domingo, 20 de julio de 2025

corazón bueno

You ever noticed how the world drains the people who feel the deepest, the wise with soft hearts that carry the heaviest loads, not because they're weak, but because they refuse to become what hurt them? See, what we don't talk about enough is the emotional tax of being good in a selfish world. You show up with love, they show up with agendas. You give to build, they take to survive. It's like being fluent in a language that no one wants to understand anymore. You speak soul, they speak convenience. And then you are left wondering: is there something wrong with me? No, there's something right with you. But right doesn't always feel rewarding at first. The truth is, having a good heart comes with consequences. You will be underestimated. You will be misused. You will be overlooked by people who confuse your peace with passivity. But here is the really good check: stop expecting people with shallow intentions to handle your heart like it's sacred. It's not their job to protect it. It's your job to guard it without guilt. So no, don't stop loving. Don't stop caring. But stop letting your love being the lesson for people who refuse to learn.

@alex.morris_ceo_3jblogistics


Mi idea hoy era escribir sobre la intensidad con la que vivo y sobre todo con la que pienso, y que me afecta tanto físicamente. Para mal, valga la aclaración. Es ya casi crónico lo que mi hígado se retoba y los dolores de cabeza que sufro supuestamente por ese tema. Lo mal que duermo, la depresión, la frustración, los arranques de furia, etc.; creo que está claro lo que quiero decir. También tengo contracturas y tirones, y es fácil rastrear su origen a malas posturas (la compu), forzar la vista (la compu), estrés (los argentinos) y cosas así. Sumado al hecho de que no hago una actividad física, por lo menos formalmente. Y a que leo en la cama en una postura como mínimo reprochable. Y está el puto celular. La masajista, corolario de las contracturas, piensa que lo del hígado y los dolores de cabeza que le siguen vienen más relacionados con el nervio vago, que no se llama así por haragán sino por el latín que significa errante. No me voy a meter en los pormenores de esto, que ya leí más que suficiente sobre el tema y al que le interesa puede hacer lo mismo, pero haciendo memoria debo confesar que hace unos años fui al médico para un chequeo general y aproveché para mencionar el tema. El tipo me explicó que mis análisis dieron perfecto y el hígado estaba pipí cucú, y que lo más probable era que la causa fuera... estrés. LPQLP. Además de caro era tan antipático e irrespetuoso (empezando por lo que hacía esperar a sus pacientes, sin el menor reparo en los horarios de los turnos que daba) que me resultó muy tentador despreciar su diagnóstico. Pero tenía razón. Igual era un tarado y un asco como persona.
Volviendo al tema, esto explica, entre otras varias cosas, el por qué los fines de año voy a lo de mi hermana, donde somos 22 y llevamos comida para China, como lo que sea (y no exactamente pollito hervido con puré de calabaza) en cantidades que asustan, y no me descompongo. Ahora, si estoy del orto de ánimo, me como una papa frita y la cabeza al día siguiente me estalla y tengo que andar con pollo y arroz como máximo, dorixina, Pepsi con limón y duchas con el chorro de agua caliente en la cabeza y la nuca a ver si ayuda. 24 o 48 hs más tarde suelo mejorar.
Decía entonces que mi masajista insistió con esto así que me puse a investigar, y hay altas probabilidades de que esté en lo correcto. Y surge la pregunta: ¿dejo de pensar tanto? Primero que nada, esto es asumiendo que pueda. Supongamos que sí. ¿Quiero? Y además, ¿que contraindicaciones tendría?
Lo de poder dejar de pensar tanto creo que se puede entrenar. No es que me voy a convertir en un pececito dorado, pero puedo enseñarme a estar más en el momento y no tanto en el pasado o el futuro. De hecho, hay situaciones o etapas donde lo hago, ni remotamente lo suficiente, pero las hay. El tema es acordarme de hacerlo, y para eso puedo practicar, esforzarme un poquito más. No me costaría mucho y soy testigo de que me ayudaría; soy, incluso, un partidario de esta forma de ver la vida. El vivir en Argentina no coopera y pone a prueba cualquier estrategia de autoayuda, pero es posible. Los argentinos, se sabe, vivimos a mil, estresadísimos, lidiando con demasiados despelotes (y voy a pasar por alto lo de autoinfligidos). El famoso mindfulness, entonces, es lo que haría bien en cultivar más.
Así que sí, quiero dejar de pensar tanto, y creo poder. Tiene ventajas. Lo que me trae a la última pregunta: ¿desventajas? Esto me ha mantenido algo ocupado estos días porque existe el peligro de la represión. Este es un concepto fundamental en psicología: cuando uno reprime algo, no se evapora. El cerebro no tiene válvula de escape. No es una cuestión de hacer deporte, tener un hobby o algo así. Si uno se guarda cosas, se acumulan, y cuando el tanque se llena, salen sin nuestro control... malo. En mi caso, en mi experiencia, muy malo. La solución es procesar las cosas en forma más saludable, más creativa, constructiva. Y eso en casa no lo mamé. Sostengo incluso que al contrario: aprendí formas destructivas, autodestructivas, de lidiar con enfrentar las cosas. Deshacerme de los protocolos que llevan décadas ahí e incorporar nuevos... la ciencia de la escritura no ha progresado lo suficiente para expresar el suspiro que debería poner acá. En esta parte me trabo, honestamente. Soy confrontativo, y la estupidez humana, por más... estúpida que sea (valga la redundancia) está ahí y no voy a lograr cambiarla en la escala que hace falta. Lo que puedo hacer es cultivarme un nicho de gente que rompa el molde y en la que valga la pena invertir mi tiempo. Se achica el universo, por supuesto, pero nunca aprendí, y a esta altura va contra mis principios, a minimizar la estupidez y convivir con ella. Subscribo a los que, como Carlo Cipolla, afirman que los estúpidos son más dañinos que los malos. Ya lo dije: los estúpidos, a diferencia de los malos, son inimputables. Uno se siente mal accionando contra ellos, mientras que contra los malos (yo, por lo menos) no. Onda Dexter.
En fin, por un lado creo que puedo apuntar a pensar menos en general, y por otro, las veces que pienso, hacerlo de forma menos dañina, que me tense menos, que me contracture menos, cosas así. Creo que se deduce de lo vago de esta última oración lo poco versado que estoy en el tema y lo nada seguro que estoy de cómo lograr lo que necesito. Quiero suponer que voy a aprender sobre la marcha. Cruzo los 20 dedos.

viernes, 18 de julio de 2025

trabajo en progreso

Acabo de mirar The Thorn Bird (El pájaro canta hasta morir, en castellano). Son 4 episodios, de casi dos horas y media el primero y el último, y de una hora y media el segundo y el tercero. Es un montón de nostalgia, no solamente por el hecho de que con 9 años vi el estreno en 1983 con mi mamá (Richard Chamberlain era el George Clooney de la época), sino porque me hace revivir muchas cosas, como el formato 4:3, la falta de computadoras para hacer cualquier cosa, la dignidad de la actuación, sabiendo que estaban quemando película al dope si lo hacían mal, la falta de connotaciones pedófilas en la relación de los protagonistas (recordemos: un cura y una nena), la ausencia de esfuerzos por incluir igual cantidad de mujeres que de hombres en el reparto, o de negros, o de chinos, o lo que puta fuera el subgrupo de vaya uno a saber qué cromosoma o gen o gusto de helado es la víctima de moda esta semana. Cuando veo producciones de esa calidad artística, humana, y por supuesto comercial, me viene a la mente el viejo principio de que la televisión está para informar, educar y entretener. Hoy en día, el principio rector de los medios, sobre todo audiovisuales, se ha convertido en vender y punto, al costo moral que sea, llevándose puestas la verdad, la privacidad, la dignidad y tantas otras cosas "pasadas de moda".
En eso pensaba cuando hace unos días se mencionó en varios programas el aniversario 45 de la televisión a color en Argentina, y se romantizó a la televisión en general como "lo que unió a la familia" y un par de gansadas más. En mi opinión, lo que hizo fue ponernos a todos en el hemisferio delantero del televisor y desalentar cualquier contacto transversal entre los a partir de ese momento televidentes, ya no seres humanos. Esa tele, como la radio, se mantenía con publicidad, por supuesto, pero había programas que buscaban audiencia, y con eso promotores, a base de contenido: El Deporte y el Hombre me viene a la mente como uno de los exponentes de lo que quiero decir. Como sea, la familia se "unía" para ver un programa y había que callarse para escuchar el programa, sin charlas entre los familiares, todos ahí mirando la tristemente famosa "caja boba". Cuando terminaba, en lugar de hablar de actualidad o de cosas importantes, empezamos a hablar de si Carlos Alberto se había enamorado de la que sea que personificara la Verónica Castro del momento. Una forma muy eficaz de vaciar de contenido las conversaciones familiares. Todo eso, obviamente, con nuestra connivencia; hay que ser adulto y hacerse cargo de que fuimos cómplices, no víctimas.
En las últimas dos décadas soy testigo del refinamiento de ese proceso con la aparición de las también tristemente famosas redes sociales, con Instagram, Facebook, TikTok y hasta cierto punto Twitter a la cabeza. Ahora, en lugar de hablar con los amigos, se publica. Y se junta seguidores y pulgarcitos para arriba. Fui testigo múltiples veces de parejas alquilando una góndola en Venecia, ciudad "fea" si las hay, y enterrando la nariz en el celular durante cientos de metros sin enterarse que acababan de pasar al costado de Piazza San Marco. Patético no me parece que alcance para describir lo que es llegar a eso. Y es apenas la punta del iceberg. Eso sí: casi podemos saber al instante lo que los famosos (y los que quieren serlo) están desayunando o cagando. Menos mal.

La semana pasada leí en algún lado que el exceso de razonar, de introspección, puede inhibir la capacidad de simplemente vivir y sentir. La disponibilidad de tiempo libre que me provoca mi celo por mi tranquilidad hace que caiga en eso, y si bien lo disfruto, también trae consecuencias negativas. La frase pensás demasiado es la que más he oído en mi vida y la que menos tarda en tirarme cada persona que me conoce, y si bien tienen un poco de razón, yo sigo atesorando mis pensamientos; mejor dicho, más que mis pensamientos en sí, me gusta y busco en otros el esfuerzo de analizar el mundo más allá de la superficie, de lo obvio. Hasta donde puedo, y pretendo refinar esto, navego entre mis sesgos para arribar a la verdad, no a la opinión sobre los hechos, mía o ajena. La opinión de una persona sobre un hecho da información sobre la persona, no sobre el hecho. La mayoría de las personas que conozco se conforman con tener una opinión, la que sea, para evitar el penduleo y a la mierda la realidad. Ahora que lo pienso, de ahí debe surgir esa estupidez de "mi verdad", como si mi versión (limitada, como humano que soy) pudiera equipararse a la verdad. Flor de arrogancia.
Hecha esa salvedad, me gustaría sentir más. Lo de vivir más... no sé, no es algo que me surja como necesidad, más bien me siento relativamente satisfecho en ese aspecto. Pero volviendo a lo de sentir, ya lo dije muchas veces y creo que he hecho algunos avances, pequeños pasitos que igual valoro. El principal instrumento es, cómo no, Perro, y ahora recibió refuerzos, aunque sean temporales. Un conocido se fue de vacaciones por 2 semanas y a pedido mío me dejó a su perra, que es un bombón de criatura y complementa muy bien a Perro. Esta criatura fue adoptada de la calle con alrededor de 1 año de vida y a pesar de eso viene con impecables modales: no hace sus necesidades adentro, no muerde cosas, en la calle camina al lado de mí sin necesidad de correa, no reacciona mal si se la toca mientras come, no es posesiva con juguetes, y varias cosas más. Una cosa tiene y es que es asustadiza, se aterra apenas escucha un ruido fuerte cerca o si le pego un reto a Perro, me parece que porque no distingue de si es para ella o no. Todo esto me obliga, oh sorpresa, a analizar cómo me comporto y me apunta a lo que puedo mejorar. Alucinante.