miércoles, 30 de diciembre de 2015

sueño resucitado

Mirando atrás, tratando de entender el significado de los pasos que di en los últimos meses, de ordenarlos y valorarlos dentro del proceso que intenté comenzar, me doy cuenta que todo esto es más importante de lo que pensaba. Que abarca más que cambiar de trabajo y se extiende a cambiar de vida. Y dadas las posibilidades, a elegir qué vida quiero. Ni más ni menos.
Dejar el trabajo en Alemania, dejar Alemania, ir a Italia a aprender italiano, aislarme en Sicilia y dejarme impregnar por ella y por lo tanto purgar mi sistema de toda la mierda que vengo absorbiendo en los últimos 12 años, tomar distancia de mi relación con Novia, tomar distancia incluso del 90% de mis posesiones materiales... lo único que estoy experimentando, y aumenta cada día, es claridad mental. No miro atrás con nostalgia, o con arrepentimiento, o con culpa; no extraño, no lamento, no desprecio.
Por ejemplo, haberme separado de mis muebles, máquina de café, auto, equipo de juegos/video/música, ropa... vaya uno a saber qué más, no me significó más que liberación. No tengo que limpiarlas, ordenarlas, cuidarlas de ningún modo. No ocupan lugar en mi mente y, por eso, en mi vida. Y mi vida, con esa disminución, se enriqueció. Leo más. Miro más. Saco más fotos. Porque sí, no soy un monje, así que es más claro que nunca que hay 3 cosas que me gustan mucho y las voy a soltar solamente si no me queda más remedio: la cámara, la moto y la computadora, que la necesito primordialmente para procesar las fotos, y me facilita mucho el tema de escribir a otros (correo electrónico) y el poder cuidar de en este espacio, entre otras cosas.
Además, haber aprendido un poco de italiano me llena de orgullo. Ahora que estoy en casa, en Mar del Plata, tengo esa sensación que no disfrutaba desde hace más de 20 años, antes de que la muerte de mi abuelo cambiara todo: seguridad. Tengo a mi familia, que son pocos pero están bien, y este fin de semana, en una de esas raras ocasiones en que se alinean los planetas, mis dos mejores amigos estaban acá, siendo que normalmente uno está a 500 y el otro a 3000 km. El de la casa de comidas de acá a la vuelta pregunta por mí, la portera me deja usar su conexión de internet porque sí, el verdulero me corta el peceto como a mí me gusta para que mi mamá me haga las milanesas, como el helado como debe ser (acá iba a insertar un comentario ácido despreciando el helado que se consigue en Alemania, pero me lo guardo), disfruto de las fiestas como se supone que se disfruta cualquier cosa: con familia y amigos. En suma, vivo la vida como sé vivirla, sin pretensiones estúpidas, sin lujos, sin carencias graves. Cada día que pasa me siento más lejos de los últimos 12 años. Cada día me siento más desconectado de todo eso que dejé en mi departamento en Alemania, más confundido a la hora de buscar un motivo para volver a ir allá. Justificar lo injustificable.
Algo que me impactó muchísimo y no vi venir fue los efectos del descenso del trono por parte de la esquizofrénica-demente-paranoica-imbécil-dictadora-traidora-hijademilputas que se engrapó al poder y, salvo por contadísimas excepciones, lo arruinó salvajemente. En el trabajo al que renuncié hace poco, en cada sala de reuniones (que son cientos, porque éramos 27000 empleados repartidos en unos 50 edificios) hay una lámina plastificada donde dice cómo llevar a cabo una discusión productiva. Esta yegua de emperatriz, que por fin logramos bajar institucionalmente, parece que la tomó como referencia para hacer exactamente lo contrario en casa paso del camino. Al lado de su forma de hacer las cosas, la pax romana era una colonia de vacaciones para gente que consideraba a los teletubbies demasiado agresivos. Y no sólo eso: sus medidas económicas, además de tornar al país en un hazmerreír de estabilidad y confiabilidad, convirtieron (por dar un ejemplo) algo tan banal y sobreentendido como pagar un hotel con tarjeta de crédito en un ejercicio de sentirse estúpido, viendo cómo cada centavo pagado acá se traducía en un 50% debitado de mi cuenta en Alemania.
Podría escribir muchas, muchas páginas sobre esto, pero a lo que quiero llegar es a que llegó un punto en que volver a Argentina, a casa, a CASA, a intentarlo acá, a empezar de nuevo, hubiera sido lo más idiota sobre la faz de la tierra. Y de pronto, de un plumazo, literalmente, Argentina volvió a mi horizonte, como un bailarín que se retira después de los aplausos y vuelve al escenario patinando y deteniéndose en el medio con un ¡ta raaaa!. El cepo, chau. Las restricciones a las importaciones, chau. El taladro mental que significaba tenerla en Cadena Nacional con su diarrea oral, chau. De pronto el país está nuevamente en las manos de su dueños: los argentinos, para que hagamos lo que sabemos hacer mejor: cagarlo. Pero dejando de lado la ironía, la gente, y más significativamente, yo, estamos de pronto con esperanza y tenemos ganas de intentarlo y ver si se puede lograr nuevamente lo que nuestros abuelos lograron: salir adelante. Porque en Argentina, como en pocos lados en este planeta, está todo dado para salir adelante.
Y eso significa que vender todo y volver a casa es una posibilidad real, no solamente un deseo que sangra en la cama de un hospital, conectado a un respirador que espera a ser desenchufado. Deja de ser una pesadilla y vuelve a ser un sueño.

2 comentarios:

Linda dijo...

Regresar a la casa, o más bien CASA, así con mayúsculas, son desiciones que se hacen al momento y sin pensarlo mucho.

Martín dijo...

yeap, yeap... no me queda más que referirme a lo que te contesté en la entrada "volví".