Es increíble que a pesar de la edad sigo abriendo la boca (o tipeando) antes de tiempo.
Tinder.
Después de un par de semanas en uso creo que puedo dar un diagnóstico más preciso de lo que significa poner el pellejo en internet y ver qué pasa. A veces hablo con alguien de la ventaja fundamental de usar un sistema como Tinder: elimina el guess work, pero a un precio: lo que uno sabe es que el otro gusta de uno, no si uno gusta, realmente gusta, del otro. A ver qué carajo quise decir.
Si tomo el subte con mi perro y una chica linda se pone a hablarme, no sé si es por genuino interés por el perro o lo usa un poco para romper el hielo y entablar conversación conmigo. En Tinder no hay dudas: arrastró el dedito a la derecha. El problema estriba en que, incluso en un breve contacto en el subte, uno ve a la otra persona a los ojos y en una situación honesta, genuina, espontánea. No es garantía de nada, pero por lo menos no hay lados visualmente ocultos. Se escucha la voz, el tono, la cadencia, quizás se ve caminar al otro, y muchas cosas más. Enseguida un puede determinar si se siente atraído o no a detenerse a conocer a esa persona, sacrificando tiempo que usaría para otros fines. En Tinder, si bien se dispone de un poquito más de información de las intenciones de la otra persona, se dispone de mucha menos información de si la otra persona es interesante para uno. Y eso comparándolo con un encuentro de un par de minutos en un subte, ni hablar de una charla en una fiesta de amigos, en un vuelo intercontinental, o en cualquier situación en la que el contexto invite a relajarse e intercambiar un poco de información.
El resultado es que uno termina saliendo a tomar un café con un montón de prospectos que inevitablemente en su mayoría son decepciones: una era boluda, la otra puta, la otra aburrida, una más era letárgica... y por supuesto que esas son las que les encontré un pelo al huevo así que no me preocupa si les gusté yo a ellas o no. Pero no faltó la que me gustó mucho y yo a ella no.
En un caso en particular tuvimos una cena hermosa, con sobremesa y promesas de vernos de nuevo, intercambio de número de teléfono y una despedida con sonrisas. Al día siguiente intercambiamos un par de mensajes, y una hora más tarde pareciera que como mínimo perdió el teléfono: baja de Tinder, sin respuesta a mensajes del teléfono ni atiende llamadas. Misterio.
Por supuesto que el mayor misterio no es que haya cambiado de opinión tan abruptamente; esto no es arrogancia, es simplemente confusión por lo bien que transcurrió la cena. El mayor interrogante que me surge es el porqué no me dijo "mirá, gracias, pero no, gracias". Suficiente. No tiene que mandarme flores ni un vale para tres sesiones de terapia para digerir la pérdida; ya somos grandecitos. Pero parece que nos hemos convertido en nada más que un puntito en una aplicación para el teléfono, sin las atribuciones de un ser humano. Alguien deja de gustarnos y lo desagraciamos desamigándolo en feisbuc, borrándolo de tinder (nótese la minúscula) y bloqueándolo en guatsap, y asunto terminado. Precioso.
Y yo acá pensando que estaba entablando relaciones con personas. Qué imbécil. Probablemente tendría que haber sospechado algo cuando vi que una gran parte de las mujeres "en oferta" ponían fotos que se correspondían con alguno de estos estereotipos:
- poniendo cara de pato, esa estupidez de darle un beso al aire cuando se sacan una foto,
- sacando la lengua, como para mostrar lo irreverente que son (¿?),
- haciendo la "v" con los dedos,
- desde arriba, poniendo los brazos por delante y apretando las tetas, para exagerar el escote,
- usando una de esas aplicaciones que agregan nariz y orejas de gatito a la cara,
- la peor de todas: esas imbéciles con la cabeza hacia atrás, sentadas con las rodillas juntitas (así, diminutivo) y la copa de champán en la mano, haciéndose las princesas, como si su mierda oliera diferente o el mundo les debiera algo.
Una vez filtradas las estúpidas más evidentes queda por supuesto el largo trayecto hasta el altar, por decirlo así. Y empieza encontrándose a charlar, con la excusa de tomar algo. Ahora pregunto: ¿siempre me toca pagar a mí? Hasta ahora salí con unas 5 ó 6 y salvo 2 de ellas con las que me sentí particularmente bien (y que coincidentemente les tuve que
insistir que me dejen invitarlas) el resto asumió que era mi responsabilidad pagar. No fue una invitación de mi parte, ni una sugerencia de parte de ellas: dos adultos quedaron en encontrarse para conocerse. Y uno de ellos se supone que pague. ¿Alguien me puede explicar por qué?
Una de las cosas que más me irrita es la de las retrasadas mentales que exigen un "caballero" o ser tratadas como damas. Nou problem: si nunca estuviste casada, espero que seas virgen. Ahí empezamos a hablar. Pajeras. O como dijo la detective Kristin Ortega en la serie Altered Carbon a una periodista que le hizo una de esas preguntas capciosas: go fist yourself.
Cuando todo está dicho y hecho, una amiga que me aprecia mucho me dijo dos cosas que me retumban en la cabeza: "es increíble que un hombre así de atractivo esté solo y recurra a cosas como tinder", y "hay millones de mujeres o solas o con un imbécil, que matarían por conocerte". No soy suficientemente objetivo como para confirmar o rechazar un comentario así, pero desde donde estoy le veo su parte de razón.
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