domingo, 4 de junio de 2023

otra de amigotes

Esta semana fue un poco demasiado argenta. Sí, ya sé que parece que ese es el tema últimamente, y he aquí una pista: ese es el tema últimamente.
Ayer organicé una mini juntadita con un par de amigos para tomar un café y putear a 360°, una catarsis con buen humor para diluir un poco el gusto amargo de los últimos encontronazos con inútiles; algo así como lo que vengo a hacer acá, armado con mi teclado, un poco más informal. De camino al encuentro, unos 20 minutos en auto, llamé por teléfono a otro amigo que vive en el sur, allá donde hasta hace históricamente poco ni siquiera era provincia. Es el típico tano que sube de revoluciones rápido y le cuesta calmarse y escuchar, pero es mi amigo y lo aprecio. Pero ayer me pudo. Tenía la esperanza de contarle un poco de lo que me pasó y que me ayudara a ponerlo en perspectiva, y en lugar de eso me tuve que comer 7 minutos sin pausa de palos e insultos por quejarme de que me caguen de arriba de un puente. Aparentemente, según él (que por lo que me contó, tuvo una semana peor que la mía y parece que decidió descargarse conmigo) debería habérmela aguantado porque lo que yo no entiendo es que esto es así y no va a cambiar. Que me entre agua por el techo no es importante y uno tiene que acostumbrarse.
Hay dos cosas que no sé si se las puedo adjudicar a lo de que es "un típico tano". Una es que prejuzga; para ser más precisos, llega a conclusiones con muy pocos elementos. La otra, también muy mala, es que cuando le llegan más elementos que contradicen la opinión que se formó, no la modifica. Así que el tipo, de algún lado que me es un misterio absoluto, llegó a la conclusión de que yo creo que con llamarlo para quejarme voy a lograr que el imbécil del techista haga lo que dijo y que me cobró, o que el tránsito de pronto se ordene, o que los empleados públicos (desde el barrendero, pasando por el policía y hasta el presidente) hagan su trabajo medianamente bien y sin robar. No es que lo llamo para descargarme, pedir su consejo o que me ayude con un problema o ver cómo haría él para lidiar con estos despelote. No, no: lo llamo para quejarme porque el mundo no es como debería ser y... no sé y qué.
Ok, por más traído de los pelos que sea, supongamos que sí lo llamé por eso que él piensa. ¿Tiene que molerme a garrotazos? ¿Mi amigo? En mi opinión, no. Y me jodió. Tanto que después, como ha hecho otras veces (sip, no es la primera), me mandó algunos mensajes explicándome que él solamente quiere lo mejor para mí y bla, bla, bla, pero la verdad que esta vez se pasó de la raya. Así que me voy a tomar una merecida pausita hasta que se me vaya un poco la cosa esta de enojado y herido que tengo, eso de proteger la dignidad y no aceptar que me traten para el orto, por lo menos sin consecuencias. Caí en la gansada esa de dejar los mensajes sin abrir, pero realmente no siento curiosidad por leerlos, no después de la perorata de ayer. De los 20 minutos que duró la conversación, esos últimos 7 de monólogo sobrepasaron por 4 o 5 los que por la amistad creía que tenía que tolerar. El resto fue elegancia mía y curiosidad para ver si por ahí decía algo que me ayudaba con mi problema; y algo de estupidez o de cabeza dura o esperanza, lo admito. Siempre que alguien me trata mal, pienso que me lo merezco. Si no es por lo que está pasando en el momento, por algo que hice en algún otro punto de mi vida. Después de todo, soy execrable.
Uno de los amigos que estaba esperándome en el café también lo conoce, incluso de antes que yo, que ya van 3 décadas, y me dijo que es envidia. No puedo creer eso. Pero no sé qué pensar. Esa por lo menos es una teoría, yo no tengo nada más que decepción y tristeza de no poder contar con un amigo. El otro al que podría llamar acaba de morírsele el padre, así que no me parece molestarlo, aunque capaz que me agradecería la distracción.
Humanos.

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