domingo, 9 de diciembre de 2018

remándola... a pie

Depresión. La estoy peleando.
Haber venido a casa tiene muchas ventajas, pero también, aunque todo fuera rosa (no lo es), el simple hecho de cambiarme de ambiente supone un esfuerzo mental en las cosas más cotidianas, esfuerzo que no está pasando desapercibido por mi peor amiga.
No tengo amigos. Ninguno. Tengo a mi familia, que es muy reducida, y prácticamente la totalidad de los seres humanos que conformaban mi círculo social se fueron o se perdieron en el tiempo. Hay una chica con la que cursé un par de materias en la universidad y con la que nos dimos un par de besos; salimos un par de veces a pasear a Perro pero muy rápido me encontré no sólo con las limitaciones que en su momento hicieron que la relación de mi lado no prosperara, sino con las limitaciones de una mujer en un ambiente como el que se vive en Argentina, con una visión más sesgada de la realidad, donde uno no puede detenerse a evaluar el origen de un huevo para decidir si lo compra o no, porque tiene que evaluar cómo mierda llega a fin de mes y comer tres veces por día. Simplemente, las cuestiones que ocupaban mi mente hasta hace tres meses acá no juegan ningún rol. La gente tiene que ocuparse de cosas más básicas y ponerme a hablar con alguien de mis preocupaciones es como hablarles en alemán. La depresión, el medio ambiente, la educación de Perro, las leyes... todo se ve desde una óptica más desesperada. La gente no tiene interés o tiempo de informarse de esas cosas, y no sabría qué hacer con esa información.
Por otro lado, y esto sí que es nuevo, estoy descubriendo que mi mamá es una fuente de estrés y mal ejemplo que nunca había notado. Es sabido que cuando uno hace psicoterapia de cualquier tipo (conductiva, analítica, chocolate amargo o frutilla) la mayor parte de la mierda que descubre se puede desandar el camino hasta llegar a la infancia, y muchas veces como principal protagonista la madre. Incluso los padres perfectos le arruinan algo a sus hijos, mucho más lo hacen los padres reales y en condiciones reales. En mi caso estoy descubriendo cosas bastante feas. Reconozco que ex-novia no me dejó en el mejor de los estados; estoy sensible, harto de discusiones y posturas inflexibles o de víctima, paranoia y otras cosas más. La extensión del daño al que estoy siendo sometido día a día ya raya la tortura, y en mi estado tengo poco con qué procesarla, hacerle frente o sencilla y sumariamente irme a la mierda. Es una situación difícil.
Malas respuestas, apuros, intimación, acoso, disconformidad, quejas constantes por los motivos más irrelevantes, una visión distorsionada y desagradecida y a partir de la cual juzga lapidariamente a los demás... Una parte muy mala de esto es que reconozco muchas de esas conductas: yo también las hago, y ni siquiera puedo argumentar que en menor medida. Y es tentador echarle la culpa a ella porque de algún lado las saqué, a lo cual se le sumó los alemanes con su modelo de rigidez y por supuesto mi propia naturaleza, forjada por algunas experiencias que no veo qué mierda de bueno podría aprender de ellas. Pero, de toda esta mierda, al margen de que no estoy bien por la depre, también se le suma el descubrir que mi estimada madre muchas veces es un sorete cómo se conduce con los demás.
En lo social, entonces, a mi mamá le va muy mal y a mí no me va mucho mejor. Pero como decía, por más que suene a tentador, a fruta que cuelga bajo, me temo que no deja de ser cierto. Las aprendí de ella en gran medida. Las incorporé como si fueran una forma de ir por la vida. Y no dan muy buen resultado. De hecho, dan un resultado de mierda.
Esto de no tener amigos con quién charlar, el cambio de ambiente a un lugar en el que nunca me fue fácil (aunque nunca me fue fácil en ningún lado, hay que decirlo) y la introspección en la que me estoy metiendo, hacen que me de cuenta que necesito un guía, alguien que me diga qué hacer o pensar, me reeduque para saber cómo actuar mejor, más sereno, más productivo. Y no se me ocurre nadie. Estoy perdido, no sé ni dónde es arriba. Me siento mal conmigo mismo y me da pena ver lo que veo en el espejo. Es horrible pensar que esto pueda seguir así.
Como una forma de salir de lo que sea que estoy, trato de desafiar mis posturas más básicas y así ver si algo bueno sale. Empezando por asumir la culpa de todo, aunque ni remotamente lo sea, para examinar las situaciones que vivo de manera que no se me escape si pude haber hecho esto o aquello un poco mejor. Echarle la culpa al otro siempre nos corta la posibilidad de mejorar; nos exime de responsabilidad e introspección, y por eso ni hablar de cambiar algo. Ejemplos sobran.
Para condimentar todo esto, la estimada Dirección Nacional del Registro de la Propiedad Automotor está formada por un ejército de imbéciles atrincherados, lelos, ineficientes, ignorantes, desidiosos e irrespetuosos del tiempo ajeno, desagradecidos de tener un trabajo al que deberían honrar y velar por su profesionalización. Esto viene a colación porque todavía, después de 10 días y una pila de fotocopias como para hacerle de contrapeso a la guía de teléfonos de Nueva York (sí, sí... fotocopias, de esas que se hacen con una fotocopiadora, de las que todavía existen en el 2018 como testimonio de la calidad con la que los japoneses fabrican las cosas), todavía no se dignaron a darme las patentes del auto y de la moto y dejar de masturbarse con sus sellitos, sus formularios 01, 03, ceta, constancias, cédula azul, cédula verde, informes, verificaciones, certificados, declaraciones juradas, denuncias, transferencias y los mocos rayados que sea que los estimula sexualmente cuando se meten en la ducha y se toquetean.
NECESITO andar en moto.
Me voy a pasear a Perro.

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