Murió alguien a quien quería mucho; un familiar. Hace ya un par de años, en realidad, pero de casualidad encontré una foto de él y me volvieron a la mente cosas, situaciones, sensaciones y sentimientos. Cosas que no debería haber hecho o dicho, cosas que sí debería haber hecho o dicho. Pero dentro de todo, en la gran cajonera que es una relación entre dos seres humanos, esos dos cajoncitos tienen una marca de agua bastante baja.
Hoy estoy solo, a un punto que la depresión asoma, como oliendo la oportunidad de volver a una época de esplendor, donde un día gris era un carnaval comparado a los días malos. Mi trabajo, por un lado, es resistir, pero como nunca fue mi fuerte simplemente sentarme a ver como me pasan por encima, ni siquiera sentarme a ver como intentan pasarme por encima, aunque fallen, tengo la necesidad, la oportunidad y por eso el deber de agarrar el toro por las astas y hacer todo lo posible para equiparme para lidiar con esto de mejor manera, más constructivo. El truco más efectivo para lidiar con la depresión siempre es detectar las señales a tiempo y hacer algo antes de que se aproxime siquiera, pero una vez que está acá, como está acá en este mismo instante, tengo que hacer algo, si no para que se vaya, aunque sea para llevarla mejor. Ya se irá cuando sea el momento.
Hay un par de cosas que en la vida de una persona tienen que funcionar. Ojalá fueran tres, por elegancia, pero en realidad es un número equis que depende de las prioridades de cada uno. Sin embargo, es claro que uno necesita ciertas satisfacciones en la vida, aunque sean chiquitas o insignificantes para otras personas. Pequeños triunfos, soplos de aire fresco, deseos cumplidos. Pueden venir del trabajo, de las relaciones con la familia, con los amigos, o con la sociedad en general. Cuando estas cosas fallan surgen los pasatiempos, las aficiones, con una magnitud que está en función del presupuesto: viajar, pintar, ir al teatro. Algunas de esas cosas son realmente placenteras, pero en mi teoría el disparador que hace falta es la insatisfacción en áreas más elementales de la vida, que son, realmente, las relaciones. Cuando estas no funcionan uno dirige la mirada hacia otras cosas. Busca un amante, algo que le alborote el gallinero, que lo haga sentir vivo. Puede ser destructivo o constructivo. Drogas sería un ejemplo de lo primero, algún tipo de arte lo segundo, con o sin talento.
Lo mío son las fotos. La cámara me permite crear, y crear cosas lindas. Me da prestigio entre mis familiares y amigos, que lo disfruto, no lo niego, pero realmente lo hago por y para mí, porque de veras que admiro la luz y las cosas que hace, y capturarla exitosamente en una foto es como hacerle trampa al universo y sus leyes y congelar el tiempo en ese instante preciso, con esa combinación exacta de botones y rueditas que controlan los ajustes de la cámara. Es haber buscado y encontrado el momento y lugar adecuado para componer una imagen. Cuando uno saca una foto pone en movimiento el conocimiento acumulado por un montón de seres humanos que se devanaron los sesos para poner en nuestras manos ese pedazo de tecnología, ese pincel electrónico, donde capturamos el momento que vimos en nuestra mente a través de nuestros ojos. Clic. Magia. Mirá lo que vi. Alucinante.
Y años después podemos revivir el lugar y el momento que anidaron ese instante que retratamos en la foto, y las sensaciones resurgen junto con los recuerdos, y nos acarician viejos sentimientos. Y cuando uno está en mi condición... para todo lo demás existen las tarjetas de crédito.
Ojalá tuviera la confianza que tienen los que ven mis fotos regularmente para dedicarme de lleno al tema y cultivar una profesión, vivir de esto. Como con tantas otras cosas, una buena idea, igual que un talento, necesita ser llevada a la práctica para poder convertirse en rentable. De hecho, ideas mediocres, bien ejecutadas, tienen mucha más rentabilidad que ideas excelentes pero mal implementadas. Ejemplos sobran.
Mis fotos son buenas, lo sé. De hecho, son excelentes, de veras. Tengo ojo, tengo el equipo, tengo las oportunidades. Y las uso. Pero hoy en día mucha gente tiene cámaras y hay combinaciones de botones y ajustes en programas de edición que hacen que las fotos salten a los ojos del que las mira y los impacten, aunque no tengan ningún mérito artístico. Esto desgasta el sentido estético, como el sexo desgasta el hacer el amor con alguien. Además, al margen del optimismo que esos bien intencionados practican cuando me insisten en comercializar lo que hago, la realidad es que un porcentaje ínfimo de nosotros compra imágenes. Pagar por una foto es un sinsentido enorme, y más en estos días de internet, con una disponibilidad tan grande de material gratis. El desafío se vuelve mucho más grande si uno quiere florecer en la maleza, digamos.
Me voy a cenar. Una linda pizza quattro formaggi tiene sus minutos contados.
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