Digamos que esta mañana nació un bebé, y en dos años ya es capaz de caminar a unos 5 km/h. Y sale a dar una vuelta. Y no vuelve. Y va, y sigue, sin parar, las 24 horas del día, los 365 días del año, hasta que muere de viejo a los 76 años, que es lo que dicen las estadísticas que vive un hombre nacido en Argentina. En ese tiempo va a haber recorrido 3 240 000 km. De hecho, 3 meses antes de cumplir los 11 años va a haber pasado por la luna. De llegar a Marte ni hablar; tardaría otros 1200 años en el mejor de los casos, cuando Marte alcanza su oposición respecto al Sol.
Esto y muchas otras cosas se turnan en mi cabeza para acceder a la capacidad de cómputo de mi cerebro. No para. Todo el día estoy preguntándome cosas, algunas más relevantes, otras académicas, y buscando respuestas. Es agotador. Fascinante... pero agotador.
La nostalgia es una de las características de las personas propensas a la depresión, y en mí no falta. El comparar mi vida con la de otros, tampoco. Claro, hay otros que tienen cáncer, viven en Sierra Leona o están en guerra, pero oh sorpresa no es en esos en los que pienso. Un fotón tardaría 11 segundos en cubrir esos 3 240 000 km. En esos pienso: en los que encontraron a su otra mitad, que no tuvieron que comerse 2 horas y media en el 54 para ir del trabajo a las clases nocturnas en la facultad. Los que no viven en Alemania. Los que están cerca de su familia. Los que se van a acostar a la noche con un mínimo de sensación de haber hecho algo por el prójimo o por el mundo. Y sobre todo, pero todo todo, pienso en los que se sienten amados.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario