien malo se cuestione su comportamiento, y quiera -como quieres tú- tratar de ser mejor.

Martín dijo...

Hola Castaña, gracias por pasar, y por lo que me decís. Lo de prometerme que no va a pasar más fue una etapa. En algún momento entendí que soy humano y lo que sí puedo prometer es seguir intentándolo. No es fácil, no es una guerra que ganar, juntar los pertrechos y volver a casa. Es una batalla tras otra y no hay que bajar la guardia, y con un poco de suerte, con el tiempo se va haciendo más fácil. Espero...