Cuando era chico, recuerdo haber escuchado varias veces a mi mamá, y a su mamá también, decir, quizás no abiertamente, pero igual de claro que a los gritos, que tal o cual hombre era despreciable por mirar siquiera a una mujer que fuera demasiados años más joven que él. La definición de "demasiados" era completamente arbitraria, por supuesto, pero creo que todos podemos hoy en día convenir en que si una mujer puede ser la hija de un hombre, la diferencia quizás sea "demasiado" grande.
Un día empecé a salir con Doctora, de Luxemburgo, nada menos, que era 9 años menor que yo. Ella 33 y yo 42. Aceptable, o por lo menos lo suficiente para cagarme en cualquier comentario al respecto, de mi mamá, de mi abuela o de Jesucristo en persona. Para confirmar ese dato anecdótico, estuvimos 3 hermosos años juntos en los cuales la edad nunca fue un factor de ningún tipo, más que para algún chiste donde yo la trataba de jobata, argumentando que a los 25 las mujeres están vencidas como un yogur viejo. La extraño muchísimo como compañera, pero lamentablemente no como novia. Una pena enorme. Es lamento, no arrepentimiento, de haber tenido que separarme de ella.
Pero el dato mayor y que viene al caso era su hermana, 36 en aquel entonces, casada con un hombre de nada menos que 66, que efectivamente era incluso uno o dos años mayor que mi extraoficial suegro. Al principio hacía un poco de ruido verlos, incluso con el muy conservador comportamiento de los luxemburgueses cuando están en público, que no se dan un beso y apenas se rozan una mano. Pero con el tiempo, además de conocerlos como personas, los conocí como pareja y maduró en mí la idea de que eran el uno para el otro. Al día de hoy, después de 8 años de haberlos visto por última vez, sigo pensando lo mismo. Los envidio completamente por haber encontrado en su vida, más tarde en la de él, a su otra mitad. Porque aunque ese concepto esté cuestionado, yo quiero creer en lo de "la otra mitad". Creo que quizás no todos, pero la mayoría somos capaces de encontrar ese ser que nos acerca a sentirnos más completos, más fortalecidos para afrontar la vida, más optimistas, con más sentido en lo que hacemos. Algo que, salvando a Perro, hoy me falta mucho.
Enter Mora, una pseudo border collie cuya dueña tiene 22 añitos y una cara que es una obra maestra de la genética. Peor todavía, disfruta mi presencia. Y yo la de ella.
La pregunta es: ¿tendría razón mi abuela en criticarme? La respuesta es (la mía, por lo menos): no lo sé. Ojalá tuviera 10 años más. 32 sería mi límite inferior, suficientemente "vieja" para no sentirme un pedófilo, suficientemente joven para tener que aguantarme chistes y miradas reprobatorias de gente cuyo opinión me podría interesar y del otro 99,9999999026% de la humanidad. Si no sabés usar una calculadora, ni Google, te la hago fácil: es toda la población humana en este momento, menos 8.
Uno no elige quién le gusta, pero sí lo que hace con ese sentimiento. Ella, entonces, me hace plantearme estas cosas, y la de si intentar algo, lo de make a move y todo eso. Cómo sería salir con alguien así, porque además de la intimidad, el cocinar juntos, mirar una peli en el sillón y viajar a algún lado, está todo lo demás: los padres de ella (probablemente de mi edad, o quizás incluso más jóvenes), los amigos (inconciliable), y muchos otros detalles, algunos no tan detalles. Extrapolando 30 años hacia el futuro, quedaría condenada inescapablemente a una temprana y larga viudez. Y eso es sólo el comienzo.
Todavía no siento nada más que la alegría de verla cuando nos encontramos en la plaza con otras 20 personas que llevan a sus perros en el mismo horario. Pero eso puede cambiar, y la soledad que vengo arrastrando hace muy, muy difícil ejercer cualquier tipo de autocontrol o levantar cualquier barrera. Sencillamente, el solo pensamiento de que pueda abrazarme (ella o cualquiera, no jodamos) y darme un simple beso cariñoso, hace que se me aflojen las rodillas, como cada vez que veo una pareja en ese acto.
¿Y qué me atrae de ella, pregunta usted? Pues no lo que sospechaban maliciosamente mi madre y mi abuela y que yo dí por cierto hasta que lo hablé con algunos hombres ya maduros. El atractivo de una chica joven es las mucho más bajas probabilidades de pedos arrastrados, prontuario, hijos, y sobre todo de mambos enraizados en autoatribuciones, muy generalizadas hoy en día pero no completamente extendidas, y que parece que esta chica en particular no tiene. Además, les proponés ir a comer pizza y se prenden. Les decís de ir a la playa a sentarte a ver el mar y se prenden. Son más como un lindo pastor australiano que conozco, que se levanta pensando "no sé de qué se trata, pero me prendo". Eso, más que cualquier firmeza pectoral, es el atractivo número uno. Lo demás es yapa y se agradece, pero no es la esencia. En el caso de este chica, me proyecta paz, y eso lo aprecio.
lunes, 14 de abril de 2025
jovencitas
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