lunes, 21 de septiembre de 2020

entregá y callate

A nadie con pulso se le escapa el estado de desidia en el que está sumergida Argentina desde hace varias décadas, pero que se empezó a ir en serio a la soberana mierda en las últimas dos. Todo lo anterior pareciera que fue labrar la tierra para que ahora florezca lo que... ¿floreció? No, ese verbo no es el que busco, pero supongo que el que describe exactamente la situación no es apto para el paladar delicado de los que no sean analfabetos.
Como soy curioso y me gusta estar bien documentado antes de formarme una opinión, tiendo a juntar información, analizarla, cotejarla, hurgar en la fuente, etc. Pero por más que uno lea, a veces no hay nada como salir a dar una vuelta manzana y probar por sí mismo. Como el chocolate o nadar, que son cosas que hay que hacer, no leer sobre ellas. Veamos...
Hace algunas semanas un par de esos mal llamados "cuidacoches" o "trapitos" (en un gran porcentaje simplemente borrachos empedernidos sin ningún uso) se juntaron en un punto por donde suelo pasar con mi perro cuando lo paseo, y el perro que estaba con ellos lo atacó. Después de un par de patadas logré que desistiera pero mi perro cojeaba, así que lo llevé a la veterinaria. Después de la consulta que incluyó dos inyecciones, la visita de control, el tiempo y el dinero que me llevó todo, hace poco vuelvo a encontrarme con los mismos imbéciles y me increparon que yo, que soy malo malo y me gusta maltratar animalitos indefensos, les pateé a su inofensivo perro. En este punto del relato es que viene la peor parte: en ambas ocasiones apareció la policía y en ambas ocasiones me explicaron que esta gente están en "situación de calle" (upgrade de "sin techo" en la nomenclatura inclusiva, parece) y por eso no pueden hacer nada, y que simplemente lleve a mi perro de la correa y no me acerque a donde están estos tipos. Traducción: el Estado de Derecho, que implica muchas obligaciones, no aplica. En realidad aplica esto: que cada uno haga lo que se le dé la gana, a menos que pague impuestos. Ese sí que no puede hacer lo que se le dé la gana, ni siquiera puede hacer lo que se supone que puede y por lo que paga, y mucho. Sigamos.
Con esta cortina de humo que levantó el COVID-19 el gobierno ha implementado medidas que caen en una de 3 categorías: apropiadas, insuficientes, o excesivas e inútiles. De las apropiadas uno podría observar la falta de control, con lo cual se reducen a un mero ejercicio propagandístico de esos a los que son tan aficionados los políticos. Las insuficientes son, como uno infiere, demasiado laxas para lograr lo que uno persigue, que es contener el virus. Las excesivas e inútiles son aquellas que demandan que se haga algo que en realidad tiene poco o ningún efecto sobre el efecto que se quiere lograr y solamente sirven para romper las pelotas a los que tienen que cumplir y hacer cumplir esas reglamentaciones. Ejemplo: en esta fase 3 a la que volvió Mar del Plata después de la lengüetadita de prueba de la fase 4, que duró lo que un pedo en un canasto, no podemos tomarnos un respiro en la costa o en una plaza. En realidad, tampoco están permitidas las salidas recreativas a más de 500 m de la vivienda de residencia. No voy a caer en la pavada de discutir que si uno está a 499 m los genios del gobierno asumen que no hay peligro pero sí a 501 m. En algún lado hay que poner un límite. Es entendible. Mi pregunta es: si estoy solo con mi perro, sentado en la costa, con nadie en lo absoluto a 100 m a la redonda, ¿hace falta que los dos inútiles que pasan en un patrullero interrumpas sus felices horas en feisbuc para parar y echarme de ahí? Aunque con un plot-twist: a veces los wannabe GSG-9 que vienen a ser los payasos de la municipalidad (no sé exactamente de qué organismo) se dan el lujo de aparecer en unas VW Amarok que en lugar de patente tienen un cartel que dice que el vehículo fue secuestrado a una organización delictiva. Bien, fenómeno... ¿tiene patente ese vehículo? ¿cómo lo identifico si hay un accidente? ¿tiene seguro? No me extrañaría que la respuesta sea negativa.
Hay que tener en cuenta que los que tienen que verificar el cumplimiento de las normas no son personal contratado en Gabón o Kirguistán sino que salen del pozo común que es nuestra sociedad. Son nosotros, no tienen ninguna particularidad fisiológica o mental que los haga especiales ni diferentes. Y eso se nota cuando uno se para en una esquina y ve la total ignorancia de las reglas de convivencia. Prácticamente nadie las sigue, ni las conoce, ni se molesta en una ni otra. Esta semana varias veces estuve caminando por la costa, por la vereda, y resulta que la mayoría prefiere cagarse en el hecho de que como tal es para peatones, no para vehículos, incluyendo bicicletas. Tuve tres encontronazos que podrían haber terminado muy mal. La primera fue una demente que casi pisa a Perro, y como ya había pasado por donde yo estaba y no pude bloquearla me descargué insultándola. Odio llegar a eso pero realmente necesitaba la catarsis y en cualquier caso me quedé corto, cosa que no es mala. La segunda fue un cuello de botella que hay en una zona donde la vereda tiene apenas 1 metro y medio de ancho, del cual un tercio está ocupado por un tacho de basura, y el imbécil que venía pensó que tenía paso. Digamos que descubrió que no. Explicárselo, se lo expliqué; ahora, si entendió por qué, no sé, pero no tuvo paso y la explicación la recibió. Más de eso no puedo hacer. La tercera no tuvo tanta suerte: venían de a dos, una al lado de la otra, en una parte donde están arreglando la calle. En lugar de bajarse de la bicicleta para circular, esperaban que los peatones nos corriéramos. Supongo que ahora saben 2 cosas nuevas: que los peatones no se evaporan espontáneamente por aplicación de su sola voluntad, y que la vereda está hecha de un material algo duro y áspero. Y eso lo hice sin mover un dedo, así que no tienen nada que reclamarme. Eso no las detuvo de reclamar que era fácil para mí moverme, con lo cual estuve totalmente de acuerdo: efectivamente, no me hubiera supuesto ninguna dificultad correrme. El detalle es que no tenía ningún motivo para hacerlo y sí para ponérmeles en frente, cosa que no hice, pero tampoco me corrí. Resultado: se dieron entre ellas, las orgullosas poseedoras de encefalogramas planos. Todos los peatones que pasaban las miraron con la misma cara que yo, esa que sale de preguntarse "¿cómo podés ser tan estúpida?".
Y ahí estamos, sin clases, incentivando a los pobres a multiplicarse y a los generadores de riqueza a emigrar, mientras los que estamos en el medio tratamos de encontrarle el sentido, como consuelo de tontos, a seguir intentando vivir con dignidad y la satisfacción que se logra al terminar un buen libro, al sacarse una buena nota después de haber estudiado mucho, o de lograr un aumento por el esfuerzo y dedicación aportados en el trabajo. Tres cosas que cada vez nos tientan más a largar y en su lugar extender la mano, palma para arriba, mientras entregamos sin chistar los jirones en que están dejando la tela que compone esta República.
Feliz día de la Primavera.

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