domingo, 16 de diciembre de 2018

pienso, luego exhausto

El balcón de casa siempre me gustó tanto y me pareció tan... místico, no sé, tan lindo y apacible, a pesar de estar en una esquina con un tránsito enloquecido y enloquecedor; ese balcón tan lindo ahora no lo puedo disfrutar tanto. Nada cambió físicamente; los despelotes en mi vida y la cantidad de cosas a resolver, sí.
Por amor a la objetividad, podría ponerme a pensar en esos jugadores de rugby que cayeron en los Andes en octubre del '72. Hace poco, uno de ellos comentaba en un reportaje que en semejantes circunstancias se aprende a reconocer la importancia de las pequeñas cosas en la vida y cómo se mejora la perspectiva con los años. A pesar de la cantidad de vuelos que llevo hechos nunca me caí en avión, pero ese golpe de perspectiva me pasó con la depresión. Sería (y no soy) un idiota matriculado si no me hubiera llevado aunque sea algo de sabiduría de toda la mierda por la que pasé.
Pero el hecho es que si me pongo a pensar, tanto si comparo como si no, veo que los líos que me apestan la existencia estos días no son tan graves. En definitiva, se trata de un departamento que compré sin mirar donde debía (humedades varias), la bendita DNRPA masturbándose con los trámites para patentar la moto y el auto y por lo cual están juntando polvo y óxido en una cochera, los detalles de las cabañas que quiero construir, y algunas otras cuestiones menores pero que mi cabeza no deja de rumiar al respecto.
Así que si uno se calló con el avión en los Andes o tuvo depresión, sabe ahora no solamente no hacerse problema sino hasta agradecer que eso sea lo peor que le está pasando.
Y sin embargo...
Mi mente no se caracteriza por ser de esas que pueden dejar cosas de lado y relajarse. Cualquier persona que apenas me conoce me dice "pensás demasiado" al poco tiempo de compartir un par de charlas. Lo que necesitaba. Andá a cagar. Y tenés razón.
También está lo mi autoestima. Más o menos todo lo bueno que me pasó en mi vida, todos los logros que obtuve o alcancé, cada instancia en la que los planetas se alinearon en mi favor, tuve una excusa para racionalizar el porqué no me lo merecía, sea el hito en sí, sea las felicitaciones que le siguieron. Ya fuera por suerte, porque otro hizo las cosas por mí, porque los que me felicitaban no tenían idea de lo fácil que fue la tarea en realidad, o de lo inútiles que eran mis competidores, o de la enorme ayuda que recibí de alguien, etc. Por poner un ejemplo, cuando me recibí de ingeniero había mucha más gente del lado de mi compañero de trabajo final que del mío. Obvio: a mí nadie me quiere, ¿por qué iban a venir? Otro ejemplo: la disertación de mi doctorado fue un circo en la que los que me evaluaban estaban más preocupados por exhibir su inteligencia que en hacerme a mí demostrar la mía. ¿Más ejemplos? Las fotos que saco, los viajes que organizo, los proyectos que sincronizo, los idiomas que hablo... En inglés se llama overachiever, típico de alguien que intenta compensar su imagen deficiente con logros tangibles para paliar el sufrimiento que le provoca la baja opinión que tiene de sí mismo. Y por supuesto esos logros son siempre insuficientes para compensar semejante visión, que tiene la propiedad de metastatizar hacia cada aspecto de la personalidad y el desempeño. Dicho en criollo, soy una mierda desde cualquier punto de vista y ningún logro me va a probar lo contrario. Cualquiera que opine diferente no tiene la información "objetiva" que yo tengo.
Fácil, ¿no?
En suma, como no estoy cumpliendo con un trabajo de 9 a 5 ni estoy con un proyecto que demande una gran carga horaria, mi cabeza está libre de ponerse a pensar en otras cosas, las que no se escriben en un curriculum vitae,  como el que no puedo deshacer mi equipaje, que al margen de mi magra familia estoy completamente solo (todos mis amigos se fueron de mi ciudad) y que el tema pareja tiene toda la pinta de no resolverse jamás. Sobre este último punto quisiera no explayarme ni detenerme, pero hasta ahora puedo con todo derecho pensar que a mí no me toco. Ya sea por los pedos que tengo, que me hacen tenerle miedo a ciertos comportamientos que otros o pasan por alto o toleran, ya sea porque realmente no se fabricó mi media naranja, o ya sea porque... pfff... qué sé yo. Y al haberme mudado de esa inmunda Múnich a mi hermosa Mar del Plata no solamente no sé debajo de qué piedra buscar, sino que me está empezando a agarrar el miedo a que lo que encuentre sea muy pedorro. Los indicios están ahí.
Me levanta el espíritu saber que el amor es el amor, y por más que los números y las condiciones no se den, uno nunca sabe y en el momento menos pensado puede caer srta correcta y volarme los patos. Bienvenida.

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