lunes, 14 de diciembre de 2015

11 000 metros

¡Ja! Siempre quise escribir desde un avión, como que le da un toque de clase al asunto, como cuando en las películas donde BondJamesBond va de una capital europea a otra. Le dan la información de la misión en Londres, se encuentra con el contacto en Praga, el malo se aloja en un hotel en París, se persiguen en Roma...
En mi caso, la historia es más modesta y consiste en ir a pasar la navidad a casa, y este Airbus 340-600 en la ruta IB6841 aterriza en Buenos Aires en un par de horas. Normalmente, viajar a casa implica embutirse en lo que podría resumidamente describirse como un potro de tortura, donde el espacio disponible es más honesto catalogarlo como "hendidura", el asiento (diseñado por el estudio MeCagoEnLaAnatomía) es solamente un poquito más duro que el mármol, y aunque el constructor lo define como "reclinable" yo lo definiría como "hijo de puta". Pero esta vez mis estimados amigos de Iberia me ofrecieron, por €500, un cambio de clase a business. Para los que no viajan mucho esto es para cortarte el hipo, pero no es así. Veamos: el pasaje en turista cuesta €1000 y comprende ida y vuelta de un tramo relativamente corto dentro de Europa hasta Madrid, unas dos horas, y uno larguísimo intercontinental de 12 horas. Un asiento de business ocupa el espacio físico de 5 asientos de turista, y el precio lo refleja. Digamos que de esos €1000, €80 son por cada tramo dentro de Europa, y €420 por cada tramos intercontinental. Ahora bien, el cambio que compré es solamente para el tramo Madrid-Buenos Aires, nada más. Los otros tres tramos se quedan como están. O sea que si bien el asiento en business cuesta 5 veces más que el de turista, me debería haber costado €1680 adicionales, no €500. O sea que obtuve un producto caro a un buen precio.
Pero la pregunta queda: ¿lo vale? Y acá es donde me remito a lo de "para los que no viajan mucho" por un lado, y el factor adicional que tiene el hecho de bajarse del avión sin sentirse que las articulaciones están llenas de arena, que la única forma de volver a mover la espalda es con un transplante de espina vertebral, o que las piernas tienen enrollado un colchón de agua cada una. En mi caso, como todavía tengo que depositar mis huesos por cinco horas y media en el Tiendaleón a Mar del Plata, se agradece sobremanera.
También hay aspectos prácticos y otros más subjetivos. En el primer grupo está el hecho de poder usar la sala VIP, que incluye internet, comida y otras amenidades. También el registro y embarque prioritario, lo cual generalmente excluye dos cosas: juntarse con la plebe y hacer cola. También el equipaje sale primero, lo cual en Ezeiza se agradece porque todavía hay que pasar por la aduana, lo cual lleva su tiempito. Y la comida a bordo es mucho más apetecible, aunque a mí me debe faltar sangre azul porque la de turista me la mando tranquilamente y la disfruto mucho. El asiento tiene una función de masaje, se reclina a 180° (te queda una camita de 1,90 m), te dan auriculares que no solamente te permite entender algo de los diálogos de la película, sino que además son con cancelación de ruido, las azafatas se toman su tiempo para atenderte, etc. Entre los aspectos más subjetivos está el que te tratan bastante mejor, hay un aire de exclusividad, aunque a mí eso siempre me hace sentir un poco incómodo. Por un lado no siento que me lo merezco, y por el otro no siento que los demás no se lo merezcan. Pero supongo que le están hablando a mi tarjeta de crédito, aunque también es obvio que atender a los 44 pasajeros relajados en el tercio delantero del avión es más satisfactorio que atender a los otros 340 hacinados en los otros 2 tercios.
En fin, parece que se viene el desayuno. Estamos en el sur de Brasil, legando a Misiones y, por lo que parece en el mapa, a punto de sobrevolar las cataratas, pero con la capa de nubes me parece que no va a poder ser esta vez. Ay, qué vida.

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