Primer parada para pasar la noche: Opole, sur de Polonia. Dejé Múnich a las 10 de la mañana y llegué a Praga un poco después del mediodía. Paré en frente del Rudolfinum, hogar de la Filarmónica Checa, a hacer la foto de rigor y después de comer algo rápido en una estación de servicio, seguí camino.
Llegué a lo de Mariusz, un amigo de mis años en Osnabrück, como a las 7 de la tarde. Moto a la cucha, baño, jugar con el perro y salir a comer con Mariusz y señora. Como siempre, un placer. Mariusz es un tipo al que respeto mucho. Es de esos que exagera para enfatizar el mensaje, pero si uno se acostumbra es fácil disfrutar de su compañía, y mucho. Adriana es una mujer de primera, balance perfecto entre ama de casa, madre y profesional, que sabe delegar en el marido cuando no llega sola, y sabe cuándo hacerle la vida más placentera eligiéndole los zapatos y la corbata adecuada para la ocasión.
Sábado a la mañana, después de un desayuno pipón (what else?) salí para Cracovia. Es una ciudad que si bien la escuché nombrar, nunca se me había ocurrido realmente dedicarle una visita, pero todos los polacos que conozco me dijeron que es mucho más linda que Varsovia, que de hecho es la capital impuesta por los soviéticos, siendo Cracovia la original. Polonia, por si alguien me pregunta, es un país prácticamente exótico para los latinoamericanos y llena de lugares hermosos, ciudades y paisajes, y con gente con la que uno se encariña fácil.
En fin, uno de los atractivos turísticos más importantes de Cracovia es el barrio judío y me lo dejé para otra ocasión. Hay una visita que lleva medio día a las minas de sal, igual que el campo de concentración de Auschwitz, que también me los dejé en el tintero. En su lugar, me comí una hamburguesa casera de 300 gr. con gorgonzola, tomate y lechuga. En la vida hay que tener las prioridades claras.
la Gran Hamburguesa, también conocida como Me Cago en Ronald
las plazas de Cracovia están llenas de palomas caraduras
sin palabras...
bote de excursiones por el río Wisła (Vístula en español)
algunos chicos patinando el atardecer en la explanada
Domingo arriba temprano, poner todos los bártulos en la moto y encarar para Varsovia. Como me lo anticiparon, es una ciudad con altos y bajos, cosas para evitar y cosas para no perderse. La huella dejada por la época soviética se respira y si uno, como yo, sabe que no incluyó Kaliningrado en este viaje, viene a la mente eso de que para muestra vale un botón. Preferí guardar los €60 de la visa para en el futuro ir directo al corazón de la cuestión: Moscú. Aquellas cosas que no hay que perderse en Varsovia son el centro viejo y... no sé, no se me ocurre nada más. Valió la pena, pero no tengo pensado volver.
el famoso Trabant (Trabbi), un auto de fibra de vidrio, motor de dos cilindros y dos tiempos, típicamente 600 cm³ y 20 CV, hecho a mano, que para recibirlo había que esperar 10 años después de encargarlo, un sueño de eficiencia para ENTel
gorrión bañándose en la fuente del mercado en Starego Miasta
el Palacio de la Cultura y la Ciencia, una belleza por dentro y por fuera, pero que representa subyugación y frustración para los polacos
casi saliendo de Polonia, cerca de la frontera con Lituania, la Policía de
Control de Aduanas. Tienen 30 motos como la mía en servicio en todo el país, y se encargan sobre todo de romperle las bolas y exprimir un poco a los camiones de transporte de mercaderías que vienen de los países bálticos, que comercian con Europa occidental desde que la URSS cayó y la UE se impuso
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