jueves, 28 de julio de 2016

demonios

Durar y transcurrir no es lo mismo que vivir. El día a día requiere atención a los detalles que hacen posible el funcionamiento de un ser humano: desde lo más obvio como trabajar, dormir, ducharse, hasta minucias como hacer las compras, sacar la basura, pagar las cuentas o cambiar una lamparita que se quemó. Estar sin trabajar me da 40 horas semanales y ni hablar del estado mental que eso implica. Así que, a falta de tantas cuestiones mundanas, me puedo dedicar a pensar en cosas un poco más abstractas pero más importantes a largo plazo.
Esto se combina con que hace poco, charlando con un amigo sobre otro amigo, surgió el tema de los demonios internos, esas cosas que heredamos de la niñez, generalmente implantadas por nuestros padres o círculo muy cercano de personas, que hace que tengamos miedos, en muchos casos inconscientes, que funcionan como motivaciones para empujarnos en una u otra dirección a la hora de tomar decisiones o asignar prioridades para nuestra vida. En el caso de este amigo del que estábamos hablando, él tiene una necesidad increíble de caerle bien a la gente, al punto de que siempre va para donde sopla el viento por temor a llevarle la contra a alguien. Es tan extremo, que es muy raro que enuncie lo que piensa, lo que realmente opina de algo. Lo conozco desde hace varios años y es difícil decir qué es lo que le gusta y qué no. Lleva tan largo el asunto que a él mismo le es difícil saber lo que piensa de las cosas. Su autoestima es bajísima (denominador común en estos casos) y le cuesta conectarse con su interior. La causa se deja rastrear sin problemas al período en que su padre fue preso por 6 años, cuándo él tenía 8 o 9. O sea, esa etapa inicial en la que un hombre se forma como tal se la comió solo y sin más ayuda que dos hermanos menores y su mamá.
En mi caso, gracias en gran parte a un terapeuta alucinante, logré identificar muchos de los demonios en mi cabeza (varios se solapan con los de este amigo), pero uno en particular sigue resistiéndose a dar la cara: el que me toca el botón de pánico y rechazo cuando una potencial novia me confiesa que en algún momento de su historia previa tuvo una aventura sexual. Algo se dispara en mí que no he podido identificar totalmente, ni mucho menos rastrear sus orígenes. Miedo a ser comparado y abandonado es un candidato fuerte, pero hay más. Desconfianza levanta la mano. Miedo a ser usado. Pero la explicación es parcial. Necesaria, pero no suficiente. Le he dado vueltas al asunto durante años y todavía me pega el portazo en la cara, sin miramientos ni excusas. Y la búsqueda no es académica: signa mi vida como pocas cosas lo hacen, dándole marco y dimensión a mis relaciones. Es una organización subversiva infiltrada en lo más profundo en mi cabeza, que se encarga de sabotearme, emboscarme y aterrorizarme. Influye en todo lo que hago, deriva y desperdicia recursos, y desquicia momentos por lo demás perfectamente pacíficos.
Prácticamente cada novia que tuve puso el dedo en el botón, y en particular mi primera novia en Alemania directamente se sentó encima, pero no fue la primera que activó la alarma. Mi primera y segunda novia (las dos chicas con las que salí en Argentina) lo presionaron, hicieron sonar la alarma, y eventualmente eso influyó en la ruptura de la relación. Lo peor de 1NeA es que con su prontuario tomó una idea equivocada, un trauma, un pedo mental, y lo convirtió en un all out desastre mental. Todos los demonios que venían apenas sobreviviendo de pronto recibieron un bono navideño como para comprarse un Aston Martin. 2NeA volvió a tocar el botón, y para cuando conocí a ex-Novia ya estaba prevenido y le pedí guardarse cualquier información al respecto. En alemán le dicen algo así como "dejar en paz a los perros cuando duermen". Y Novia (la actual) apretó el botón más por estúpida, por la forma en que vomitó la mierda que tenía acumulada, que porque realmente haya habido motivos para activar la alarma.
Mirando sobre el hombro, la verdad es que todas esas relaciones eran para ser solamente un capítulo de mi historia. Había otras cuestiones que por sí solas hubieran bastado para romper. Salvo una: la de 1NeA. Y entre nos, todavía me mueve el piso. Doce años hace de esa relación y pensar en ella siempre me hace saltar un latido. Mi reino por saber cómo está, qué fue de su vida. Un día, hará 6 años, me la encontré en la calle y hablamos un minuto, pero yo solamente quería salir corriendo. No estaba listo. No sé si lo estoy, ni si alguna vez lo estaré.
Tengo que identificar esto que tengo en la cabeza, miedo, trauma o como se llame. Tengo que entenderlo y superarlo, pero me temo que vamos a terminar juntos viendo las papas crecer desde abajo.

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