jueves, 7 de septiembre de 2017

querido Papá Noél

Quisiera un autito de carreras, una pelota de fútbol y una pelopincho.
Ya que estamos, también quisiera una novia linda, inteligente, decente y que me trate bien; que no crea que estar tensa le da piedra libre para contestar para el orto, basurearme o despreciarme. Que le sea posible confiar en otro ser humano y no solamente en perros y caballos. Que sea capaz de distinguir lo que es irrelevante de lo que no a la hora de juzgar y condenar a los demás. Que cuando se mande cagadas no se encierre en su metro cuadrado, lo fortifique hasta las pelotas y salga recién cuando se le acaba el oxígeno. Que construya puentes, no muros. Que no se preocupe tanto en asegurarse su supervivencia en caso de que nos separemos, sino que se preocupe más en cómo permanecer juntos.
No tiene que ser la más linda, tipo mamá de publicidad de pañales. Ni la más inteligente; con que pueda masticar chicle y caminar al mismo tiempo ya tenemos esperanzas.
También quisiera una dirección. No la de Kate Beckinsale, o de Batman. No esa clase de dirección. Quisiera una dirección para mi vida, un sentido. No tiene que ser algo que redefina nuestra visión cosmológica de las cosas, que nos permita manipular partículas elementales, o cosas así. Simplemente algo en lo que pueda aplicar y dedicar mi vida. Algo que me permita dejar un legado útil.
Estaba sentado en un bar atendido por una señora luminosa, tomando mi capuchino y un cornetto con chocolate. El mejor capuchino que recuerdo. Esta señora, después de un rato, se reveló como italiana. Su sonrisa vertía luz en el ambiente como uno de esos frasquitos con aceite con esencia de vainilla o lavanda, de esos que tienen los palitos que sobresalen. Miraba a los ojos cuando hablaba con alguien, escuchaba con atención, preguntaba con una sonrisa. En eso entró un alemán a decirle que estaba haciendo un documental de la inmigración en el país y quería saber por qué se sentía a gusto en Alemania. Como todos sabemos (excepto los alemanes), uno está acá por dinero. Cuando ese es el motivo, unos y otros lo mencionan a regañadientes. Al visitante, da vergüenza; al local, molesta. En el caso de los alemanes, por doble motivo: porque argumentan que les quitan puestos de trabajo a otros alemanes, pero más que nada porque no hay otra razón para un ser humano para venir a esta picadora de almas. Nadie está acá porque se siente a gusto con ellos, comprendido, aceptado o cómodo. La calidez no saben ni cómo se deletrea. La empatía viene de la culpa, aunque me pregunto si no viene en realidad de decir que se sienten culpables, más que del sentirse realmente.
En esta realidad, los alemanes salen a la calle a interceptar cualquier inmigrante establecido con éxito (el dueño de un bar, un padre de familia, un taxista) y le piden que exprima su cerebro y, salvo por la seguridad económica, diga qué mierda es lo que lo mantiene acá. Ahí es cuando uno menciona cosas como la seguridad, la infraestructura, la variedad de oportunidades. Y sí, no son irrelevantes, pero todos sabemos que si uno tiene para comer, se aguanta muchas cosas con tal de estar en su casa, con los suyos. Porque "los suyos" son lo más valioso que uno tiene en la vida, y lo único que en definitiva importa. Muy a pesar de los presupuestos publicitarios usados para asociar celulares, autos o cosméticos con satisfacción y felicidad. A Thatcher se la comieron los gusanos igual que a Aurora, mi vecina del 6to piso de 94 años, cuando nos dejó. Se fue y se llevó sus historias como maestra de primaria, sus tostadas, sus cuidados cuando mi mamá tenía que salir y no nos podía dejar solos. Cómo la extraño.
El tema, entonces, es que uno tiene que rasquetear el fondo de la cacerola para encontrar algo que decir cuando le preguntan qué mierda hace acá, si no es la seguridad económica.
Dirección, decía. Qué hago con mi vida. Tengo ahorros. Tengo salud. Tengo familia. Tengo títulos. Tengo idiomas. No tengo hogar Hogar. Mi novia, tengo que aceptarlo, es un tiro al aire; veo un futuro con ella, pero el presente es convulsionado y tormentoso. Ambos traemos una historia a la relación y tenemos mucho trabajo por delante para resolver esas incompatibilidades. Y ni siquiera sé cómo resolverlas. Mi trabajo como guía de tours en moto es exigente en formas que no había previsto, y con mi falta de energía se me hace muy cuesta arriba dedicarle ganas y esfuerzo al tema. Y tiempo. Familia propia, formada por mí, no tengo, y la que tengo está lejos.
Las circunstancias no son malas, lo admito, pero no significa que yo sepa qué hacer con ellas. Estoy rasqueteando el fondo de la cacerola para ver si encuentro qué es lo que me mueve.
Es hora de tomar una dirección, un camino, y seguirlo. Y qué pocas ganas que tengo de hacerlo. Así que Papá Noél, si no te molesta, ponete las pilas y ayudame.

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