El año pasado, antes de conocer a Psicópata, me anoté en uno de esos
sitios donde uno cuenta quién o qué es, pone un par de fotos, agrega
algunos criterios de lo que busca, y deja que el sistema le encuentre lo
que el algoritmo considera coincidencias entre el pool de féminas tan desesperadas como uno. Previo pago de un canon, por supuesto, uno puede ponerse en contacto y arrancar de ahí.
Los
hay de todos los gustos. Desde los gratuitos, hasta los 100 o más euros
por mes, y mientras más paga uno, mejor la publicidad y los bombones de
los afiches, aunque también menos probable el encontrar gente que busca
sexo y punto, si bien también hay sitios especializados en eso, y nada
baratos.
Bienvenidos a Tinder. En lugar de usar algoritmos de
coincidencia, simplemente el usuario va como caminando en un
supermercado virtual mirando fotos, leyendo dos oraciones, y en una
fracción de segundo decidiendo si hay potencial o no. A la mierda el
signo del zodíaco, los estudios, si le gustan los animales o si practica
esquí. Lo único que limita la búsqueda es la ubicación geográfica. Y
honestamente, me parece bien. Una plataforma como esta, como un buen
mayordomo, no se nota. Es un puente, no un muro, como un buen mayordomo
que lleva y trae cosas sin interponerse ni interrumpir. Cada muerte de
obispo aparece algo de publicidad, y eso es todo. Queda en uno hacer de
filtro, de algoritmo y de... humano. Me cago en esos sitios que dicen
tener una fórmula para poner dos personas similares en contacto. Aunque
no soy sociólogo, nunca encontré un denominador en las parejas exitosas
más que la paciencia y el respeto.
Sin embargo... Como todo lo que
hacemos, Tinder e internet en general es un reflejo de nuestra propia
inteligencia. O estupidez. Abundan los ejemplos de adolescentes y no
tanto con 700 coincidencias y otros tantos mensajes, con lo cual el
puente ese que se supone que plataformas como Tinder tienden entre
personas, se convierte en un basural. Cada individuo es una molécula más
de pintura en el muro del ego. Patético.
Así que los que tenemos
2, 3 ó 4 coincidencias escribimos sopesando las palabras, midiendo los
tiempos, tratando de conocer al otro, y ese otro no está en la misma
longitud de onda. La decepción, entonces, es inevitable. Todos los
esfuerzos que uno hace para sobrellevar los miedos que se originaron en
relaciones pasadas son al reverendo pedo. Peeeeeedooooooo. No terminé:
ppppppeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeddddddddddddddoooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo.
Pedo, pedo, pedo. Sol do.
Así que acá estoy, back to square one.
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