Tomé una decisión trascendental: cambiar el nombre del blog. Hacía rato... no, desde el principio que me sentía incómodo poniendo nombre y apellido. Cuestión de intimidad, demasiadas películas de espías o lo que fuera, pero me daba cosa. El problema era que mi neurona se negaba a proponerme un dominio que no estuviera ya tomado por alguna otra persona. Hoy se me ocurrió por fin: martinenmoto. Fulero, ¿no? Por eso quedó lamotodemartin. El que entra no le va a encontrar sentido hasta que llega a marzo de 2008, e incluso en ese punto se preguntará "¿y esto?". Pero bue, así quedó.
Hoy no tenía pensado escribir, pero entre mis direcciones de internet acumuladas en "favoritos" vaya a saber uno desde cuándo, encontré una que me ligaba a un tema que me da espina: ¿qué tanto hay de cierto en lo de la aducida arrogancia de los argentinos? Obviamente, tengo mis propias teorías, fruto de mis propias experiencias, lecturas, miedos, aspiraciones, afectos y odios, cualidades y defectos. Los que más agresivamente se han expresado al respecto han sido nuestros parientes latinos más lejanos (en km): los mejicanos. En general, los que han estado en Argentina se refieren a nosotros con afecto, salvo la proporción (igual que en cualquier otro lado) de los que han sufrido alguna experiencia desagradable, de cualquier tipo, no necesariamente relacionada con la gente en sí. Los peores comentarios los he escuchado, insólitamente, de las personas que jamás han siquiera visitado la Argentina, y son los que más autorizados se sienten a hablar. Los argentinos lo hacemos también.
En mi caso, estuve en agosto del año pasado en México para el casamiento de un muy buen amigo (mexicano) con el que siento que somos como hermanos aquí en Alemania. Después de apenas una semana en el D.F. me volví, con los sentimientos más dulces acerca de la gente que conocí. Tienen un don de gente y unos modales hermosos.
Pero volviendo a lo de la arrogancia que se nos adjudica a los argentinos, que me voy de tema. Hace muchos años coleccionaba la revista "Muy Interesante". Hoy me da casi vergüenza porque no es muy científica, pero hay una sección que todavía releo cada vez que voy a casa: la de citas famosas. Una de ellas decía algo así como que el ser humano tiende a criticar lo que le disgusta de sí mismo. En mi opinión, es un efecto muy complicado, y contra lo que uno puede actuar si está conciente de sí mismo y de lo que está intentando juzgar. No soy muy afecto a esa frase de que "no hay que juzgar"; creo que hay que hacerlo, pero con honestidad. Es muy importante usar la misma vara para los demás que para uno mismo. Y ser valiente, reconocer los errores y procurar mejorarlos. Recién después de incorporar a nuestras vidas la firme intención de seguir estos principios, es cuando podemos decir que poseemos aunque sea la perspectiva adecuada y sentirnos mínimamente autorizados a mirar a los demás frunciendo el ceño. Y cuando nos critican, no sirve eso de que "¡ah, porque vos sos perfecto!"; no hace falta ser un virtuoso del piano para detectar una falsa nota.
En fin, además de que los psicólogos ya han justificado con sus estudios que lo que tendemos a criticar es lo que tememos o no nos gusta de nosotros mismos, está el nada despreciable factor de la ignorancia, que nos lleva a prejuzgar, entendiendo como prejuicio al juicio sin averiguaciones suficientes. Si a todo esto le sumamos una boca floja... Por eso mi abuelo decía: más vale quedarse callado y que la gente piense que sos tonto, a hablar y que se saquen la duda.
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