Hasta donde puedo ver, hay dos formas de vivir los problemas: evitándolos o enfrentándolos. Puede ser desde la lluvia cuando camino de la parada del colectivo a casa, puede ser un vecino ruidoso o un jefe infumable. Dicen que no hay que esperar a que pare de llover sino aprender a bailar bajo la lluvia. Excepto que la lluvia es inimputable y, salvo que techemos el planeta, vivamos bajo tierra o cosas así, inevitable.
Los problemas con la gente que se caga en el prójimo, en cambio, son tanto imputables como evitables. Todos lo somos en algún grado, y todos tenemos gente así alrededor. Puede ser por ignorancia en su acepción de desconocimiento, o puede ser por ignorancia en su sentido activo (como en inglés), donde se elige no respetar una regla. Puede ser por desidia, o por acostumbramiento a la ausencia de controles y por eso de consecuencias formales a faltar a las reglas, o desconocimiento de las consecuencias prácticas. Las reglas surgen de la práctica de la convivencia y el deseo de posibilitarla, no de las ganas de gastar papel y tinta, y son el resultado de analizar el origen de los problemas, accidentes e injusticias y tratar sistemáticamente de evitarlos. Las multas, en teoría, no son recaudatorias sino disuasorias. Pero para eso tienen que ser aplicadas, y para eso tiene que haber controles. Y antes de eso, educación. Si falta eso hay una sola consecuencia: lamentos.
Los argentinos tenemos falencias en todos los aspectos de lo que es organizarse. No somos previsores, no tenemos autoridades confiables (que conozcan la materia que legislan, que lo hagan en interés general y que la apliquen sistemáticamente, sin distinciones ajenas al tema, como coimas, fueros, etc.) y por eso no confiamos en ellos ni en las reglas que de ellos surgen, y esto se extrapola a las reglas en general. Tampoco tenemos la costumbre de informarnos minuciosamente acerca de las reglas antes de acometer una actividad, no aceptamos que haya gente que sepa más que uno, y creemos que las reglas se aplican a los demás pero para uno son optativas y libradas a nuestro criterio. Por supuesto esto no es cualidad exclusiva de los argentinos, pero me atrevo a decir que es algo que nos caracteriza. Una lástima, realmente, porque es una nación con muchas cosas positivas. Lástima que tan joven y estúpida.
Entre los muchos resultados de eso, a veces uno se encuentra en la calle con alguien que lleva un ovejero alemán sin correa ni bozal, y cuando lo previsible pasa y uno le protesta al dueño (i)rresponsable, tiene que comerse un episodio desagradable de insultos, amenazas y maltrato. Algo similar si tiene la audacia de pedirle al vecino que no cante el Feliz Cumpleaños entre doce personas a las 2 y media de la madrugada, o si tiene el descaro de pretender cruzar la calle por la senda peatonal.
Siempre fui una persona tirando a combativa. En el espectro de posibles estrategias que mencionaba al principio para lidiar con los problemas, en el caso de que esos problemas sean imputables a alguien en particular hay gente que elige la resignación, lo cual en mi opinión es un callejón sin salida, y no sólo eso, también es algo que además de estúpido es egoísta. Aceptando que alguien se cague en mis derechos haciéndome a un lado y priorizando mi paz, evitando el confrontamiento para una miserable pasajera sensación de "no tener más el problema", hago que esa persona que ignoró las reglas y me llevó por delante refuerce su sensación de intocable y se vuelva peor; hacia mí, obviamente, pero también hacia los demás. Ese es el legado de correrse uno para evitar un momento desagradable. El principio se puede ejemplificar perfecto con el tema de cruzar la calle: en Mar del Plata era una aspiración suicida el pretender cruzar por una esquina y que los autos pararan. Gente como yo, que se fue a vivir por unos años al exterior a principios de los 2000 y volvió un poco más civilizado y consciente de las ventajas de acatar las reglas, empezamos a literalmente arriesgar nuestras vidas y seguir caminando aunque vinieran autos, tocaran bocina, nos insultaran o sencillamente nos tiraran el auto encima. Y seguimos, e insistimos, y algunos incidentes hubo; pero hoy, 2020, por lo menos la mitad de los autos paran ante los peatones y es rarísimo ver un automovilista que siquiera se moleste en insultar a un peatón por cruzar cuando y por donde le corresponde. Lamentablemente, este tema es nada más que uno de varios puntos que contiene el artículo 41 de la Ley 24.449 (Código de Tránsito). Hay otros 96 artículos solamente en esa ley, y aproximadamente otras 4000 leyes nacionales en vigencia en nuestro país. Así que todavía falta.
Dicho todo esto, no quiero alejarme de la idea original que tenía cuando me puse a escribir esto, que no era otra perorata de las mías sobre lo mal que está mi querido país sino la cuestión de cómo yo elegí, vaya uno a saber por qué, enfrentar a los que se cagan en los demás en lugar de elegir el camino fácil, por lo menos a corto plazo, de evitarme problemas simplemente resignándome a las cosas como son. Quizás porque entendí de entrada que era un callejón sin salida, quizás porque me gusta la sensación de que estoy dejando un mundo mejor, o a lo mejor porque soy un idiota que me gusta pelear con los demás, o incluso por el simple motivo egoísta de que me da por las pelotas que alguien me pase por encima sin consecuencias. Supongo que es un poco de todo, pero en cualquier caso invito a todos los que tengo a tiro a que hagan lo mismo: complíquense la vida y paren a los que se cagan en el prójimo. El desconocimiento no es pecado, pero elegir ignorar las reglas sí, porque detrás de toda regla hay seres humanos que sufren si no las seguimos. Hay que impregnarnos con la idea de que tenemos que conocer las reglas y seguirlas porque ganamos todos. Es un poquito más de esfuerzo al principio pero es puras ventajas después.
En mi caso, el haber elegido este camino en un lugar como Argentina, llena de argentinos que no subscriben a esta filosofía, es una vida de complicaciones, discusiones y momentos desagradables en general, que uno sabe que contribuyen poco y nada cuando el "oponente" en esas situaciones acarrea una vida entera de ignorar las reglas y los beneficios de seguirlas y no ve ni conoce nada diferente. Eso sin contar con el hecho de que a la gran mayoría de las personas no les es fácil maniobrar con algo tan sencillo y normal como es estar equivocado. Es una constante que mientras menos logros tenga uno en su vida personal, más se aferra a su orgullo y menos permeable es a ideas deferentes a las pocas (y generalmente indemostradas) que tiene.
Las aptitudes son mucho más fáciles de cambiar que las actitudes.
sábado, 3 de octubre de 2020
uno o todos
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