Como quien no quiere la cosa, hace 497 meses, la vida me amaneció en este planeta, y 18 años más tarde me preguntó: "¿qué querés hacer en la vida?". Contesté: "feliz". La vida sonrió de un lado, y cuando terminé la facultad, con la tinta todavía fresca en el título de ingeniero, me mandó de viaje a un lugar donde el mercurio se asoma por encima del 0° apenas un par de meses al año. Hice una maestría y seguí mi camino en otro lugar, apenas más cerca del ecuador, donde pensé que tenía futuro.
De eso hace 11 años. Hace 8 y medio que terminé el doctorado y trabajo en una empresa grande. Muy grande. Si uno mira los números, la ficha técnica, pipí cucú. Pero si uno mira las ojeras en mi alma, no tan pipí cucú. Es un desafío en el que fallé. Sobrevivir es fácil; vivir: imposible. Hay bienestar económico, estado de derecho, seguridad social y estabilidad.
Y una soledad galopante.
Peor, de hecho, por eso de que "mejor solo que mal acompañado". Ojalá lo hubiera captado mejor, hubiera reaccionado. Tampoco es que hubiera podido hacer mucho, y siempre es fácil poner el dedo en el problema y ponerse a filosofar soluciones cuando uno mira en retrospectiva. Tampoco es que acepté todo ciegamente o sin tener idea en lo que me metía: algo sabía, algo olí, y mi táctica fue tratar de ser positivo y sacar el mejor partido de la situación. Tan estúpida la idea no es, sobretodo sabiendo lo feo que la están pasando otros en este planeta. Y pensé que más o menos la peloteaba, que estaba incorporando lo bueno y lidiando con lo malo. Hasta que me agarró la depresión. Ahí se pudrió todo y me tomó 5 años (y contando) encontrar, no las respuestas, sino las preguntas que necesitaban ser contestadas. Y así pude pegar un par de golpes de timón que han ayudado mucho, como separarme de mi pareja, reducir las horas de trabajo, y más que nada saber diferenciar cuándo vale la pena gastar la energía en algo.
Y ahora que lo importante se empieza a distinguir de lo irrelevante, empiezo a sentir la frustración de no haber tenido ningún éxito laboral desde que estoy en esta empresa. Como si de pronto me hubiera vuelto estúpido, holgazán e irresponsable. Así que la primera reacción es negar todo eso y ver a qué le puedo echar la culpa. Veamos.
El idioma. Esto es algo innegable; no puedo, ni siquiera para salvar apariencias de modestia, negar que el idioma es una barrera más que un puente cuando uno está en el ambiente laboral. Una vez que comprendo un problema soy muy bueno en analizarlo y proponer soluciones factibles. Pero siempre estoy en mayor o menor medida en una especie de mundo paralelo, con pocos lazos con la realidad de la mayoría de los que trabajan al lado mío. Esto requiere esfuerzo de los dos lados, y si bien los alemanitos no son famosos por tender manos, tengo que reconocer que en el trabajo siempre me han dado un changüí al respecto, repitiéndome las cosas 14 veces si hizo falta. Fue más cansancio y frustración de mi parte lo que se puso en el camino. Pero ese cansancio y frustración vienen del día a día de lidiar con ellos, que no te deja muchas ganas de seguir tratando. No se puede, como algunos jefes pretenden, "dejar los problemas afuera", como si el empleado no fuera el mismo ser humano que va al supermercado o maneja por la calle y los ve haciendo las cosas que hacen.
La cultura laboral. En mi experiencia, en Alemania el empleado parece tener mucha más libertad de acción, con más confianza depositada, y más confianza devuelta. El alemán promedio tiene un sentido de responsabilidad con lo que hace que se traduce en empleados que requieren menos supervisión. Yo no estoy acostumbrado, aun con tantos años acá; soy como un buen segundo al mando, alguien muy capaz de seguir la dirección trazada por otro y tengo empuje, creatividad e inteligencia. Pero tomar decisiones a nivel estratégico sigue siendo un desafío para mí; me da miedo embarrarla y me bloqueo. Análisis parálisis.
Y así, sumado a otros factores como la depresión o los desafíos de ser un inmigrante en una sociedad que funciona como tal en base a convertir a sus individuos en ladrillos, hacen que mi autoestima no esté... cómo decirlo... en buenas condiciones. Una mierda, bah.
Einstein dijo algo que me gustaría creer, como para poder pensar que no soy tan inútil, sino que simplemente pertenezco a otro costal:
Ahora voy a buscar ese costal. A los casi 500 meses de vida es un desafío tan grande como a los 18 años, pero tengo que reconocer que este desafío me gusta tanto como el de aquel entonces =)
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2 comentarios:
Brindemos por este desafío entonces! =)
¡chin chin! No cambies de canal, que se vienen grandes novedades grandes. Te lo prometo.
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