Hay cosas que podemos cambiar porque en algún grado dependen de nosotros, y no estoy hablando de una proporción académica, medible con aparatos muy sensibles pero sin relevancia práctica, sino de forma que se sienta un antes y un después, que recordemos el momento en que cambió; quizás aunque sea el punto en que decidimos comenzar el cambio y lo que estábamos viviendo.
Hay otras cosas que no, que por más que tiremos la casa por la ventana, nos depilemos el cuerpo, nos tiñamos el pelo de violeta y cambiemos nuestro nombre a algo impronunciable, van a seguir como estaban, ignorando nuestros mejores esfuerzos y nuestros más penetrantes gritos. Los terremotos, por ejemplo. Nuestro sexo es otra. O la galaxia de Andrómeda, marchando en nuestra dirección a 110 kilómetros por segundo. O el hecho de que el Estado argentino ha hecho de su misión exfoliar a los que pueda, mientras sus integrantes se quedan con la parte más grande y se perpetúan en esos puestos comprando con lo que resta del botín los votos de los más débiles mentales; y en el camino, convirtiéndose en un agente de resistencia al progreso de sus habitantes, tanto de los exfoliados como de las palomas que reciben las migajas.
Jeremmy Clarkson dijo una vez que su definición de locura era tener el dinero para comprarse un Alfa Romeo Brera, y comprarse otra cosa. Einstein, menos prosaico, dijo que era hacer algo una y otra vez de la misma manera, y esperar resultados diferentes. Pero los dos cometen el mismo error: dan por sobreentendido que uno conoce las opciones así como sus consecuencias. O que le importan, o que le convienen.
Normalmente evitaría desmenuzar más detalladamente el asunto político, pero aunque me guarde mis opiniones y me limite a los hechos y, más exactamente, a los fríos y por eso inapelables números, un punto es inescapable: desde alguna fecha aleatoria y sin ningún significado particular... ¿junio de 1946 está bien?... hasta hoy, el peronismo ha estado en el poder 37 años y 3 meses, es decir, el 50,2%. Más o menos en partes iguales, dictaduras y radicales pasaron 36 años y 11 meses en el poder, completando el otro 49,8%. Si dividimos ese período de 74 años usando el punto en que volvió la democracia en 1983, desde ese fatídico junio de 1946 hasta diciembre de 1983 las dictaduras estuvieron 17 años y 2 meses (el 45,8%), el peronismo 12 años y 2 meses (32,4%) y los radicales 8 años y 2 meses (21,8%). A partir del regreso de la democracia y hasta el presente, 11 años y 7 meses (31,6%) fueron bajo gobiernos más o menos in/decentes, mientras que 25 años y 1 mes (el 68,4% del tiempo) fueron bajo alguna variante del peronismo: espresso, ristretto, descafeinado, latte macchiato, con espuma fría, americano, caffe latte... Como los anillitos de Terrabusi, si uno se los come en el cine no tiene la menor idea de qué color son.
La triste realidad es que los peronistas se dedican, se sabe, a buscar fondos de donde sea: los contribuyentes, las joyas de la abuela, los negocios, los puestos, las reservas... y liquidarlos, guardándose miles de millones sin olvidarse de comprar los votos de las palomas con lo que ellos caratulan de concesiones magnánimas (en lugar de lo que realmente son: su obligación) como construir una escuela, inaugurarla 17 veces y llevarse los pizarrones para inaugurar otra escuela. Escuela que debería haber costado 1 millón pero se terminaron pagando 20 millones. Pensándolo mejor, quizás una escuela sea un mal ejemplo. No conozco tampoco muchas bibliotecas, laboratorios o becas de investigación "Néstor", "Domingo" o la hiper-trillada "Evita" (en realidad, gúguel me cuenta que el sindicato de luz y fuerza de Santa Fe tiene una biblioteca con ese nombre, pero por las fotos veo que tengo más libros en mi heladera. Los hospitales inaugurados y reinaugurados con máquinas de rayos X que van y vienen son ya legendarios.
Aunque esto no es exclusivo del peronismo sino que es muy humano, peronistas hay por dos razones: ignorancia o conveniencia. Esto, lo admito, presupones la inconveniencia del peronismo y dije que me iba a guardar mis opiniones personales, pero creo que el caso ya está probado. Los que escapan a esta dicotomía de ignorancia o conveniencia son los que hacen lo que hay que hacer, y de esos hay pocos: San Martín, por nombrar uno.
Estoy harto. Amo mi país, Argentina, pero está gangrenada. De nada sirve maldiagnosticar esto; es lo que es. Mientras más rápido lo pongamos en negro sobre blanco, más rápido podemos empezar a hacernos las preguntas adecuadas como: ¿qué hago acá? ¿qué gano estando acá? ¿qué pierdo? ¿qué puedo hacer al respecto?
Estuve yendo y viniendo varios días con metáforas y comparaciones de lo que es hoy vivir en Argentina, pero ninguna es más simple que la realidad: somos una población en la que hace 35 años había un 4% de pobres y tenía que invertir para estar a la altura de lo que significa compartir este planeta con otros países que venden o compran lo que nosotros producimos o compramos. Son competencia, clientes o proveedores. Y no lo hicimos. Los intentos tibios de algunos se vieron totalmente arruinados por un Estado que ha tenido un éxito rotundo en multiplicar a su masa de votantes a base de convertirlos en clientes, haciéndoles creer que les concede derechos y tirándoles migajas de lo que se llevan para sí. De los 44 millones que somos hoy, apenas 10 millones sostienen al resto y la tendencia es claramente descendiente.
Como diría el pitufo bromista: "te tengo una sorpresita". Excepto que la sorpresita, mi estimado votante, es: no funciona.
Cómo hace esa masa para no verlo, es un misterio insondable. Usar el "a mí durante los gobiernos peronistas me fue bien" es tan miope (y egoísta y torpe) como fácil de retrucar con argumentos lapidarios. Equivale a preguntarle a Blondi qué pensaba de Hitler, y votarlo por eso. Está tan superado el tema que en la mayoría de los países del mundo se considera al populismo como algo prehistórico. Durante una crisis económica como la del 2009 había economistas que aconsejaban gastar menos (para ahorrar) y otros que aconsejaban gastar más (para reactivar). Un lego como yo en el tema le ve ventajas y desventajas a ambas posturas y no puede decidirse; ni siquiera los expertos pueden. Pero hay otros temas que ya están resueltos: el populismo no sirve, el personalismo tampoco, la ideología es nociva, el comunismo es inaplicable. Creo que la monarquía es más actual que el populismo. Una organización política verticalista, personalista y doctrinaria es lo último que cualquier país puede autoinflingirse. Y acá estamos, a merced de la idea de que un voto vale lo mismo, lo emita quien lo emita. Para manejar una moto hay que contestar 25 preguntas; para elegir una boleta y ceder las riendas de nuestras vidas a alguien, basta haber nacido hace más de 18 años. Una locura absoluta.
domingo, 12 de julio de 2020
el que calla otorga
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