lunes, 1 de agosto de 2016

el universo

A todos nos gustaría salir con Olivia Wilde con tetas. O sin tetas, para ser honesto.
Algunos tenemos más problemas que otros para aceptar la realidad, que es que por cada Olivia hay unas cuantas que pueden ser honestamente confundidas con la hermana fea de Jabba the Hutt.
Pero digamos que sí encontramos una compañera de ruta que más o menos satisface nuestras aspiraciones en lo que se refiere a lo visual. Lamentablemente, es como salir de la colación con el título en la mano; sí, con buenas notas y todo. Ahí empieza lo difícil. ¿Es bipolar? ¿Se come los mocos? ¿Qué tal la madre? ¿Es compatible en el sexo? ¿Intelectualmente? ¿Y la autoestima? Y todo esto sin meterse en el asunto más trascendente de todos, y que mal que le pese a todos los gurús de la vida moderna y el desuso en que cayó, sigue siendo central: ¿es buena mina? ¿te trata bien? ¿es madura?
Entonces, y visto exclusivamente desde mi perspectiva, encontrar una compañera implica dificultades que hasta ahora, con 42 pirulos, no tengo ni la más pálida idea de cómo sortear, al tiempo que paralelamente estoy tratando de entender qué características tendría que tener. Es como ponerse a armar un rompecabezas de un cuadro mientras el pintor recién está armando el atril. Un chiche.
Y como todo esto suena demasiado fácil, regocijábame mientras mis padres se bombardeaban a recriminaciones hasta el punto en que el entonces esposo de mi mamá no solamente se divorció de ella, sino de mí también. Gracias. Y por si me quedaba alguna duda o esperanza, se fue del país.
Y ahí quedé, tratando de ver de que se trata esto de crecer, estudiar, hablar con propiedad, no joder al prójimo, ir a la universidad y demás.
En algún punto del camino armé un esquema en mi cabeza, un sistema de pre-selección de posibles candidatas a novias, con el cual ahorrarme sufrimiento posterior descartándolas por la más sutil sombra de duda sobre su capacidad de hacerme feliz. ¿Fumás? Volá de acá. ¿Gorda? Evaporate. ¿Hincha huevos? Esfumate.
Algo que pasó más inconscientemente fue que, dado que yo a mis ojos era (soy) execrable, la única forma de convencerme de la idea de que tengo algún valor, por ínfimo que sea, es con el visto bueno del universo, de la forma de una novia alucinante. Sobre todo visualmente. O sea, si consigo que una mina que está buenísima se enamore de mí y elija compartir el resto de su vida conmigo, es como si el universo me perdona por existir, me asiente con la cabeza el ser como soy y me da el boleto y la palmadita en la espalda para sentarme a mirar la película, sin invertir tanto esfuerzo en cambiar, mejorar, o simplemente ocultarme para no joder ni ser visto. Si consigo que una mina que está buenísima me elija por sobre otros, quiere decir que soy mejor que esos otros. Y mientras más buena esté, más calidad tienen los aspirantes que rechaza por estar conmigo. Un fenómeno.
O no.
No sé.
Honestamente: no sé.
Su lógica tiene, pero la primera reacción que se nos pasa por la cabeza es "qué pelotudez", ¿no? Y sin embargo, ahí está. Cuando todas estas ideotas se me formaron e instalaron en la cabeza yo era chico, ingenuo, inmaduro, y sobre todo estaba sufriendo por un mundo que no me aceptaba, sin importarle cuánto me esforzaba, y al que yo no entendía. Y ahora andá a sacármelo de la cabeza.
Ahora tengo una novia que, si bien no es fea, no me da la sensación de que el universo me quiere. Me trató muy mal al principio, de vez en cuando sale con cosas estúpidas (como cualquiera), pero más que nada no me siento que tengo un futuro con ella. Pero intelectualmente es fenómeno, tiene muy buen sentido del humor y me conoce bien...

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