La mesita de luz con la madera toda rayada, la carpeta de croché donde se apoya el velador que ya se cayó tantas veces que debe ser el décimo que tengo, y con una pantalla con la carta de navegación del puerto de Houston, Texas, que ya casi no se nota lo que es de vieja que está.
La alfombra que cubre un parqué virgen, ni siquiera pulido y nunca pisado, original de la obra.
La ventana de madera pintada de blanco, con vidrio casi de pared a pared y de piso a techo, y la cortina que siempre huele limpia. La persiana que después de varios intentos por fin cierra bien y no deja pasar la luz a la mañana.
El barco en miniatura en la vitrina, colgado sobre mi cama. Y la red para atrapar los malos sueños, que me compré en Mar de las Pampas. Y la cápsula de la sonoboya que me encanta tener, monumento a las cosas inútiles que uno guarda.
El ropero embutido de tres puertas que ya no tiene el borde ese que no sé cómo se llama, y que da la sensación que uno puede meter lo que sea y nunca se llena.
La biblioteca con mis libros de la universidad y la versión arcaica de internet que es la enciclopedia Larousse. Y los trofeos de mis pocos logros deportivos.
El ruido del tránsito, las bocinas, los perros que ladran, los árboles movidos por el viento. Los autos estacionados, la gente que pasa, el sol reflejado en el piso del balcón. El benteveo que cantaba a la mañana pero ya hace mucho que no lo escucho.
Y la estrella indiscutida, el cero de mis coordenadas: mi cama. Es de madera, con una chapita de bronce de un lado que dice "timonel", y cerca de la cabecera otra con un velerito. Tiene punteras de metal para que no se dañe y muchas, muchas marcas y rayones por haber jugado con ella desde chico. El colchón que tiene ahora lo compré hace unos 15 años y ha visto muy poco uso, por eso que sigue ahí a pesar de ser tan viejo. Es de muy buena calidad, con resortes, relativamente duro. Mi cama tiene más de 30 años conmigo y es donde más seguro me siento en este mundo, donde nada ni nadie me toca y puedo estar solo con mis pensamientos. Donde siempre, siempre me encuentro a mí mismo. Si me acuesto sobre la panza y tengo la persiana abierta hasta la mitad, puedo chusmear la gente que pasa, los autos, los árboles...
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