sábado, 17 de diciembre de 2016

servilletas de papel

Siguiendo un poco con la onda ecológica, hace muchas lunas que vengo con un tema en la cabeza que quiero volcar acá y ahora encontré el tiempo para saldar esta deuda: el desperdicio diario.
No soy un ecologista, no ando abrazando árboles, no reciclo las velas, ni como chorizo de tofu; ni siquiera me molesta desafiar la imperturbabilidad de la cadena alimenticia. Pero odio el desperdicio. Acá quiero detenerme por un momento: odiar es un sentimiento interno. No depende de lo que nos pase o lo que nos hagan, sino de nosotros mismos. Es como el amor, pero no el contrario (eso sería el miedo). El odio, si bien nos es generado por algo o alguien que nos daña o perjudica, por nuestras propias frustraciones y una suerte de marchitamiento de nuestra alma, es un sentimiento interno. Hay personas que no pueden odiar, como hay personas que no pueden amar. Odiar daña al odiador, no al odiado... en lo más mínimo.
No odio casi nada, entonces, pero el desperdicio tiene membresía de platino en un club muy selecto al que ni siquiera los alemanitos pueden asomar la nariz.
Así que para vivir la vida de una forma a mi criterio más aceptable, hay cosas que hago que prácticamente no influyen en mi existencia diaria ni significan prácticamente esfuerzo, y sin embargo creo que tienen su efecto positivo en el medio ambiente. Voy a tratar, a modo de aporte social, de listar todo lo que pueda de esas pequeñas cositas que ayudan a reducir substancialmente el desperdicio que generamos muchas veces sin darnos cuentas.
Entonces...
  • servilletas: hoy la publicidad nos enseña que para limpiarnos la comisura de los labios o una gota de agua en la cocina necesitamos una servilleta entera, de esas de 20x20 cm o algo así. La realidad es que una puntita alcanza. De hecho, hay varios trucos para maximizar el servicio que nos puede dar una humilde servilleta. A ver:
    • se puede cortar: resulta que el papel tiene fibras que van en una cierta dirección, y si uno la siente o sabe cuál es, puede cortar la servilleta con los dedos en una línea bastante recta. Así obtiene pedazos más chiquitos y a la medida de la tarea.
    • otra forma es separar las capas de las servilletas: en Argentina son medio berretas y de una capa, pero hay muchas que son de dos o incluso tres, y si uno tiene ganas se puede entretener un buen rato desdoblándolas y separando esas capas (a veces hay que soplar, como si fuera un diente de león), para después doblarlas individualmente y así obtener pedazos que parecen servilletas normales. Yo sé que esto parece demasiado laburo, pero en mi caso particular me encanta hacerlo mientras miro tele o hablo por teléfono. Este origami pedorro me relaja. Sí, sí.
    • una que hago mucho, pero hay que ser un poco cara dura, es juntar enseguida las servilletas que me dan en un bar cuando pido algo. No hablo de robar servilletas, sino que hoy en día parece que pedís un café y te ponen una servilleta entre taza y plato. Pedís una medialuna y pum, servilleta. Pedís un cubierto y ¿en qué te lo envuelven? Bingo, en otra servilleta. Y encima te dejan un servilletero para que agarres las que se te ocurra. Pues bien, si las servilletas que te traen con tus cosas están en buen estado, antes de que se ensucien las apilo y me las guardo, porque ponerlas en el servilletero sería anti-higiénico. Así que me quedan para casa. Jamás tomo una servilleta del servilletero para llevarme. Eso es robar. Punto.
    • en los comedores escolares o del trabajo, agarrar lo que haga falta, no más. Muchas veces donde yo trabajaba la gente agarraba un puñado (7 u 8) para después limpiarse la comisura con la punta de una y todo a la basura. Eso es una pelotudez de proporciones bíblicas. Esto es cortar árboles, hacerlos pulpa, mezclarlos con agua, etc. para después simplemente echar el producto a un tacho de basura, que hay que recolectar, separar, reciclar, etc.
    Resultado de todo esto: en lugar de comprar servilletas una vez por mes, ahora compro una vez por año, como mucho.
  • azúcar: en cualquier café donde uno se sienta hay azúcar en sobrecitos. Esto es una locura. No conozco las desventajas de poner azucareros en cuanto a higiene, pero no se me ocurre que la haya si están bien diseñados. Han servido toda la vida y a algún vivo de esos que hacen estudios de mercado se le ocurrió la estupidez de fraccionar así en esos sobres de 6,25 gramos. Al reverendo do-pe. Pero bueno, sobre esto no hay control, salvo el que quiera hacerle el comentario al mozo o dueño del lugar para que cambie el sistema. Sin embargo, cuando no hay más remedio que usar sobrecito, todavía queda un pequeño espacio para contribuir: si uno no consume todo el contenido, puede guardarlo para la próxima. Basta con tomarse la costumbre de abrir el sobrecito solamente por la punta y enrollarlo después de verter lo que se necesita, y guardárselo para la próxima. Para evitar que pierda, mejor en un bolsillo de esos que presionan el contenido y lo mantienen chato, como los bolsillos para tarjetas de crédito o algo así. El asunto no es menor: una bolsa de un kilo de azúcar cuesta 9 veces menos que 1 kilo fraccionado en sobre, sin contar el transporte, el papel de los sobres, la energía de empacarlos así, el almacenaje, etc.
  • electricidad: fácil, apagar la luz cuando no se usa.
  • agua: fácil, no tirar el agua. Esto es serio, no tenemos tanta agua como parece, y extraerla, purificarla y distribuirla es un esfuerzo enorme, tanto que la mayor parte, repito, la mayor parte de los seres humanos no tienen acceso a agua potable. Duchas cortas, lavarropas lleno, no lavar el auto salvo que sea realmente necesario, lavar los platos de forma inteligente (los lavavajillas antes usaban mucha agua, hoy en día son más eficientes que el lavado a mano siempre que se los use más o menos llenos), cuidar lo que se tira al desagüe, etc.

O sea, todo esto es puro sentido común, nada que cueste ni dinero, ni esfuerzo, ni tiempo. Un poco de hábito, quizás. Como tratar bien al prójimo. O pensar antes de hablar. O de actuar.

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