A veces uso ChatGPT para buscar el origen, la etimología o la definición de alguna palabra y sus diferentes acepciones (como las de cinismo o ignorar) o para clarificar cuestiones filosóficas, o simplemente para cotejar ideas, aunque más no sea con una máquina sin ideas propias pero muy educada y con mucha más información de la que uno pueda llegar a absorber en su vida. Por ejemplo, siempre me chocó la famosa frase "respetame porque yo te respeto". Ya despotriqué (cómo no) antes sobre esto así que no me voy a extender ahora sobre el asunto, pero el corolario es que mi incomodidad con esa proposición de comerciar respeto estaba bien fundada. ChatGPT no es la última palabra, tiende a confundir fechas y cosas así, pero la (¿lo?) encuentro muy útil para conversar con una especie de espejo con una biblioteca vasta a su disposición y herramientas de análisis. Google sería el remedio a la ignorancia porque es una biblioteca monstruosa; ChatGPT es mucho más, pero no sólo en la forma en que uno puede formular lo que busca, con lenguaje coloquial y hasta con errores gramaticales, sino que, a diferencia de Google, que se limita a mostrarnos lo que encontró y uno tiene que analizarlo, ChatGPT analiza los resultados y saca conclusiones. Así, ChatGPT permite conversar interactivamente sobre las cosas e ir profundizando; no solamente regurgita lo que sabe, lo que "le dijeron", lo que "escuchó por ahí".
En fin, todo esto para lo del respeto. Al haberme educado un poco sobre el tema, ahora estoy más convencido que nunca de que los argentinos son unos imbéciles absolutos que no reconocerían el respeto aunque les pisara un testículo o una teta.
Hace unos días fui al Bosque Peralta Ramos, acá en Mar del Plata. Mi ruta es tomar la avenida Mario Bravo en dirección sureste, y al llegar a Las Margaritas doblar a la derecha para entrar en el Bosque. Las Margaritas es una calle de doble mano. En lugar de "calle", quizás "cinta asfáltica" sería una mejor descripción, porque no hay vereda ni línea demarcatoria ni un pomo. Pero ahí está, uno va y viene. Y como estamos en Argentina, uno va o viene por su derecha. O por lo menos eso dice la Ley.
Iba, entonces, por esa Mario Bravo y cuando voy a doblar en Las Margaritas, veo un camión descompuesto y detenido en una posición como que salía de Las Margaritas para incorporarse en Mario Bravo. Los autos detrás del camión, en lugar de esperar a que pasaran los que veníamos entrando al Bosque, se tiraban en contramano a salir, obligando a los que veníamos legalmente por la mano que nos correspondía, a dar marcha atrás. Un espectáculo tan paupérrimo y detestable que hoy, una semana después, se ha cementado en mi cabeza como el símbolo de todo lo que está mal con este pobre país indigestado de imbéciles. Como decía mi padrino de tesis en la carrera de grado: somos un hato de tontos voluntariosos, lo último que se necesita para progresar. En aquel momento entendí lo que dijo pero no fui consciente del espectro de cosas a las que se aplica ese principio. En mi cabeza, en mi corazón... en mi pasaporte, hace una semana algo terminó, nada empezó.
Bajo esta nueva luz empecé a ver cosas a las que hasta ahora estaba negado, como cuando uno empieza a entender el significado del llanto de un bebé o del repentino silencio en la selva. Algo pasa, algo que no consideramos, que nadie nos aclaró, y que de pronto aparece deletreado con toda claridad a cualquiera de nuestros sentidos. Ya no puedo desverlo, como dicen en inglés (unsee). Servimos para poco, y lo que lo hace imperdonable: por decisión propia. Preferimos esto a encarar el pequeño sacrificio de adoptar ciertas normas absolutamente gratuitas y sencillas que no traen más que ventajas. Las vemos por la tele, las conversamos cuando volvemos de vacaciones del extranjero y nos llamaron la atención como rarezas, las recordamos de nuestros abuelos (en el imaginario colectivo, porque en lo personal dudo que jamás las hayamos tenido, salvo en casos muy puntuales y nada representativos). Pero de adoptarlas no se hace cargo nadie. Demasiado trabajo. Patético.
Esta epifanía le metió un tiro en la nuca a cualquier esperanza de que esto vaya a mejorar, Milei o Cristina, Perón, Menem o Yrigoyen. O Merkel, para el caso. Esto simplemente no va a ningún lado más que al inodoro, y ni siquiera ahí va a llegar, porque hasta para eso nos joden las riquezas naturales. Una crisis tipo 1ra Guerra Mundial, algo bien darwiniano y sin miramientos, es lo mínimo que hace falta para eliminar el lastre que hemos venido sembrando, cultivando y regando con tanto énfasis como ceguera. Tengo cero ilusión de poder salir un día de mi casa y cruzar la única bocacalle que me separa de la cochera de mi moto, sin mirar si vienen autos ni sufrir ese salto de adrenalina de tener que defender mi derecho a cruzar de forma segura y conforme a la Ley 24.449, art. 41 inciso e, con la modificación de que detenerse sea extendido a la "intención" de un peatón de cruzar, cosa que Leyes como la alemana o la sueca sí hacen. La Ley argentina, así como está, a pesar de que en principio debería funcionar como las otras, en la realidad fomenta el ignorar la prioridad del peatón y lo deja librado al criterio y la buena voluntad de los conductores. Una soberana idiotez, tanto en la teoría como en la práctica.
viernes, 10 de enero de 2025
¿prioridad de paso o no?
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