domingo, 20 de septiembre de 2020

ella también va a pasar

Hace años que camino este planeta y acá estoy, solo, a la espera, a veces activa, del amor romántico que solamente puede darme una mujer... o ninguna, aparentemente. No lo digo por victimismo sino por realismo. Estoy cómodamente metido en la segunda mitad de mi vida y no hay nadie a la vista. Las que hubo tenían rasgos que para mí fueron imposibles de pasar por alto: una era promiscua, la otra no era "la velita más brillante de la torta", por decirlo amablemente, y la otra era más un amigo que una novia. Da lo mismo si alguien no te quiere, o te quiere pero no lo demuestra; al final del día uno no recibió afecto, punto.
Lumen Warrior es un juego de palabras que usé hace unos días para acordarme del nombre de alguien que me gusta mucho. Sin ser bajo ninguna vara fea o carecer de un cuerpo envidiable, tampoco es la más linda ni la más atractiva sexualmente, pero sí es la que de alguna forma encaja más con mi gusto cuando se trata de mujeres. Algo así como la Kawasaki Ninja 636 (también conocida como ZX-6R) en blanco que salió en el 2013: no es la más hermosa, estoy consciente y lo admito abiertamente (esa sería alguna cualquier Ducati, obviamente), pero es la que a mí me gusta. Lo mismo, creo, me pasa con Lumen: es delgada, fina, joven, femenina, delicada, inteligente, con gusto... tanto, que yo no le gusto. Nada nuevo, entonces.
Pensando en porqué me gusta que sean delgadas o de contextura delicada, se me ocurrió que es porque me parece un hermoso rasgo que hace a una mujer más femenina en mi cabeza cavernícola, pero con un toque de modernidad: que sea más frágil físicamente hace que me sienta útil porque podría defenderla físicamente si hiciera falta, pero al mismo tiempo me fascina y admiro a una mujer capaz de defenderse en cualquier campo donde la fuerza no sea determinante.
La situación no es nueva, por supuesto. Muchas veces conocí a alguien que me despertó el deseo de saber más de ella, hablar, pasar tiempo con ella. Me gustaba físicamente, y mentalmente no parecía haber algo determinante para descartarla, como el tabaco o el pertenecer a una secta o algo así. Por supuesto, en la mayor parte de los casos resultó que tenía novio o que la atracción no era recíproca; nunca supe qué era lo que yo hacía mal. El resultado, muy común, fue que llegué a la conclusión de que hay algo intrínsecamente mal conmigo: soy feo, estúpido, débil, baboso, complicado, aburrido o mil cosas más. Algo que sí soy, seguro, es pasivo, y sobre todo siempre tuve otras prioridades: me interesa mucho más conectarme mentalmente y eso lleva tiempo. El proceso de conocerse es fascinante pero necesita de paciencia y compatibilidad, y el sexo hace una mezcla para omelette con todo eso y uno sale pensando que está todo bien, que todo se va a acomodar a medida que vaya cayendo, como si fuera un partido de Tetris. No es así, y además se saltean fases que además de importantes son hermosas, y no sé si incluso no se pierden para siempre. Otra: no hay una segunda oportunidad para una primera impresión. La última (por ahora): haciendo las cosas lo mejor posible probablemente salga mal, imaginate si lo hacés mal.
Así que acá estaba yo paseando a mi perro, cuando vino ella a pasear el suyo. La vi, admiré el paisaje y decidí quedarme donde estaba, incluso quietito y sin mirarla a los ojos para no delatarme, manteniendo distancia por lo que percibí como una diferencia de edad demasiado grande. Y ahí vino ella a ofrecerme su dirección electrónica para ayudarme con algo de trabajo. Intenté generar conversación pero no hubo ni la menor reciprocidad. Vuelta a poner el corazón en la caja de zapatos.
Muchas pasaron por este ciclo de cruzarse por mi vida, estacionarse en mi foco de atención, distraerme de mi rutina, ilusionarme, desilusionarme y finalmente volver a la normalidad. Todas pasaron, y Lumen también va a pasar y a desvanecerse. Una lástima, porque acá me quedo: solo. Y resulta que prefiero acompañado.

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