A veces me pregunto cómo hace la gente normal, digamos alguien de mi edad, cuarenta y algo, que pasó por la facultad, conoció a alguien, se casó y con un par de hijos (el más grande ya en la secundaria), y ahora se frota las manos pensando en la moto que se va a comprar y los viajes que va a hacer cuando los chicos por fin se vayan a la universidad. Esa persona no piensa en la soledad, ni en lo hermoso y embriagador que es el olor de la piel de la mujer que adora cuando se despierta después de haberse macerado toda la noche en las sábanas. No se le cruza por la cabeza la extensión y aridez de media cama vacía, ni se plantea la posibilidad de que así sea hasta el último día. Ni se detiene en lo patético que puede resultar desayunar escuchando la radio en lugar de charlando con alguien. La ausencia de chistes o juegos, de rutinas cómplices, de preguntas cuyas respuestas ya sabemos pero queremos simplemente sentirnos conectados con el otro. La soledad es lo mejor que hay cuando eso es lo que se necesita, pero es lo más cruel que existe cuando uno busca un compañero de ruta. Desde tirarse un pedito hasta reflexionar sobre los misterios de la vida en aquella esquina, desde decidir el color para pintar una pared hasta criar hijos en esta otra.
Dicen que uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde. Pues uno será imbécil, porque lo que es yo, trato de valorar todo cuando lo tengo sin esperar a perderlo. Eso a veces me juega en contra porque me hago películas sobre lo que podría pasar o porque me impulsa a tolerar cosas que no debería, pero en general me hace apreciar mucho lo que tengo y ser agradecido con la vida.
Algo que siempre me faltó fue la motivación de acostarme con tantas mujeres como fuera posible. Nunca busqué sexo: hay gente que simplemente quiere masturbarse haciendo uso de otro ser humano como si fuera un palmito, donde para obtener kilo y medio comestible se tira abajo un árbol entero. Le importa un bledo los sueños, las ilusiones, la inocencia del otro, sus sentimientos... nada. Son gente que disfruta la caza, el engaño, la burla, la mentira, el personificar algo que no es, la marca al costado de la cabina. En mi caso, ni siquiera busco novia. Decir que busco esposa hace sonar alarmas, así que lo puedo describir como que busco más bien una compañera de vida, e idealmente de por vida. La historia con Novia empezó tan linda porque fue muy genuina: nada de sitios de internet con foto y "me gusta el sushi", sino pura y hermosa coincidencia en lugar y tiempo de dos personas que se atrajeron. Lamentablemente nuestros pedos se trenzaron, y por primera vez en mi vida debo dejar a un lado mi miedo a sonar apologista o a que estoy buscando excusas, y reconocer que sus pedos son tantos y profundos que es muy difícil que eso no le suceda a cualquiera que se meta con ella. Y cómo duele pensar en eso, caramba, como meter el alma en un rallador de queso. Porque cuando todo está dicho y hecho, la verdad es que llegué a quererla mucho y solamente quiero su bien. Me duele horriblemente admitir y aceptar que yo no tengo la fortaleza, la habilidad o lo que haga falta para sobrevivir al lado de semejante tornado emocional. Con sus altibajos anímicos, su agresividad, su pesimismo, su falta de análisis de las verdaderas posibilidades que la realidad le ofrece... un desastre esperando con ansias a que le suelten la correa. Todas esas características están presentes en todos nosotros, en mí quizás más que en la media y seguramente más de lo que me gustaría, pero en ella abundan hasta un nivel con el cual es muy difícil convivir.
¿Y ahora? Las opciones, sin ningún orden en particular, son quedarme en Alemania, o en Europa, o volverme a Argentina, o ir a cualquier otro lado. Buscar trabajo de ingeniero, insistir con los tours en moto, incursionar en la fotografía profesional, o cualquier otra cosa. Hay dos cuestiones que me marcan a la hora de tomar decisiones: el trabajo me tiene que inspirar además de dar de comer holgadamente, y lo que es más importante, no quiero quedarme solo. No es solamente miedo a la soledad sino que también es una decisión: quiero estar en pareja. Y no cualquier pareja: quiero encontrar el amor de mi vida. No tengo ninguna duda de que eso es lo que quiero. Despertarme con ella e irme a dormir con ella. Hacerle su café a la mañana y cepillarnos los dientes a la noche. Alguien que me valore, me lo demuestre, con quien pueda hablar y a quien disfrute mirando, y podamos planear un futuro juntos. Si me encontrara la lámpara y pudiera pedirle tres deseos al ñato embotellado adentro, es muy fácil: vivir en Mar del Plata, cerca de la única familia que tengo, encontrar una marplatense con cerebro, belleza y valores morales, un trabajo creativo que me permita administrar mi tiempo.
Por ahora estoy en un híbrido entre el limbo y el infierno, solo y sin lograr siquiera encontrar una ocupación rentable que no me dispare la depresión, que como rottweiler, mejor que siga durmiendo.
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