domingo, 19 de mayo de 2019

11 182 km

No creo servir para vivir en sociedad. Por lo menos no en esta sociedad. Cosas con las que los demás aprenden a convivir de chiquitos, a mí me fastidian. Como cuando uno está en una primera cita con alguien que le gusta mucho, que la conocía de vista y por intercambiar alguna cortesía, y cuando estás cenando empezás a escuchar el ruido que hace cuando sorbe el agua o cuando chasquea la lengua para sacarse comida de entre los dientes. Todo lo demás está bien, por lo menos hasta donde podés ver en la media hora que por fin comparten sentados a la misma mesa después de orbitarla y seguirla hasta provocar ese encuentro "casual" que derivó en la tan ansiada salida. Y sin embargo...
Y mí eso me pasa con prácticamente todos. Parece un programa de esos comediantes observadores de lo cotidiano y que lo pueden llevar al extremo y al ridículo y con eso tejer humor. Rara vez logro hacer la vista gorda. And therein lies the rub.
Creo que ese enojo que tengo, esa amargura, hacen que me fije compulsivamente en las fallas de los demás y exacerbe el efecto que tienen en la imagen que construyo de ellas en mi cabeza. Soy implacable y lapidario. Pero también es miedo. Sin comparar, me surgió la idea el otro día mirando Good Will Hunting, donde Sean (Robin Williams), el terapeuta de Will (Matt Damon) le explicaba al profe de matemática (Stellan Skarsgård) que Will prefería abandonar a los demás antes de que los demás tuvieran oportunidad de abandonarlo a él. "Ataque preventivo", en la jerga militar estadounidense. Una enfermedad. Miedo a ser abandonado y miedo a ser rechazado. Uno no merece el amor de los demás, ni su respeto ni su admiración. Es horrible vivir así porque como el problema es interno, los demás no pueden ayudarnos. No existe caja en el mundo que sea lo suficientemente grande para guardar todos los halagos que necesitaríamos para combatir esa vocecita cómodamente instalada en un cuarto secreto y subterráneo de nuestra psique, con sus efectos metastatizados en cada área de nuestra vida. Buscamos aprobación externa para combatir la desaprobación interna. Como efecto colateral, pero casi tan importante como lo anterior, tendemos a juzgar a los demás con la misma falta de piedad, tolerancia y empatía.
Cuando conozco una persona que aguanta a otra a pesar de que tiene cosas que superan claramente la subjetividad de mi intolerancia, inmediatamente se me ocurren dos cosas: admiración y desconcierto. ¿Cómo hacen? No lo entiendo, pero me encantaría dominar ese arte. Sé de sobra que yo mismo sería el primer beneficiado. El principio ese de que rico no es el que más tiene sino el que menos le falta, se aplica también a lo que buscamos en las personas que nos rodean. Sin entrar en detalles, ni mi hermana ni mi cuñado son perfectos, pero ellos tienen uno de los matrimonios más felices que conozco. ¿Yo? Solo, apenas mi perro deja de lamerse los genitales para escucharme por 10 segundos y después vuelve a lo suyo.
Ahora que menciono a Perro, me doy cuenta que en realidad ya encaré ese camino, o por lo menos uno parecido. Resulta que cuando uno quiere que el perro haga algo y el cornudo se resiste, o cualquier otra situación en la que uno se enoja, el perro se da cuenta y no se acerca. Si uno pone una vocecita suave, el perro ve a través de la trampa y... no se acerca. Si uno está encabronado pero no piensa agarrársela con el perro porque sabe que no es su culpa y lo llama con la mejor onda... no se acerca. Recién cuando uno entiende que no hay por qué enojarse, y de hecho no se enoja... el HDMP, ahí sí, viene. Es un perro, pero no come vidrio. Lo que no he logrado es no encabronarme con la gente. De hecho, creo que hasta me puse peor. Es que estar en un país como Argentina y ver cómo lo tienen los argentinos... es difícil no encabronarse. Es difícil no ver el denominador común en cada estupidez que hacen. La desidia, la queja recreativa, la falta de sentido común... me sacan, y las veo prácticamente en todos lados y no puedo abstraerme de eso. Es como cuando uno por fin descula el llanto de un bebé y sabe cuándo quiere decir hambre, sueño o dolor. Nunca más es un llanto; es un mensaje y uno ya no puede ignorarlo.

Deseos de fin de año:
una novia/compañera/hembra
aprender los nombres de los árboles
un Estado que cumpla mínimamente su función
manejar la moto en Sicilia
vender el departamento

No hay comentarios.: