sábado, 16 de diciembre de 2017

tormenta de verano

Todos tenemos una historia para contar y todos queremos contarla. Y eso significa que necesitamos una voz. En mi caso, a falta de algo mejor (un púlpito, un micrófono) esa voz es este blog. Empezó hace ya 10 años, un mes y dos días, y apenas si alguien sabe que existe, igual que apenas si alguien sabe que yo existo.
Son las 5 de una tarde de tormenta en Mar del Plata. Almorcé con mi hermana, mis sobrinos y mi mamá, y todo indica que eso es lo más cerca que jamás voy a estar de una familia propia. En donde resido desde hace más de una década, la soledad es un flagelo auto-infligido, y donde hay una necesidad hay alguien tratando de lucrar con la desesperación del prójimo. Así es como pululan como hongos sitios de citas donde uno subscribe, publica su foto y algún detalle de su persona, y espera que alguien lo contacte mientras estudia el perfil de las posibles candidatas. Soy vegetariana, voy a escalar o hago cerámica son apenas una muestra de las idioteces con las que uno tiene que torturar sus ojos para muy, muy de vez en cuando llegar a alguien que se salga de la foto 10x15 de la que son capaces los alemanes de pintar de sí mismos. Entiendo la ley de rendimiento decreciente y que, como los que viajan mucho, cada vez es más difícil sorprenderme, pero realmente es patético el estado de la humanidad.
Hay que reconocer que entre toda esa masa de almas solas se distinguen bien fácil las diferentes mentalidades: están los que buscan sexo, los que no quieren estar solos, y los que buscan un genuino compañero de vida, y todos los estados intermedios. Almas perdidas en su mayoría, gente como yo que o no se cruza en su día a día con posibles candidatos, ya sea por su profesión, su lugar de residencia, timidez o lo que sea, o que simplemente han sido decepcionados a tal punto en el pasado que prefieren un poco de filtro antes de comprometerse con alguien, una barrera de formalidad que les ayude a deshacerse de falsos positivos.
Por un lado quisiera tomarme mi tiempo para volver a intentar una relación. Siento que sería lo mejor y que lo necesito, por respeto a mí mismo, incluso, y para darme tiempo a digerir la tragedia que fue este año y empezar con más optimismo la próxima relación, sin tanto equipaje. Además, simplemente no tengo fuerza para más locuras. Estoy exhausto. Pero por otro lado necesito la compañía, sacarme el sabor amargo de la boca; distracción, si se quiere. Suena feo, pero es así. Quizá podría llamarlo ayuda.
Por lo pronto no estoy haciendo nada, no me voy a subscribir a esas páginas, pero la idea está y el miedo (a la soledad), sabemos, es el peor de los consejeros.
Lo que sí estoy haciendo es uniendo los puntos. ¿Lo qué? Los puntos, las cosas que parece que no tuvieran conexión pero en mi cabeza la tienen. Pensaba por ejemplo en la lluvia y en cuánto me gusta, y en que me inspira a reflexionar. Ese ruido blanco que hace y que se ve tanto como se oye... La tormenta que hay afuera, por una cosa o por otra, me inspiró a escribir esto. Y miraba la tele y cómo la protagonista se muda de ciudad y todos en el trabajo se despedían diciéndole algo a una cámara hogareña que uno de los compañeros del trabajo llevó a la oficina, y yo pensaba que para hablarle al aparatito, la única forma de que funcione es poder olvidarse de la cámara y una de las formas es hacer una introspección en los sentimientos, sacarlos y ponerlos en palabras. Y se me ocurrió, ya que tantas veces me pregunto por qué escribo acá, que eso es precisamente lo que hago: observar qué siento y... bueno, sentirlo. Una de las cosas que me llevó a la depresión y a la que tengo y tendré siempre tendencia es mi desconexión de lo que pasa adentro mío. Empezó cuando era chiquito y mi universo se estaba deshaciendo en migajas delante de mis ojos, y cuando uno no puede lidiar con lo que siente se repliega, se aleja de los sentimientos malos. Lamentablemente el proceso no se vuelve selectivo: uno simplemente deja de sentir, o mejor dicho, de prestarle atención a lo que siente. Es un mecanismo de supervivencia, pero la línea que nos conecta con nuestro interior no es fácil de restablecer.
Así que acá estoy, en una tarde de tormenta en Mar del Plata, escuchando a Bryan Adams y escribiendo en mi blog.

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