jueves, 8 de junio de 2023

vender, donar o tirar

Hace unos meses murió mi mamá y estoy en el proceso de desechar todo lo que no me sirva de su departamento y mudarme ahí. El primer paso fue repartirnos todas las cosas útiles con mi hermana, y separar el resto en tres pilas: a vender, a regalar y a tirar. Lo que quede de eso, que es bastante poco, va a pasar a formar parte de mi vida.
Como suele ocurrir en estas situaciones, el proceso es iterativo y ya vendimos, donamos o tiramos todo lo que había para vender, donar o tirar a primera vista, así que ahora hay que repetir el proceso con cada objeto que sigue en el departamento y eso requiere algo de esfuerzo y análisis porque hay sentimientos adosados a muchas de esas cosas. Por ejemplo, hoy revisé una bolsa en un ropero que supuestamente estaba vacío y encontré ni más ni menos que tres diplomas fechados en 1969, año en que se recibió de profesora de inglés, de piano y de dibujo. A los 14 años empezó a fumar y dejó la secundaria, decisión aprobada por su padre, quien pensaba que una mujer no necesita educación formal sino saber cocinar, coser y lavar. Esos diplomas son el resultado de talentos desaprovechados de mi mamá que necesitaban ser atendidos. Quizás hubiera estado bueno si hubieran atendido también lo del cigarrillo, que 62 años después la mató. Pero esa es otra historia.
Mientras separaba el marco de los 3 cuadros, los reducía a varillas más cortas, rompía el vidrio con cuidado para no lastimarme, no dejar astillas que pueda pisar Perro, y poder envolverlo sin que el pobre basurero se rebane una mano, pensaba en lo que deja un ser humano en este mundo, en el resultado neto de haber vivido toda una vida y de pronto desaparecer.
¿Que quedó? ¿Qué diferencia hizo en el mundo? ¿Somos mi hermana y yo todo? En lo personal, no me considero tan maravilloso ni relevante, y si bien quiero muchísimo a mi hermana, no sé qué va a dejar ella al mundo. Es tentador pensar en mis sobrinos, pero es también, admito, un poco delirante y optimista. Volviendo a mi legado, probablemente se resuma en un par de propiedades, es decir, algo traducible a dinero, para mi sobrinos, para que puedan estar más relajados cuando salgan al mundo laboral, o tener un puntapié inicial para algo que emprendan. Realmente, eso es todo. Con mucha, mucha suerte, alguna foto mía que pueda haber tocado a alguien especialmente o que tenga algún valor artístico. Me cuesta admitir que soy tan bueno. Y ya está. Con más suerte todavía, mis sobrinos en especial no van a acordarse de las veces que los traté mal; pocas, y siempre con razón, aclaro, pero sin mucha pedagogía. Como cuando fui a tomar un café con Sobrinito y se sentó frente a mí, y me pateó varias veces a pesar de haberle pedido que no lo haga. El patearme era sin querer, pero el no prestar atención, no. Así que le pegué una patada, y ahí sí, casualmente, empezó a prestar atención. En retrospectiva, me parece bien lo que hice. De hecho, debería olvidarme del asunto, y si soy honesto, darme una palmadita. No será una pedagogía positiva, pero sí efectiva a largo plazo para encarar el mundo. En otra ocasión, Sobrino (y esta es la peor que hemos tenido) tenía la nariz tan enterrada en el celular que me ignoró cuando lo fui a buscar al colegio y me paré al lado y le hablé. Lo que siguió fue esencialmente un tratamiento estricto y consecuente: le saqué el celular por lo que restó de la tarde y el se empacó y no me habló, a lo cual no le hice ni el menor caso. De nuevo, cuando lo pienso, estoy seguro de que hay margen para mejorar, pero lo que hice fue muy correcto. Que a él no le haya gustado en lo más mínimo no es una medida de mi incompetencia. ¿Se olvidarán de eso? ¿Me recordarán con cariño, agradecimiento, algo de admiración? Ni puta idea. Ojalá, sobre todo porque genuinamente me lo merezco. En más de una ocasión les he comprado (con no poco esfuerzo) cosas que los padres no podían por falta de medios, o no sabían porque tenían (y tienen) las prioridades mezcladas.
De todas las cosas que mi mamá aprendió, solamente quedan sus dibujos, algunos enmarcados, otros en una carpeta. Esos los guardamos, en eso coincidimos con mi hermana. Los diplomas, ciertos recuerdos y objetos, adornos, esas cosas... no. Ocupan lugar, juntan mugre y nos entristecen. Pero eso no hace más fácil la tarea de desprenderse de ellas. Cada revista de crucigramas, cada diploma, portaretratos, adorno que vendemos, regalamos o tiramos, es como echarle otro poquito de tierra sobre el ataúd, y se siente como sacarse una curita del antebrazo, de la parte con pelitos, pero más cerca del corazón o, por lo menos, de la boca del estómago.
Lo otro que va a surgir en los próximos meses, veremos con cuánta fuerza, es el tema de vivir ahí donde ella estaba viviendo. Con qué pensamiento retorcido y triste me va a asaltar mi cabeza, esa parte donde se sientan la depresión, la nostalgia y los traumas a brindar y jugar al póker y charlar de cómo me pueden cagar la existencia.
Quiero novia. Quiero esposa, o compañera, o como se llame esa persona que hace que las alegrías sean el doble de lindas y las tristezas la mitad de feas. Que me ayude a ser mi mejor versión. Que me elija. Que me lea. Que me pare y que me empuje, lo que toque, cuando no puedo solo.

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