Después de batallar como un loco, por fin se acabaron las vacaciones y llega el merecido descanso en la oficina, con mi silla reclinable, la computadora y los alfajores que me trajo mi mamá para saborear. Ah, sí, y un poco de trabajo.
Es que fueron 3 semanas visitando lugares tan lindos y comiendo tanto, que las patas y la panza me quedaron a la miseria, por decirlo delicadamente. Pero acá estoy. Para bien y para mal, porque hace un par de días estaba parado 5 metros frente a la Gioconda, y ahora estoy devanándome los sesos por encontrar la forma de salir de este lugar, lo cual se me ocurre que va a ser más difícil que robarme el bendito cuadro.
No me gusta, No Me Gusta, NO ME GUSTA y NO-ME-GUS-TA este país. Creo que es la respuesta al grito de Mafalda cuando decía "¡paren el mundo que me quiero bajar!". Así me sentí cuando me metí en la manga para el AF1122 CDG-MUC el jueves a la noche: me estaba bajando del mundo.
Y no le erré.
En fin, voy a suponer que no tengo nada de lo cual despotricar acerca de este lugar y me voy a concentrar en el viaje. Material hay. (Para despotricar también.)
Por empezar, mami llegó el 20 de septiembre, y la fui a buscar al aeropuerto. Estaba fresca como una lechuga así que empezamos con todas las cosas que nos habían entusiasmado estas semanas de planear, reservar, comprar y vuelta a empezar. Fuimos al zoológico de Munich, al castillo de Neuschwantstein, al Nymphenburg, a la Marienplatz, o sea todo lo que pudimos en el tiempito que de hecho estuvimos en la ciudad y sus alrededores.
Viajes dentro del viaje hubo 3. El primero fue a Italia en auto, con hotel en Soave, pero donde pasamos medio día como mucho. Manejamos a Verona y vimos la ópera Aída, al Lago di Garda a conocer Bardolino, Sirmione y Tignale (uno más lindo que el otro), y fuimos en tren a Venecia. De todo, Venecia fue lo que más nos impactó, y el lugar por unanimidad al que volveríamos si hubiera que elegir. En retrospectiva pienso que Venecia no es un lugar en el que viviría; no me gustan las muchedumbres ni pagar precios de turista, y no hay alternativas. Pero pasar unas semanas como experiencia (un trabajo de verano o algo así) me fascinaría.

El siguiente lugar a donde fuimos fue Viena. Me gusta porque tiene todo lo que al turista promedio le gustaría ver, concentrado en un espacio relativamente chico para lo que es la ciudad. Se puede planear con antelación y uno prácticamente no necesita subirse a ningún transporte. La manzana no cae muy lejos del árbol, pero por lo menos en la superficie, en el trato diario, los austríacos (o vieneses, hasta donde pude ver en esta segunda visita) son mucho más sueltos que sus vecinos alemanes. Uno no tiene siempre la sensación de estar interactuando con máquinas. Fuimos a un concierto de música clásica en el Palacio Auersperg, con cantantes de ópera y todo. Una maravilla, y por 54 euros por persona, por lo que recibimos a cambio, un regalo. Éste es el lugar:

Después de 4 días nos volvimos a Munich a pasar el tiempo y a lo último nos fuimos en avión a París. Para ser honesto, al margen de la Donna Velata, de Corradini, en el Louvre, no sé qué contar. En los últimos años vi una pila de ciudades y tuve la oportunidad de conocer gente del lugar, charlar, hacer las compras cotidianas, usar los transportes públicos (no el bus de turistas), caminar de noche por barrios periféricos, etc., y París es la única ciudad por la que no me sentaría ni 5 minutos a pensar si me surge la oportunidad de mudarme ahí. No es ni la imponencia de la torre, ni la tranquilidad de Montmartre (a pesar de una superficial histeria, uno puede abstraerse y disfrutar del entorno), o la belleza arquitectónica o artística de muchos de sus rincones. En realidad sí es eso, pero la principal causa es la sensación de que existo, aunque sea para que me toquen bocina. Tengo la sensación de que esa ciudad espera por mí desde hace tiempo. No la París que todos ven, esperando y deseando en forma activa que yo vaya, sino la que yo llevo dentro, como si hubiera decidido mudarme allá hace mucho y ahora me voy dando cuenta. Suena fenómeno decir "vivo en Munich" o en Miami o en Tokyo, pero yo no pienso en qué tan "cool" es y la cara de alguien en casa cuando le diga que vivo en París. Es algo para mí, que lo saboreo internamente y me llena el alma de esperanza. Me siento tonto, porque sé que es trillado enamorarse de semejante ciudad, pero es así. Lamentablemente, estar con mis suegros me garantizó la constante disponibilidad de planes, sugerencias y exceso de organización hasta lograr transformar una visita como esta en algo estresante. Pareciera que los alemanes disfrutan más leyendo guías de viaje sobre una ciudad, que visitándola. Yo prefiero escuchar, palpar, oler y sentir. Cada loco con su tema. En cualquier caso, a este gato en el marco de la ventana en el barrio de Montmartre no le preocupaba nada:

Una de yapa: mi mamá buscando no-sé-qué-se-le-cayó en mi baño...