Todas las noches, antes de ir a dormir, toca la vuelta de Perro. La última del día, donde huele siempre los mismos árboles, las mismas hojitas, las mismas piedras en la cerca de la casa a mitad de cuadra, que en cualquier momento es boleta y plantan otro edificio. Completado el trámite volvemos a casa, pero antes de subir nos sentamos en la entrada del edificio de al lado, que a Perro le encanta, y vemos pasar la brisa, escuchamos el pasto crecer y las más de las veces pierdo demasiado tiempo en Instagram, aunque nunca dejo de acariciarlo y a veces hablamos. De tanto en tanto, cuando estoy muy cansado, intento pasar de largo del lugar donde siempre me siento y él tira el ancla y me mira, arqueando una ceja y preguntándome "¿a dónde vas?". Es un guacho.
Pero no me quejo. Esos son momentos donde nos sentamos, él apoya la cabeza contra mi rodilla y yo lo acaricio casualmente y los dos sentimos mucha paz. Es una ducha de oxitocina que hoy por hoy ni la moto me da, una de esas duchas donde apoyamos el tope de la frente contra la pared y el chorro cae perfecto en las cervicales. Perfecto.
Sostengo, igual que lo hice mientras salí con la actriz desquiciada, que tener un pastor australiano es una forma inescapable de alienarse del mundo, alejarse emocional, ideológica y hasta físicamente de los seres humanos, que no pueden ni aspirar a ser la calidad de personas que son estos bichos. En mi caso, por lo menos, Perro se ha transformado, y estoy consciente de que no estamos al final del camino, en mi hogar emocional. Él me contiene y me acepta, me respeta, un poco me teme (demasiado, por mi estupidez) y mucho me adora. Me sigue, me acompaña y me guía, dependiendo la situación. Cuando está conmigo (el 95% del tiempo) pocas veces me sobra, y cuando no está, casi siempre me falta.
Quisiera una novia que me quiera la mitad de lo que él me quiere, y a la que yo quiera la mitad de lo que lo quiero, y que fuera la mitad de hermosa de lo que él es a mis ojos; seríamos la pareja más enamorada del mundo.
Me pregunto... cómo seguirá esto. Me pregunto si vale la pena seguir intentando encontrar a alguien o es necio lo mío aunque la necesidad de una compañera no se diluya. Me pregunto cómo podría bajar mis pretensiones, si es que se puede, si es que es sabio, si es que realmente son demasiado altas o mi ineptitud es el problema. No lo sé. No sé la respuesta a ninguna de esas preguntas. Me siento muy tentado a decir que es mi ineptitud, pero cada puta vez que una mujer me pareció atractiva y la vida me la puso adelante para, como dicen en inglés, pescar en un balde, pude meterme en su cabeza y varias veces terminamos saliendo. Como no busco el placer inmediato, y tengo la puta costumbre de darle importancia a la dignidad, tanto propia como a la de ella, lo mío es más sutil de medios, más a largo plazo, más profundo, y priorizo la conexión mental; y eso, hoy, no tiene demasiada demanda. ¿O estaré inventando excusas? No lo sé. Realmente: no lo sé.
Y si bien ya lo mencioné antes, este último fin de semana me cayó la ficha de lo crecientemente difícil que le va a ser a la femenina mitad de esta inmunda humanidad superar la marca de agua que pone Perro como persona. Y eso me lleva a lo siguiente: comprarle un perro a Perro.
Seamos honestos: eso de que no se puede comprar la felicidad es discutible. Por ejemplo, sin ir más lejos, en el Día del Amigo compiten por el trofeo los lavarropas, las motos y los perros. Cada uno con sus ventajas y desventajas. En estos momentos, por ejemplo, que el verano se despide y el invierno amenaza, el cornudo de Perro pierde suficiente pelo para alfombrar el château de Versailles (sí, el de Francia, con 67.121 m², 1.252 chimeneas y 67 escaleras). Cada día. Necesitaría una draga de puerto para mantener mi alfombra limpia, a lo que renuncié ya hace tiempo y desde entonces no solamente soy más feliz, sino que cuando se me cae un vaso, no se rompe. Win-win. Y sin embargo, otro pastor australiano viene en camino, por lo menos en mi mente. El que tengo visto nació el martes, que fue 1ro de abril, y en la camada hay tanto machos como hembras para elegir, y por lo que me dijo el dueño de la madre, Emma, la mayoría tricolor. Me inclino por una hembra y casualmente el nombre de la madre está entre los tres primeros en mi lista de los nombres que más me gustan. Otros son Laura, Raffaella, y Minna, que fue la segunda esposa de Karl Gauss, del que acabo de terminar una biografía. Lucía y Sofía también están en la lista; el problema es que las últimas 2 sílabas son como las del nombre de Perro y no sé si eso puede causar confusión al llamar a uno u otro. Tendría que preguntar. Y Minna medio que queda descartado porque me gustan los nombres humanos para los perros, no Pupi, Titi, Bubi y esas estupideces. Mucho menos nombres en inglés, o nombres de cosas, como Destornillador, Imán, Tornado... Tampoco tengo nada en contra de que sea macho, pero mentalmente (y emocionalmente después) necesito que se diferencie lo más posible de Perro. Una hembra rojo tri sería ideal, lo más clarita posible. Porque me parecen lindas así.
Ya hablé con el criador y desde entonces caí en el mismo estado de pánico que cuando lo visité a Perro con 5 semanas y lo señé: volví todo el camino a Múnich, los 130 km desde Nürnberg, preguntándome qué hice, cómo se me ocurre tener un perro, a mí, que soy un animal sin paciencia, chiflado, desequilibrado emocional, con un carácter de mierda, sin tolerancia, sin compasión, etc., etc. Todas estas cosas las he estado puliendo, a veces como se limpian unos anteojos de sol caros, a veces con una amoladora o hasta un cincel. El problema principal es que nadie me lo enseñó, sumado a mi necesidad de estructura ante una familia que se desmoronó ante mis ojos que no sabían qué era lo que estaba pasando, ni por qué. Ni nadie se detuvo a explicármelo. Aprendí, en terapia, que tengo falta de opciones. Siempre me acuerdo (creo que ya lo expliqué) de Terminator cuando entra al bar a buscar a Sarah Connor y la cámara muestra su perspectiva mientras navegaba un menú de opciones, donde básicamente la opción #1 siempre era matar. Lo mío no es tan extremos, pero conceptualmente tengo ese problema. Demasiado autoritario. Si bien eso es bueno con los perros, que necesitan estructura y jerarquía, mi reactividad a veces se combina mal y tengo actitudes de mierda. Perro me enseñó no solamente a ser muchísimo más medido, sino también opciones, o de tan humilde y comprometido con complacerme, me forzó a buscarlas. Hay una gran parte de todo este proceso que es mérito mío: la de saberme jodido y poner el esfuerzo en mejorar. He fallado cientos de veces en este proceso, y tanto él como yo estamos ahí para seguir. Eso me hace sentir orgulloso conmigo (que no ocurre muy a menudo) y agradecido con él. Muy, muy, muy agradecido. Mucho de mi amor hacia él se mezcla con admiración por su nobleza, su humildad y su fidelidad.
Mi deducción, entonces, y mi deseo, es que para seguir en este camino de búsqueda de mejoramiento personal necesitamos refuerzos. El desafío va a ser enorme, pero ya estoy casi completamente decidido así que estoy tomando impulso, tratando de preparame. Si bien Perro es lo más hermoso del mundo y nuestra relación es alucinante y no hace más que crecer y profundizarse, espero con la nueva perra usar todo lo que aprendí y no torturarla como lo hice con Perro, y que todavía a veces hago. Eso es lo que más me preocupa. Cruzo los dedos.
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